lunes, 18 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 38

Pedro condujo  rápido,  sorteando  el  tráfico  hasta  que  la  carretera  se  despejó.  Entonces  pisó  el  acelerador  a  fondo.  Paula sonrió  al  sentir  el  estallido de velocidad y fuerza, porque le gustaba la sensación tanto como a él.O tal vez fuera porque la capota estaba bajada y el sol caía sobre ellos, haciendo que hasta lo imposible pareciera posible. Todo seguía  allí,  por  supuesto,  las  dudas,  la  preocupación  y  esa  otra  emoción de la que él no sabía nada. Pero con la brisa agitando su cabello y el sol en la cara, podía olvidarlo todo un momento.No  lo  habría  admitido  ni  en  un  millón  de  años,  pero  adoraba  verlo  conducir.   Adoraba   la   confianza   con   la   que   manejaba   el   coche,   el   sutil   movimiento  de  sus  dedos  al  cambiar  de  marcha,  la  tensión  del  poderoso  músculo  del  muslo  cuando  pisaba  el  acelerador.  Pedro hacía  que  conducir  fuera  sexy.  Para ella,  todo lo que hacía  era  sexy,  y  esa  incurable  atracción  había provocado su caída.

–¿Y los  guardaespaldas?  –Paula  miró  hacia  atrás  por  encima  del  hombro.

–Es posible que los haya perdido cuando salí de la villa. Tenía prisa –su sonrisa  era  dulce  y  devastadora  a  un  tiempo–.  No  te  preocupes.  Yo  puedo  protegerte y, además, hay equipo de seguridad en el lugar al que vamos.

–Ah –Paula había  tenido  la  esperanza de  ir  a  un  lugar  discreto  y  privado, pero controló su decepción–. ¿Adónde vamos?

–Es una sorpresa. Pero puedes confiar en que tu felicidad encabeza mi lista de prioridades.

Ella podría haber dicho que no había sido el caso en el pasado, pero se mordió la lengua.

–¿He estado allí antes?

–No exactamente.

Resignándose al hecho de que no iba a darle pistas, recostó la cabeza y contempló el paisaje.

–Vamos  hacia  el  monte  Etna.  ¿Vas a  irarme  al  cráter  de  un  volcán  en  activo y acabar conmigo?

–Es una idea tentadora  –curvó  los  labios–.  Y  sí,  vamos  en  dirección  hacia el Etna.

–Siempre me ha encantado esta parte de Sicilia.

–Lo  sé  –Pedro dejó  la  autopista  y  tomó  una  sinuosa  carretera  ascendente.

–¿Taormina? –a  ella  le  dió  un  bote  el  corazón  al  comprender  adónde  iban–.  ¿Me  llevas  a  Taormina? 

Habían  pasado  allí  parte  de  su  luna  de  miel  y  ella se había enamorado del lugar. Era una atracción turística, pero con razón.El  pueblo  medieval,  colgado  de  un  acantilado  sobre  el  multicolor  mar  Mediterráneo, llevaba siglos inspirando a poetas y artistas de todo tipo.

–¿Vamos  al  mismo  hotel?  –preguntó  Paula. 

Su  sonrisa  se  desvaneció  ante la idea.

–No. Me gustaría que confiaras en mí.

–Estoy intentándolo.

–Inténtalo con más ganas.

Ella contuvo el aliento mientras negociaban la estrecha carretera, uno de cuyos   lados   caía   en  picado  hasta  el  mar.  Estaban  en  la  Sicilia  más espectacular, donde montañas y mar se unían en dramática perfección. Allí, en la  ladera,  estaban las ruinas del  Teatro Greco, uno de los  yacimientos arqueológicos más famosos de Sicilia.

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