miércoles, 20 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 45

Pasearon por el pueblo medieval, explorando el entramado de estrechas calles y callejones.  Seguramente  parecían  un  par  de  amantes  de  vacaciones, pero  Paula era  consciente  de  que  a  él  no  lo  motivaba  el  entorno  romántico,  sino  el  genuino  deseo  de  salvar  el  abismo  que  los  separaba.  Ella  no  sabía  si  era posible.Había  requerido  un  enorme  salto  de  fe  de  su  parte  confiar  en  él,  y  la  había dejado caer. No sabía si estaba lista para arriesgarse otra vez.Le  llamó  la  atención  el  biquini  de  un  escaparate  y  entró  a  probárselo.  Mientras  se  miraba  en  el  espejo,  se  dió  cuenta  de  que  hacía  mucho  que  no  disfrutaba  de  vacaciones.  Desde  su  luna  de  miel.  Sería  una  delicia  pasar  tiempo junto a la piscina leyendo un libro. Si conseguía relajarse lo bastante.No sabía qué hacían allí. Si eran unas vacaciones, una reconciliación o una  prueba  amor.  No  sabía  si  era  posible  arreglar  lo  que  había  ido  mal  entre  ellos, pero sí sabía que no era la misma chica con la que él se había casado y cabía la posibilidad de que no le interesara.Entregó  el  biquini  a  la  dependienta  y  Pedro insistió  en  pagarlo.  Lo  permitió  porque  sabía  que  le  gustaba  hacerle  regalos.  La  dependienta  aceptó su tarjeta de crédito y se ruborizó intensamente.Incluso  con  ropa  informal  tenía  ese  efecto  en  las  mujeres.  Y  la  mayor  parte del tiempo ni se daba cuenta. O tal vez ya ni se fijaba.

–Esa  chica  estaba  dispuesta  a  casarse  contigo  y  tener  tus  bebés –dijo Paula cuando salieron de la tienda y vió que la chica la miraba con envidia.

–¿Qué chica? –preguntó Pedro.

–La de la tienda.

–Ya estoy casado. Y voy a seguir estándolo.

No  comentó  el  resto  de  la  frase  y  Puala se  preguntó  por  qué  lo  había dicho. Intentar una reconciliación no tenía sentido; aunque arreglaran parte del asunto, otra parte no tenía solución. Pedro vió  su  expresión  desolada  y  se  hizo  cargo  de  la  situación.  Apretó su mano y la llevó a una calle lateral, en sombra y relativamente vacía.

–Basta –la  acorraló  contra  la  pared–.  Desde  que  me  contaste  lo  que  ocurrió, he estado esperando que sacaras el tema que te preocupa, pero no lo has  hecho.  He  tenido  que  verte  picotear  la  comida,  cada  vez  más  pálida  mientras tu mente busca razones que justifiquen nuestra separación.

–No sé de qué hablas.

–Hablo  de  bebés.  Estás  pensando:  «No  tiene  sentido  arreglar  esto  porque no puedo tener hijos, y él no me querrá si no puedo tener hijos».

Era parte de la verdad y Paula sintió que las lágrimas le quemaban los ojos,  porque  la  verdad  era  más  complicada  que  esa.  Él  no  tenía  ni  idea.  Alarmada  por  su  reacción   emocional, parpadeó.   Estaba   cansada.   Muy cansada.

–¿Ahora lees la mente?

–¿Estás diciendo que me equivoco?

 –No –el  problema era  que  había  más.  A  pesar  del  calor,  sintió  un  escalofrío–. Es una barrera más entre nosotros, eso es seguro.

–No para mí –la miró con ojos negros e intensos–. Te amo. Tengo que demostrártelo, pero te amo. Y siento no haber estado contigo cuando te dieron la noticia. No puedo ni imaginar lo horrible que debió de ser.

Paula no le dió  ninguna  pista.  Era demasiado  pronto  y,  además,  sabía  que sus sentimientos al respecto probablemente lo conmocionarían.

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