viernes, 22 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 47

Paula,  desnuda  y  saciada  de  sexo,  yacía  abrazada  a  Pedro,  contemplando cómo el sol se ponía tras el Etna, tiñendo el cielo de rosa.

–Es como si  la  isla estuviera ardiendo  –dijo. 

Pensó  que  era  como su  relación. Si su amor tuviera color, sería rojo. Rojo por el ardor y la pasión.

–No solo la isla  –dijo él, tumbándola de espaldas.

 Agachó la cabeza y la consumió con la exigencia hambrienta de su beso. Rojo por el deseo. Sintió el  martilleo de su  corazón  y cómo su  excitación aumentaba  cuando la mano de él descendió por su muslo, con un gesto posesivo. Estar con Pedro disparaba su  adrenalina,  era  una  experiencia  de  tanta intensidad erótica que sus sentidos no dejaban de zumbar.

–¿De verdad no has tenido aventuras  –se odiaba por preguntarlo, por sonar como una mujer dependiente e insegura, pero una parte de ella no podía dejar de torturarse con esa idea.

–¿Tienes idea de cómo fue mi vida cuando te marchaste? –preguntó él, inmóvil.

–Incómoda. Supongo  que  mucha  gente te  dijo que  era  una  mujer sin corazón y que estabas mejor sin mí –el destello que vio en sus ojos le confirmó cuánto se había acercado a la verdad. Eso le dolió.

–Nunca me ha interesado la opinión de otras personas –la tranquilizó él.

–Te imaginaba pasándolo bien con montones de admiradoras.

–Esa  imaginación  tuya  necesita  mejorar  –introdujo  la  mano  en  su  pelo,  estudiando su rostro–. Desde que te fuiste mi única relación ha sido el trabajo, y algún flirteo con el whisky. Trabajaba dieciocho horas al día con la esperanza de caer en la cama demasiado agotado para pensar en tí. 

La ilusionó que la hubiera echado de menos.

–¿Funcionaba? –preguntó ella.

–No. Pero los beneficios de la empresa se han triplicado en dos años –sus ojos chispearon.

–Entonces no tuviste...

–No, ninguna. ¿Y tú?

–No.

–Por  lo  visto,  ni la ira  ni  el  dolor acaban  con  el amor.  Estaba  tan  enfadado por tu abandono que no profundicé más. Tal vez, si lo hubiera hecho, habríamos llegado antes a este punto.

Comenzó a besarla  y acariciarla  de  nuevo,  hasta hacerle  olvidar  todo  excepto la magia que creaban juntos.«Esto  es  lo  que  siempre  se  nos  dio  bien»,  pensó  ella  después,  con  la  mejilla apoyada en su pecho y el cabello desparramado por la almohada. Lo que no se les había dado tan bien había sido todo lo demás. Y él no era  el  único  culpable.  Ella  se había  cerrado,  había  tenido  miedo  de  dejarle  entrar en  su   vida.   Ni  siquiera  se  había   planteado darle una  segunda  oportunidad.

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