miércoles, 13 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 26

El pantalón cayó al suelo, seguido por el vestido de seda. Después él la tumbó de espaldas y la melena suelta cayó sobre las sábanas como chocolate fundido sobre nata montada. Solo una diminuta prenda de encaje la protegía de él,  y  no  tardó  en  arrancársela.  Esa vez no  iba a  permitir  que le  escondiera nada, ni un milímetro de su ser. La cubrió con su cuerpo, dispuesto a utilizar su peso  para  retenerla,  pero ella se aferró  a  su  cuello,  buscando su  boca.  Como un hombre desfallecido, calmó su hambre en los labios de ella, que gimiendo y enredando los dedos en su pelo, exigía tanto como daba. Con la lengua en su boca,  una  mano  moldeaba  la  curva  de  su  mejilla  mientras  la  otra  buscaba la tentadora curva de su seno.Los  detalles  se  difuminaron  mientras  saboreaban, tocaban  e incitaban. Era un encuentro salvaje, casi violento, y hubo un momento en el que, mientras rodaban  enredados, ansiosos como  animales,  él  no supo si ella luchaba o lo  animaba.  Clavó los dientes  en  su  hombro y ella  emitió un  sollozo  que  se transformó  en  gemido cuando  él  introdujo  una  mano  entre  sus  muslos.  Los  dedos  se  deslizaron  en  la  húmeda  cavidad  y ella se estremeció  de  placer.  La  tocó  con  destreza  y  su  respuesta  confirmó  lo  que  había  sospechado:  estaba  tan  loca  por  él,  como  él  por  ella.  Allí,  en  la  situación  más  íntima,  no  podía  esconderse de él. Y él no podía esconderse de la verdad.No quería un divorcio.Quería a su esposa. Allí. En ese momento. Para siempre. Con un gruñido, Pedro descendió por su cuerpo y utilizó la boca para dominar   a   esa   mujer  que  lo tenía hechizado. Lamió  trazando círculos diminutos, sintiendo  la  carne  aterciopelada  tensarse  sobre  sus  dedos,  hasta  que ella gritó su nombre y estalló en mil pedazos.Tentación  y  sensación.  Se consideraba  un  hombre  controlado,  pero  el  control  no  existía  con  ella  desnuda  bajo él. Sin  piedad  ni  pausa,  la  llevó  al  clímax  una  y  otra  vez.  Después,  se  situó  sobre  ella  y  la  penetró  con  una  embestida de pura posesión.Era suya y siempre lo había sido.La abrasadora pasión le hizo cerrar los ojos.Sintió que el cuerpo de ella se tensaba y su mente se quedó en blanco. Siempre  había  sido  así  entre  ellos,  era  mucho  más  que  sexo.  Era  una  unión  que  iba  más  allá  de  lo  meramente  físico.  Fuera lo que  fuera  mal,  el  sexo  siempre lo había solucionado. Olvidándolo todo menos el momento, la penetró una y otra vez, haciéndola suya de todas las formas posibles. La explosión de placer fue la culminación de dos años de privación y abstinencia. Una tormenta destructiva  que  acabó  con  sus  diferencias.  Una  y  otra  vez,  en  oleadas,  sus  cuerpos experimentaron algo cercano a la fusión sexual.

Al notar que ella lloraba, intentó despejarse de la pasión, pero el impacto de  lo  que  habían  compartido  lo  había  debilitado;  se  sentía  impotente  para  detener  las  lágrimas  que  surcaban  sus  mejillas  y  los  sollozos  incoherentes  contra sus labios.Para entender lo que decía, apartó la boca de la suya. «No puedo volver a hacer esto...», creyó oír.La emoción le oprimió el pecho y le cerró la garganta. Maldijo y la apretó contra sí, en un gesto posesivo y protector.Ella  tembló  y  sollozó,  empapándole  el  pecho.  Dos  años  antes  lo  habría  consternado que alguien le dijera que lo complacería verla llorar. Pero sí sentía una alegría salvaje, primitiva, porque Paula rara vez mostraba sus emociones. Que  lo  estuviera  haciendo  indicaba  que  se  sentía  debilitada  y  vulnerable,  en  ese estado podría persuadirla para que hablara.Tal vez fuera cruel aprovecharse. Ella ya lo había acusado de crueldad. Pero él no era persona que se rindiera cuando era necesario hacer algo.Le apartó el pelo húmedo del rostro y secó sus ojos. Su respiración era discontinua, jadeante, pero no había indicios de un ataque de asma. Eso era un alivio, porque no iba a permitir que nada, ya fuera volcán, terremoto o su propia conciencia, interrumpiera la conversación.Hizo  acopio  de  resolución  y  la  miró,  no  podía  permitir  que  volviera  a  levantar sus barreras. Seguía dentro de ella, aún duro, gracias al impresionante efecto  que  ejercía  en  él.  Ella  tenía  los  ojos  rojos  e  hinchados,  y  la  boca  amoratada por sus besos. Era imposible una situación más íntima. Y él quería eso. Lo quería todo.Todo lo que habían perdido, y mucho más.Tomó su barbilla con la mano y giró su rostro para que lo mirara.

–Ahora dime que no estás enamorada de mí.

Paula estaba  conmocionada  por  el  torrente  de  emociones   y  el  impresionante sexo. Agotada física y emocionalmente, solo quería ponerse de lado  y  apoyar  la  cabeza  en  la  almohada.  Pero él, sobre  ella  y aguantando  el  peso en los codos, se lo impedía. Intentó apartarse, pero estaban entrelazados en todos los sentidos. Aún lo sentía en su interior, duro.

–No te muevas...

–Entonces muévete tú...

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