viernes, 1 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 4

Paula sintió ardor en la garganta y volvió a dar gracias por las gafas de sol que ocultaban sus ojos. Había muchas cosas sobre las que no se permitía pensar. Lugares que su mente tenía prohibidos. Hacia más de dos  años  que no lo veía y se había obligado a no  mirar  sus fotos ni buscar imágenes en Internet, consciente de que la única forma de sobrevivir era borrarlo de su cerebro.Pero era imposible. Pedro era tan guapo que, fuera donde fuera, las mujeres se lo quedaban mirando. Eso la había irritado aun sabiendo que él no hacía nada para atraer esa atención.El deseo ganó la partida a la fuerza de voluntad y lo miró de reojo.Incluso con vaqueros negros y una camisa polo, estaba tan espectacular que  su  cuerpo  vibró,  reaccionando a esa  masculinidad  salvaje  que  era  parte  inherente de él. Esa virilidad era su orgullo, y ella le había propinado un golpe letal.

–¿Por qué no ha venido Luciana contigo?

–Mi hermana cree en los finales felices.

Ella se preguntó qué se suponía que quería decir  eso.  ¿Acaso  Luciana creía que dejándolos solos caerían uno en brazos del otro, salvando un abismo mayor que el del Cañón del Colorado?

–Siempre creyó en los cuentos de hadas – Paula rememoró los amagos casamenteros  de  Luciana en la universidad.   Un recuerdo del pasado se hizo presente en la  tristeza de su mente.  Una habitación  infantil, con  cama con dosel y bonitas lámparas. Estanterías de libros que dibujaban la vida como una aventura feliz. Un dormitorio de fantasía. Enojada consigo misma por pensar en eso,  movió  la  cabeza  para  desalojar  la  imagen–.  Lu es  una  romántica  incurable.  Supongo que por eso va a casarse a pesar de...  –calló, pero  él  terminó la frase.

–¿De ser  testigo del  desastre  de  nuestro  matrimonio?  Teniendo  en  cuenta tu relajo con los votos matrimoniales, me asombra que hayas accedido a ser dama de honor. Una decisión bastante hipócrita, ¿No crees?

Él le echaba la culpa,  absolviéndose  de  toda  responsabilidad,  pero Paula no se molestó en discutir. Si la odiaba, mejor. Su hostilidad servía para envenenar  los  peligrosos  sentimientos  que escondía  en  lo  más  profundo del  corazón. En cuanto a ser dama de honor de Luciana...  Paula había pensado en un millón de razones para  negarse,  pero  no  había  podido  decirle  ninguna  a su  amiga.  Ese  había sido su cuarto  error.  No entendía  cómo había cometido  tantos.

–Soy una amiga leal.

–¿Leal? –lenta  y  deliberadamente,  se  quitó  las  gafas  de  sol  y  la  miró.  Los  ojos  oscuros  enmarcados  por  espesas  pestañas  mostraron  su  lucha  interna–.  ¿Te  atreves  a  hablar  de  lealtad?  Puede  que  sea  un  problema  lingüístico  porque  no  compartimos  la  definición  de  la  palabra  –a  diferencia  de  ella, no escondió sus emociones.

Eso hizo que Paula se retrajera. Ya tenía bastante con manejar sus  propios  sentimientos.   Se  apretó  contra  el  asiento  e  intentó  calmar su  respiración. Podría  haberle  lanzado  sus  acusaciones, pero eso los habría llevado de vuelta al pasado y ella quería  avanzar.  Sintió  que tenía los dedos helados y le temblaban las piernas.

–Si vas a entregarte a una de tus volcánicas explosiones estilo siciliano, al  menos  espera  hasta que estemos en  una  habitación.  Solo es una  boda, podemos pasar el trago sin matarnos.

–¿Solo una boda? Así que las bodas no tienen mayor importancia, ¿Es eso, Paula?

–Vamos a dejarlo, Pedro –dijo.

Él era incapaz de entender que podía haberse equivocado,  incapaz de pedir disculpas.  Sabía que la ausencia de la palabra «perdón  » en su vocabulario  era cuestión de ego,  no  de pobreza  lingüística.

–¿Por qué? ¿Por qué te da miedo sentir? Admítelo. Te aterroriza lo que sientes cuando estás conmigo. Siempre ha sido así.

–Oh, por favor...

–Te quema, ¿Verdad? –su voz sonó suave y peligrosa–. Te asusta tanto que tienes que rechazarlo. Por eso te fuiste.

–¿Crees que me fui porque me daba miedo cuánto te quería? –llameaba de  ira–.  Eres tan  arrogante que necesitas una isla entera para alojar tu ego. ¿Seguro que Sicilia es lo bastante grande? ¡Tal vez también deberías comprar Cerdeña!

–Estoy en ello –replicó, lacónico y sin atisbo de ironía–. Si no te importa, ¿Por qué no has vuelto?

–No había nada por lo que volver –Paula miró al frente pensando que, sin embargo, había muchas razones para mantenerse alejada.

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