Había sido perfectamente feliz soltero hasta que conoció a Paula. Federico la había contratado para que lo entrenara para correr la maratón de Nueva York, y había sugerido que les asesorara respecto a las instalaciones deportivas del hotel. Pedro había estado perdido desde el segundo en que la vió. Había entrado en su despacho y, agitando la cola de caballo color chocolate, había señalado todos los fallos de planificación del modernísimo centro de fitness.
La mayoría de la gente se sentía intimidada por su poder. Casi nadie se atrevía a retarlo, pues suponía un riesgo excesivo para su futuro. No había sido el caso de Paula, que confiaba plenamente en su experiencia, tras toda una vida tomando decisiones sola. Pedro pronto había descubierto que solo se fiaba de sí misma.Recordó lo que había dicho el día que fue a su despacho a exponerles sus consejos.
–Tú me contrataste –le recordó con voz templada, mientras tachaba cosas de la lista y añadía otras–. Supongo que quieres mi opinión profesional. El plan es erróneo de principio a fin. Nadie viene a un hotel de esta calidad para sudar en una cinta andadora. Quieren un trato individualizado, con entrenadores personales. Hacen falta pesas, pelotas de ejercicio, clases de Pilates... –la lista estaba bien pensada. Suya había sido la idea de convertir el gimnasio inicial en un exclusivo club de fitness con fisioterapia, masajes, tratamientos de belleza y ofertas termales.
Cuando él había cuestionado el coste, ella se había reído en su cara.
–¿Quieres que el centro sea el mejor o no?
A pesar de las quejas de su hermano, había aceptado su propuesta hasta en el último detalle, admirando su amplitud de miras y su coraje.El éxito había sido descomunal. El Alfonso Spa Resort era uno de los principales hoteles de Europa. Atraían a atletas de élite que podían mantenerse en forma en el lujoso centro, pero también a otra clientela deseosa de aprovechar lo que ofrecían. Paula había elegido y adiestrado al personal, y había supervisado su labor las primeras semanas para asegurarse de que ofrecían lo mejor de lo mejor. Pedro le había ofrecido una fortuna para que siguiera como directora, y ella la había rechazado.
–No trabajo para otra gente –había dicho.
Era la mujer más independiente y autosuficiente que había conocido nunca. Lo irónico era que la misma cualidad que lo había atraído, era la que había acabado por separarlos.Por culpa de él. Por su ceguera y su egoísmo.Por supuesto, había habido razones para apagar el teléfono e intentar evitar distracciones. Razones para elegir quedarse en vez de volver a casa.
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