miércoles, 27 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 57

–Pensé que tenía prohibida la entrada en la casa –Paula temblaba tanto que no estaba segura de que las piernas fueran a soportar su peso.

–Ya no. Tengo una  sorpresa  para  tí.  Un  regalo  –agarró  su  mano  y  frunció el ceño–. Tienes la mano fría. ¿Estás bien?

–Estoy perfectamente.

Quería decirle que no necesitaba regalos de él, pero solo podía pensar en que iba a hacer que la viera un médico y eso era lo último que quería.

–Estoy deseando que lo veas.

–¿Al médico?

–Hablo de mi regalo –la miró con indulgencia.

–Ah.  Seguro que me encantará  –consiguió decir ella. 

Sabía que tenía que decirle la verdad. Volvieron a  la casa y  Pedro la  llevó  al  despacho,  una  de  sus  habitaciones  favoritas.  Se  detuvo  con  la  mano  en  el  pomo  y  ella  se  preguntó  qué regalo podía merecer tanto drama.

–Dijiste que no pensaba en lo que tú querías. Que mis regalos no eran personales –tenía  la  voz ronca y la miraba expectante–.  Este regalo es muy  personal y espero que te demuestre cuánto te amo.

Ella quería decirle que no importaba cuánto la amara, que su relación no tenía  futuro  si  seguía esperando que  tuvieran  hijos,  pero no  tuvo oportunidad,  porque él abrió la puerta y dió un paso atrás. Paula tragó saliva, atónita. Lo  que  había  sido  un  despacho  de  alta   tecnología, había sido transformado en biblioteca. Había altas estanterías de madera clara, talladas a mano, en todas las paredes. El escritorio de Pedro había sido sustituido por dos enormes sofás que invitaban a sentarse a leer. Pero lo que más le llamó la atención era que las estanterías ya estaban llenas de libros. Paula fue hacia ellas con piernas temblorosas y un nudo en la garganta. Vió muchos de sus libros favoritos, y otros muchos que no había leído.Tendría que haber sido el regalo perfecto. Habría sido el regalo perfecto si no hubiera sabido que su amor no tenía futuro. Recordó la  vez  que,  siendo una niña,  alguien  le  había  dado  un  globo  grande y reluciente, que había estallado unos instantes después. Ladeó  la  cabeza  y  miró  los  libros.  Su  globo  reluciente.  Sacó  uno  y  lo  examinó.

–Es una primera edición.

–Sí. Y antes de que digas nada, tuve ayuda buscándolos, porque no soy ningún  experto  en  libros  antiguos.  Pero  la  idea  fue  mía.  Y  les  dí  una  lista. Me puse en  contacto  con  esa  maestra  de  la  que  hablaste,  la  estimable  señorita Hayes,  y  ella me  puso  al  corriente  de  lo  que  debería  haber  en  una  biblioteca  británica bien provista.

–¿La  señorita  Hayes?  ¿Cómo  la  encontraste?  –el  nudo  que  tenía  en  la  garganta era enorme.

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