Pasearon por el pueblo medieval, explorando el entramado de estrechas calles y callejones. Seguramente parecían un par de amantes de vacaciones, pero Paula era consciente de que a él no lo motivaba el entorno romántico, sino el genuino deseo de salvar el abismo que los separaba. Ella no sabía si era posible.Había requerido un enorme salto de fe de su parte confiar en él, y la había dejado caer. No sabía si estaba lista para arriesgarse otra vez.Le llamó la atención el biquini de un escaparate y entró a probárselo. Mientras se miraba en el espejo, se dió cuenta de que hacía mucho que no disfrutaba de vacaciones. Desde su luna de miel. Sería una delicia pasar tiempo junto a la piscina leyendo un libro. Si conseguía relajarse lo bastante.No sabía qué hacían allí. Si eran unas vacaciones, una reconciliación o una prueba amor. No sabía si era posible arreglar lo que había ido mal entre ellos, pero sí sabía que no era la misma chica con la que él se había casado y cabía la posibilidad de que no le interesara.Entregó el biquini a la dependienta y Pedro insistió en pagarlo. Lo permitió porque sabía que le gustaba hacerle regalos. La dependienta aceptó su tarjeta de crédito y se ruborizó intensamente.Incluso con ropa informal tenía ese efecto en las mujeres. Y la mayor parte del tiempo ni se daba cuenta. O tal vez ya ni se fijaba.
–Esa chica estaba dispuesta a casarse contigo y tener tus bebés –dijo Paula cuando salieron de la tienda y vió que la chica la miraba con envidia.
–¿Qué chica? –preguntó Pedro.
–La de la tienda.
–Ya estoy casado. Y voy a seguir estándolo.
No comentó el resto de la frase y Puala se preguntó por qué lo había dicho. Intentar una reconciliación no tenía sentido; aunque arreglaran parte del asunto, otra parte no tenía solución. Pedro vió su expresión desolada y se hizo cargo de la situación. Apretó su mano y la llevó a una calle lateral, en sombra y relativamente vacía.
–Basta –la acorraló contra la pared–. Desde que me contaste lo que ocurrió, he estado esperando que sacaras el tema que te preocupa, pero no lo has hecho. He tenido que verte picotear la comida, cada vez más pálida mientras tu mente busca razones que justifiquen nuestra separación.
–No sé de qué hablas.
–Hablo de bebés. Estás pensando: «No tiene sentido arreglar esto porque no puedo tener hijos, y él no me querrá si no puedo tener hijos».
Era parte de la verdad y Paula sintió que las lágrimas le quemaban los ojos, porque la verdad era más complicada que esa. Él no tenía ni idea. Alarmada por su reacción emocional, parpadeó. Estaba cansada. Muy cansada.
–¿Ahora lees la mente?
–¿Estás diciendo que me equivoco?
–No –el problema era que había más. A pesar del calor, sintió un escalofrío–. Es una barrera más entre nosotros, eso es seguro.
–No para mí –la miró con ojos negros e intensos–. Te amo. Tengo que demostrártelo, pero te amo. Y siento no haber estado contigo cuando te dieron la noticia. No puedo ni imaginar lo horrible que debió de ser.
Paula no le dió ninguna pista. Era demasiado pronto y, además, sabía que sus sentimientos al respecto probablemente lo conmocionarían.
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