Pedro condujo rápido, sorteando el tráfico hasta que la carretera se despejó. Entonces pisó el acelerador a fondo. Paula sonrió al sentir el estallido de velocidad y fuerza, porque le gustaba la sensación tanto como a él.O tal vez fuera porque la capota estaba bajada y el sol caía sobre ellos, haciendo que hasta lo imposible pareciera posible. Todo seguía allí, por supuesto, las dudas, la preocupación y esa otra emoción de la que él no sabía nada. Pero con la brisa agitando su cabello y el sol en la cara, podía olvidarlo todo un momento.No lo habría admitido ni en un millón de años, pero adoraba verlo conducir. Adoraba la confianza con la que manejaba el coche, el sutil movimiento de sus dedos al cambiar de marcha, la tensión del poderoso músculo del muslo cuando pisaba el acelerador. Pedro hacía que conducir fuera sexy. Para ella, todo lo que hacía era sexy, y esa incurable atracción había provocado su caída.
–¿Y los guardaespaldas? –Paula miró hacia atrás por encima del hombro.
–Es posible que los haya perdido cuando salí de la villa. Tenía prisa –su sonrisa era dulce y devastadora a un tiempo–. No te preocupes. Yo puedo protegerte y, además, hay equipo de seguridad en el lugar al que vamos.
–Ah –Paula había tenido la esperanza de ir a un lugar discreto y privado, pero controló su decepción–. ¿Adónde vamos?
–Es una sorpresa. Pero puedes confiar en que tu felicidad encabeza mi lista de prioridades.
Ella podría haber dicho que no había sido el caso en el pasado, pero se mordió la lengua.
–¿He estado allí antes?
–No exactamente.
Resignándose al hecho de que no iba a darle pistas, recostó la cabeza y contempló el paisaje.
–Vamos hacia el monte Etna. ¿Vas a irarme al cráter de un volcán en activo y acabar conmigo?
–Es una idea tentadora –curvó los labios–. Y sí, vamos en dirección hacia el Etna.
–Siempre me ha encantado esta parte de Sicilia.
–Lo sé –Pedro dejó la autopista y tomó una sinuosa carretera ascendente.
–¿Taormina? –a ella le dió un bote el corazón al comprender adónde iban–. ¿Me llevas a Taormina?
Habían pasado allí parte de su luna de miel y ella se había enamorado del lugar. Era una atracción turística, pero con razón.El pueblo medieval, colgado de un acantilado sobre el multicolor mar Mediterráneo, llevaba siglos inspirando a poetas y artistas de todo tipo.
–¿Vamos al mismo hotel? –preguntó Paula.
Su sonrisa se desvaneció ante la idea.
–No. Me gustaría que confiaras en mí.
–Estoy intentándolo.
–Inténtalo con más ganas.
Ella contuvo el aliento mientras negociaban la estrecha carretera, uno de cuyos lados caía en picado hasta el mar. Estaban en la Sicilia más espectacular, donde montañas y mar se unían en dramática perfección. Allí, en la ladera, estaban las ruinas del Teatro Greco, uno de los yacimientos arqueológicos más famosos de Sicilia.
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