El pantalón cayó al suelo, seguido por el vestido de seda. Después él la tumbó de espaldas y la melena suelta cayó sobre las sábanas como chocolate fundido sobre nata montada. Solo una diminuta prenda de encaje la protegía de él, y no tardó en arrancársela. Esa vez no iba a permitir que le escondiera nada, ni un milímetro de su ser. La cubrió con su cuerpo, dispuesto a utilizar su peso para retenerla, pero ella se aferró a su cuello, buscando su boca. Como un hombre desfallecido, calmó su hambre en los labios de ella, que gimiendo y enredando los dedos en su pelo, exigía tanto como daba. Con la lengua en su boca, una mano moldeaba la curva de su mejilla mientras la otra buscaba la tentadora curva de su seno.Los detalles se difuminaron mientras saboreaban, tocaban e incitaban. Era un encuentro salvaje, casi violento, y hubo un momento en el que, mientras rodaban enredados, ansiosos como animales, él no supo si ella luchaba o lo animaba. Clavó los dientes en su hombro y ella emitió un sollozo que se transformó en gemido cuando él introdujo una mano entre sus muslos. Los dedos se deslizaron en la húmeda cavidad y ella se estremeció de placer. La tocó con destreza y su respuesta confirmó lo que había sospechado: estaba tan loca por él, como él por ella. Allí, en la situación más íntima, no podía esconderse de él. Y él no podía esconderse de la verdad.No quería un divorcio.Quería a su esposa. Allí. En ese momento. Para siempre. Con un gruñido, Pedro descendió por su cuerpo y utilizó la boca para dominar a esa mujer que lo tenía hechizado. Lamió trazando círculos diminutos, sintiendo la carne aterciopelada tensarse sobre sus dedos, hasta que ella gritó su nombre y estalló en mil pedazos.Tentación y sensación. Se consideraba un hombre controlado, pero el control no existía con ella desnuda bajo él. Sin piedad ni pausa, la llevó al clímax una y otra vez. Después, se situó sobre ella y la penetró con una embestida de pura posesión.Era suya y siempre lo había sido.La abrasadora pasión le hizo cerrar los ojos.Sintió que el cuerpo de ella se tensaba y su mente se quedó en blanco. Siempre había sido así entre ellos, era mucho más que sexo. Era una unión que iba más allá de lo meramente físico. Fuera lo que fuera mal, el sexo siempre lo había solucionado. Olvidándolo todo menos el momento, la penetró una y otra vez, haciéndola suya de todas las formas posibles. La explosión de placer fue la culminación de dos años de privación y abstinencia. Una tormenta destructiva que acabó con sus diferencias. Una y otra vez, en oleadas, sus cuerpos experimentaron algo cercano a la fusión sexual.
Al notar que ella lloraba, intentó despejarse de la pasión, pero el impacto de lo que habían compartido lo había debilitado; se sentía impotente para detener las lágrimas que surcaban sus mejillas y los sollozos incoherentes contra sus labios.Para entender lo que decía, apartó la boca de la suya. «No puedo volver a hacer esto...», creyó oír.La emoción le oprimió el pecho y le cerró la garganta. Maldijo y la apretó contra sí, en un gesto posesivo y protector.Ella tembló y sollozó, empapándole el pecho. Dos años antes lo habría consternado que alguien le dijera que lo complacería verla llorar. Pero sí sentía una alegría salvaje, primitiva, porque Paula rara vez mostraba sus emociones. Que lo estuviera haciendo indicaba que se sentía debilitada y vulnerable, en ese estado podría persuadirla para que hablara.Tal vez fuera cruel aprovecharse. Ella ya lo había acusado de crueldad. Pero él no era persona que se rindiera cuando era necesario hacer algo.Le apartó el pelo húmedo del rostro y secó sus ojos. Su respiración era discontinua, jadeante, pero no había indicios de un ataque de asma. Eso era un alivio, porque no iba a permitir que nada, ya fuera volcán, terremoto o su propia conciencia, interrumpiera la conversación.Hizo acopio de resolución y la miró, no podía permitir que volviera a levantar sus barreras. Seguía dentro de ella, aún duro, gracias al impresionante efecto que ejercía en él. Ella tenía los ojos rojos e hinchados, y la boca amoratada por sus besos. Era imposible una situación más íntima. Y él quería eso. Lo quería todo.Todo lo que habían perdido, y mucho más.Tomó su barbilla con la mano y giró su rostro para que lo mirara.
–Ahora dime que no estás enamorada de mí.
Paula estaba conmocionada por el torrente de emociones y el impresionante sexo. Agotada física y emocionalmente, solo quería ponerse de lado y apoyar la cabeza en la almohada. Pero él, sobre ella y aguantando el peso en los codos, se lo impedía. Intentó apartarse, pero estaban entrelazados en todos los sentidos. Aún lo sentía en su interior, duro.
–No te muevas...
–Entonces muévete tú...
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