Debía de haberle llamado mientras él hablaba con Federico. Frunció el ceño, sin prestar atención a los hombres que, sentados alrededor de la mesa, esperaban que iniciara la reunión. ¿Por qué había llamado para desearle suerte? La había visto esa mañana y se la había deseado en persona.
–¿Pepe? –la voz de Hernán sonó inquieta, pero alzó la mano para silenciarlo.
–Necesito hacer una llamada. Disculpenme –Pedro salió de la sala y marcó el número de Paula.
No hubo respuesta. Maldiciendo entre dientes, consultó su reloj. Se suponía que estaba sentada junto a la piscina cotilleando con su hermana. Volvió a escuchar el mensaje y esa vez captó el cambio de tono de voz y la larga pausa que había desde que decía su nombre hasta que le deseaba suerte.Lo escuchó de nuevo. Algo iba mal.Llamó a su hermana pero, como era habitual, su teléfono comunicaba.
–¿Pepe? –Hernán lo llamó desde el umbral–. ¿Qué diablos pasa? Te están esperando. Hemos tardado cinco años en llegar a este punto.
Pedro llamó a Paula de nuevo, pero su teléfono estaba apagado. Paula nunca lo llamaba si estaba trabajando.Solo lo había hecho una vez antes.
–Tendrás que cerrar el trato sin mí –siguiendo un instinto que no podía identificar, Pedro ya salía por la puerta.
–Pero... –dijo su abogado, atónito.
Era demasiado tarde. Pedro se había ido.
Paula estaba tiritando, sentada en el suelo del lujoso cuarto de baño, cuando la puerta de la villa se abrió de golpe y oyó a Pedro gritar su nombre.
–¿Qué ha ocurrido? –preguntó al verla–. ¿Qué haces aquí?
–Has venido –le castañeteaban los dientes, pero sintió un intenso alivio al verlo.
–Claro que he venido, aunque la próxima vez preferiría que fueras directa y evitaras lo críptico. Tu mensaje no tenía ningún sentido –frunció las cejas con preocupación, la levantó del suelo y la llevó al dormitorio. Ella esperaba que la dejase en la cama, pero se sentó con ella en el regazo–. Dime qué ocurre, tesoro. ¿Es el asma?
–No –no podía dejar de tiritar, pero se sentía mucho mejor por dentro porque él estaba allí.
–Estoy embarazada.
Él se quedó de piedra. Atónito.
–Me dijiste que...
–Te dije lo que me dijeron. Que no podía quedarme embarazada. Que era imposible –su voz subió de volumen y él le habló en italiano para tranquilizarla, ocultándole su propio miedo.
–Pau, sé que estás asustada pero todo irá bien. Tienes que confiar en mí. Es una buena noticia, ángel mío.
–No –sus ojos se llenaron de lágrimas–. No puedo tener un bebé. Que esté embarazada no implica que vaya a tenerlo. La última vez...
–Esta vez será diferente –lo dijo con tanta certeza que en cualquier otro momento ella le habría reprochado su arrogancia.
–No puedes saber eso.
–Ni tú puedes saber lo contrario –le acarició el pelo con manos fuertes y capaces.
–Los médicos dijeron que no podía quedarme embarazas.Si lo hubiera creído posible, te habría hecho utilizar protección.
–Creo que esta vez no nos fiaremos de esos médicos –sin soltarla, sacó el teléfono del bolsillo. Marcó un número, habló rápidamente en italiano y colgó–. Ya te dije que había investigado. Encontré a alguien con mucha experiencia en casos como el tuyo. Voy a pedirle que venga lo antes posible.
–¿Y si él no puede verme?
–Es ella, y si no puede venir, iremos a verla.
Por primera vez desde que había descubierto su embarazo, Paula sintió que se relajaba un poco.
–Estabas en mitad de una reunión. Me parece increíble que hayas venido.
–¿De veras pensabas que no lo haría?
–Hoy era muy importante para tí –sintió una oleada de culpabilidad–. Lo he arruinado todo.
–Nada de eso. Pero ¿Por qué no me pediste que viniera cuando dejaste el mensaje? Dijiste mi nombre con desesperación y luego me deseaste suerte. Me dejaste jugando a las adivinanzas.
–Había olvidado lo de la reunión. Cuando la prueba dió positivo, sentí pánico y te llamé. Estaba desesperada por hablar contigo. Cuando saltó el contestador recordé dónde estabas y lo que hacías, y que por eso habías apagado el teléfono.
–No lo apagué. Estaba hablando con Federico cuando llamaste.
–Eso no se me ocurrió. Me dí cuenta de que estaba siendo injusta contigo y te desee suerte.
–Escuché el mensaje otra vez y noté la diferencia de voz entre el principio y el final –inspiró con fuerza–. Me alegro muchísimo de que me llamaras.
–¿Te alegra que haya arruinado el negocio más importante de toda tu carrera?
–Eso no importa. Lo importante es que enías problemas y recurriste a mí. Es una buena noticia. En cuanto a la otra buena noticia... –puso la mano sobre su abdomen y sonrió–. ¿No te advertí que volvería a dejarte embarazada? Soy superviril, ¿no?
–Superarrogante –dijo ella con una leve sonrisa.
–Es un hecho. Te he dejado embarazada.
–Supongo que opinas que soy una mujer afortunada –Paula, riendo, le golpeó en el hombro.
–Eso no hace falta decirlo. Y yo soy un hombre afortunado porque me has dado el mayor regalo posible. Me llamaste. Confiaste en mí.
–Y tú viniste.
–Siempre vendré. Siempre estará disponible para tí y para nuestra familia. No volverás a necesitar ese inhalador porque me tendrás a mí.
–Eres demasiado protector.
–Siciliano –la besó–. Y loco de amor por tí.
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