viernes, 29 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 64

Debía de haberle llamado mientras él hablaba con Federico. Frunció el  ceño, sin  prestar  atención a  los hombres  que,  sentados  alrededor de la mesa,  esperaban que iniciara  la  reunión.  ¿Por qué  había llamado para desearle  suerte?  La  había visto esa  mañana y se  la había deseado en persona.

–¿Pepe? –la  voz  de  Hernán   sonó  inquieta,  pero  alzó  la  mano  para  silenciarlo.

–Necesito hacer una llamada. Disculpenme –Pedro salió de la sala y marcó el número de Paula.

No hubo respuesta. Maldiciendo  entre  dientes,  consultó  su  reloj.  Se suponía que estaba  sentada  junto  a  la  piscina  cotilleando  con  su  hermana.  Volvió  a  escuchar  el  mensaje y esa vez captó el cambio de tono de voz y la larga pausa que había desde que decía su nombre hasta que le deseaba suerte.Lo escuchó de nuevo. Algo iba mal.Llamó a su hermana pero, como era habitual, su teléfono comunicaba.

–¿Pepe? –Hernán lo  llamó desde el  umbral–. ¿Qué diablos pasa? Te están esperando. Hemos tardado cinco años en llegar a este punto.

Pedro llamó a Paula de nuevo, pero su teléfono estaba apagado. Paula nunca lo llamaba si estaba trabajando.Solo lo había hecho una vez antes.

–Tendrás que cerrar el trato sin mí –siguiendo un instinto que no podía identificar, Pedro ya salía por la puerta.

–Pero... –dijo su abogado, atónito.

Era demasiado tarde. Pedro se había ido.



Paula estaba  tiritando,  sentada  en  el  suelo  del  lujoso  cuarto  de  baño,  cuando la puerta de la villa se abrió de golpe y oyó a Pedro gritar su nombre.

–¿Qué ha ocurrido? –preguntó al verla–. ¿Qué haces aquí?

–Has venido –le castañeteaban los dientes, pero sintió un intenso alivio al verlo.

–Claro  que  he  venido, aunque la próxima vez  preferiría  que fueras directa  y evitaras  lo  críptico.  Tu mensaje no tenía  ningún  sentido  –frunció  las  cejas  con  preocupación,  la  levantó  del  suelo  y  la  llevó  al  dormitorio.   Ella  esperaba que la dejase en la cama, pero se sentó con ella en el regazo–. Dime qué ocurre, tesoro. ¿Es el asma?

–No –no  podía  dejar  de  tiritar,  pero  se  sentía  mucho  mejor  por  dentro  porque él estaba allí.

–Estoy embarazada.

Él se quedó de piedra. Atónito.

–Me dijiste que...

–Te dije  lo que me dijeron.  Que  no  podía  quedarme  embarazada.  Que  era  imposible  –su  voz  subió  de  volumen  y  él  le  habló  en  italiano  para  tranquilizarla, ocultándole su propio miedo.

–Pau, sé que estás asustada pero todo irá bien. Tienes que confiar en mí. Es una buena noticia, ángel mío.

–No –sus  ojos se llenaron de  lágrimas–.  No puedo  tener  un  bebé.  Que esté embarazada no implica que vaya a tenerlo. La última vez...

–Esta vez será diferente –lo dijo con tanta certeza que en cualquier otro momento ella le habría reprochado su arrogancia.

–No puedes saber eso.

–Ni tú puedes saber lo contrario –le acarició el pelo con manos fuertes y capaces.

–Los médicos dijeron que no podía quedarme embarazas.Si lo hubiera creído posible, te habría hecho utilizar protección.

–Creo que esta vez no nos fiaremos de esos médicos –sin soltarla, sacó el  teléfono  del  bolsillo.   Marcó  un  número,  habló rápidamente  en  italiano  y  colgó–.  Ya  te  dije  que  había investigado.  Encontré a alguien  con mucha experiencia en casos como el tuyo. Voy a pedirle que venga lo antes posible.

–¿Y si él no puede verme?

–Es ella, y si no puede venir, iremos a verla.

Por primera vez desde que había descubierto su embarazo, Paula sintió que se relajaba un poco.

–Estabas en mitad de una  reunión.  Me  parece increíble  que hayas venido.

–¿De veras pensabas que no lo haría?

–Hoy era muy importante para tí –sintió una oleada de culpabilidad–. Lo he arruinado todo.

–Nada de eso. Pero ¿Por qué no me pediste que viniera cuando dejaste el mensaje? Dijiste mi nombre con desesperación y luego me deseaste suerte. Me dejaste jugando a las adivinanzas.

–Había olvidado lo de la reunión.  Cuando la prueba dió positivo, sentí pánico  y  te  llamé.  Estaba  desesperada por hablar contigo.  Cuando saltó el contestador  recordé  dónde  estabas  y lo que hacías,  y  que  por  eso  habías  apagado el teléfono.

–No lo apagué. Estaba hablando con Federico cuando llamaste.

–Eso no se me  ocurrió.  Me dí cuenta de que estaba siendo  injusta  contigo y te desee suerte.

–Escuché  el  mensaje  otra  vez  y  noté  la  diferencia  de  voz  entre  el  principio  y  el  final  –inspiró  con  fuerza–.  Me  alegro  muchísimo  de  que  me  llamaras.

–¿Te  alegra  que  haya  arruinado  el  negocio  más  importante  de  toda  tu  carrera?

–Eso no importa.  Lo  importante es que  enías  problemas  y  recurriste  a  mí.  Es  una  buena  noticia.  En  cuanto  a  la  otra  buena  noticia...  –puso  la  mano  sobre   su   abdomen   y   sonrió–.   ¿No te advertí que volvería a dejarte   embarazada? Soy superviril, ¿no?

–Superarrogante –dijo ella con una leve sonrisa.

–Es un hecho. Te he dejado embarazada.

–Supongo que opinas que soy una mujer afortunada –Paula, riendo, le golpeó en el hombro.

–Eso no hace falta decirlo.  Y yo soy  un  hombre afortunado  porque  me  has dado el mayor regalo posible. Me llamaste. Confiaste en mí.

–Y tú viniste.

–Siempre  vendré.  Siempre  estará  disponible  para  tí  y  para  nuestra  familia. No volverás a necesitar ese inhalador porque me tendrás a mí.

–Eres demasiado protector.

–Siciliano –la besó–. Y loco de amor por tí.

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