miércoles, 27 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 58

–Soy  un  hombre  con  influencias,  ¿Recuerdas? –pero su  voz tenía  un  deje de incertidumbre que ella no había oído nunca–. ¿Te gusta?

–Oh,  sí –que hubiera hecho eso  por  ella, hacía que todo lo demás pareciera mucho peor.

–Tengo otra cosa para tí –recogió un paquete envuelto de la mesa y se lo dió–. Quiero que leas este libro primero.

Paula se preguntó por qué había envuelto ese en concreto. Tras quitar el papel descubrió un libro de cuentos de hadas bellamente encuadernado.

–Oh... –se le cascó la voz y agarró el libro con fuerza, incapaz de hablar por culpa de la emoción.

–Dijiste que nunca tuviste uno de niña. Pensé que había que remediarlo –le quitó el libro de las manos e inclinó la cabeza hacia ella–. En los cuentos de hadas  también  pasan  cosas  malas,  pero eso no significa que no pueda haber un final feliz.  La  princesa  siempre  consigue al hombre guapo y  rico, aunque  haya manzanas envenenadas y ruecas malignas por el camino.

–No sé qué decir –Paula tragó saliva.

–Pensé que te gustaría. Que te haría feliz –la miró consternado.

Era el momento  de  decirle  que  no  quería  ver  al  médico que  había  buscado. Tenía que explicarse.

–Soy  feliz.  Me  encanta.  Y me emociona  muchísimo que  te  hayas  acordado... –las  lágrimas  empezaron  a  derramarse  por  sus  mejillas. 

Él soltó  una imprecación y la abrazó con fuerza.

–Comprendí  que  tenías  razón  al  decir  que  no  te  había  hecho  regalos  personales. Asumía que un diamante sería bien recibido, sin pensar que para tí no sería especial.

–Ahora me siento como una desagradecida –murmuró ella, apretando el rostro  húmedo  contra su pecho–.  No es que no me gusten los diamantes.  Es que sé que  has  regalado  muchos  y no implican  amor. Pero  esto...  –alzó  la  cabeza y miró las filas de libros– es tan especial.

–Quería que fuera una sorpresa. Te perdiste la infancia y quiero darte un curso intensivo.

–Te quiero –Paula, sintiéndose fatal, lo rodeó con los brazos.

–¿Puedes repetirlo? –la besó con alivio.

–Te quiero.

Posiblemente fuera el momento más sincero de su matrimonio.  La  emoción era  un  afrodisíaco  tan  potente como  la  atracción  física  que  los  consumía  a  ambos.  Segundos  después estaban  desnudos sobre la alfombra, con los libros como únicos testigos de su insaciable deseo. Bastaba un beso  devastador para  que  ella  se  convirtiera  en  un  ser  apasionado y complaciente. Y el beso no se limitaba a sus bocas, sino que se extendía por sus cuerpos, entrelazados y pulsantes. Ella clavó las uñas en sus hombros,  sintiendo  los  músculos  largos  y  duros.  Él deslizó  la  mano  entre  sus  muslos y sus dedos la exploraron con destreza, convirtiendo su ardor en pura llamarada.

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