Paula sintió ardor en la garganta y volvió a dar gracias por las gafas de sol que ocultaban sus ojos. Había muchas cosas sobre las que no se permitía pensar. Lugares que su mente tenía prohibidos. Hacia más de dos años que no lo veía y se había obligado a no mirar sus fotos ni buscar imágenes en Internet, consciente de que la única forma de sobrevivir era borrarlo de su cerebro.Pero era imposible. Pedro era tan guapo que, fuera donde fuera, las mujeres se lo quedaban mirando. Eso la había irritado aun sabiendo que él no hacía nada para atraer esa atención.El deseo ganó la partida a la fuerza de voluntad y lo miró de reojo.Incluso con vaqueros negros y una camisa polo, estaba tan espectacular que su cuerpo vibró, reaccionando a esa masculinidad salvaje que era parte inherente de él. Esa virilidad era su orgullo, y ella le había propinado un golpe letal.
–¿Por qué no ha venido Luciana contigo?
–Mi hermana cree en los finales felices.
Ella se preguntó qué se suponía que quería decir eso. ¿Acaso Luciana creía que dejándolos solos caerían uno en brazos del otro, salvando un abismo mayor que el del Cañón del Colorado?
–Siempre creyó en los cuentos de hadas – Paula rememoró los amagos casamenteros de Luciana en la universidad. Un recuerdo del pasado se hizo presente en la tristeza de su mente. Una habitación infantil, con cama con dosel y bonitas lámparas. Estanterías de libros que dibujaban la vida como una aventura feliz. Un dormitorio de fantasía. Enojada consigo misma por pensar en eso, movió la cabeza para desalojar la imagen–. Lu es una romántica incurable. Supongo que por eso va a casarse a pesar de... –calló, pero él terminó la frase.
–¿De ser testigo del desastre de nuestro matrimonio? Teniendo en cuenta tu relajo con los votos matrimoniales, me asombra que hayas accedido a ser dama de honor. Una decisión bastante hipócrita, ¿No crees?
Él le echaba la culpa, absolviéndose de toda responsabilidad, pero Paula no se molestó en discutir. Si la odiaba, mejor. Su hostilidad servía para envenenar los peligrosos sentimientos que escondía en lo más profundo del corazón. En cuanto a ser dama de honor de Luciana... Paula había pensado en un millón de razones para negarse, pero no había podido decirle ninguna a su amiga. Ese había sido su cuarto error. No entendía cómo había cometido tantos.
–Soy una amiga leal.
–¿Leal? –lenta y deliberadamente, se quitó las gafas de sol y la miró. Los ojos oscuros enmarcados por espesas pestañas mostraron su lucha interna–. ¿Te atreves a hablar de lealtad? Puede que sea un problema lingüístico porque no compartimos la definición de la palabra –a diferencia de ella, no escondió sus emociones.
Eso hizo que Paula se retrajera. Ya tenía bastante con manejar sus propios sentimientos. Se apretó contra el asiento e intentó calmar su respiración. Podría haberle lanzado sus acusaciones, pero eso los habría llevado de vuelta al pasado y ella quería avanzar. Sintió que tenía los dedos helados y le temblaban las piernas.
–Si vas a entregarte a una de tus volcánicas explosiones estilo siciliano, al menos espera hasta que estemos en una habitación. Solo es una boda, podemos pasar el trago sin matarnos.
–¿Solo una boda? Así que las bodas no tienen mayor importancia, ¿Es eso, Paula?
–Vamos a dejarlo, Pedro –dijo.
Él era incapaz de entender que podía haberse equivocado, incapaz de pedir disculpas. Sabía que la ausencia de la palabra «perdón » en su vocabulario era cuestión de ego, no de pobreza lingüística.
–¿Por qué? ¿Por qué te da miedo sentir? Admítelo. Te aterroriza lo que sientes cuando estás conmigo. Siempre ha sido así.
–Oh, por favor...
–Te quema, ¿Verdad? –su voz sonó suave y peligrosa–. Te asusta tanto que tienes que rechazarlo. Por eso te fuiste.
–¿Crees que me fui porque me daba miedo cuánto te quería? –llameaba de ira–. Eres tan arrogante que necesitas una isla entera para alojar tu ego. ¿Seguro que Sicilia es lo bastante grande? ¡Tal vez también deberías comprar Cerdeña!
–Estoy en ello –replicó, lacónico y sin atisbo de ironía–. Si no te importa, ¿Por qué no has vuelto?
–No había nada por lo que volver –Paula miró al frente pensando que, sin embargo, había muchas razones para mantenerse alejada.
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