lunes, 18 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 40

Al  principio  de  casarse  ella  había  odiado  el  nivel  de  seguridad  que  él  insistía  en  tener,  pero  había  estado  dispuesta  a  aceptar  a  los  perros.  Con  su  humor  habitual,  Pedro les  había  llamado  Rambo  y  Terminator,  y  la  habían  acompañado  a  todas  partes.  Dejar  a  los perros  era  otra  de  las  cosas  que  le  había roto el corazón al marcharse de la isla.

–¿Por  qué  no  me habías preguntado  por  ellos?  –preguntó  Pedro observándolos divertido.

–No  me  atrevía. Los echaba tanto  de  menos...  –abrazó a  Rambo,  que  gemía  de  placer  al  verla,  y  apretó  el  rostro  contra  su  piel  negra–.  No  habría  podido soportar oír que los habías vendido o algo así.

–Nunca los  habría  vendido  –dijo  él,  observándola  con  una  expresión extraña.

–No, supongo que no –acarició a Terminator, que ladraba con alegría–. Son demasiado valiosos.

–Esa  no  es  la  razón  –con  mirada  enigmática,  señaló  la  puerta–.  ¿Te  interesa ver tu casa?

–¿Casa? ¿Ahora  vives  aquí?  –Paula se  puso  en  pie  lentamente. 

El  asunto  era  muy significativo. Taormina era su sitio. Era donde habían compartido el primer beso. Donde él le había dicho por primera vez que la amaba. Las mejores partes de su relación  habían  tenido  lugar  en  ese  exquisito  rincón  de  la  isla.  Habían  paseado  de  la  mano  por  las  floridas  calles, cenado tranquilamente en  alguna  de  las  muchas e íntimas  plazas.  Pero  no  habían  estado en ningún sitio tan perfecto, privado y exclusivo como ese castillo. Tan romántico.

–¿Cuándo lo compraste?

–Lo compré cuando estábamos  casados, pero necesitaba mucho trabajo. Iba a ser una sorpresa.

–¿Cuando estábamos casados? –a Paula le dio un vuelco el corazón.

–Era un regalo para tí. Desde que ví cuánto te gustaba esto, busqué una propiedad.  Tardé  dieciocho  meses  en  persuadir  a  los  dueños  para  que  vendieran.  Otros  seis  meses  en  hacer  las  reformas  necesarias  –inspiró  con  fuerza–.  Y  entonces  te  fuiste  –la  emoción  de  su  voz  hizo  que  a  ella  se  le  cerrara la garganta.

Cuando  él  le  ofreció  la  mano,  ella  titubeó.  Aceptarla  voluntariamente  le  parecía un gran paso y no estaba segura de querer darlo. Tras un instante de indecisión puso la mano en la de él, y le oyó soltar el aire lentamente.Él apretó su mano y la condujo a una terraza con vistas al mar.

–¿Qué te parece? ¿Tiene tu aprobación?

Paula miró  el  castello  y  se  sintió  abrumada  por  su  belleza.  La  enorme  riqueza de Pedro siempre había sido parte de él, pero a ella nunca le había interesado. Siempre había creído que su riqueza no podía comprar nada que la emocionara.

Hasta ese momento.

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