lunes, 4 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 10

–No lo he pensado –apretó los dientes.

–¿No? –Federico miró  a  una  bonita  rubia–.  Muchos hombres no te culparían si lo hicieras. No se puede negar que Paula está de escándalo.

–Si no quieres  entregar  a nuestra  hermana luciendo un ojo morado  –gruñó Pedro–, no digas que mi esposa está de escándalo.

–No es tu esposa.  Está a  punto de ser  tu  ex esposa. Cuanto  antes, mejor.

–Creí que Paula te gustaba.

–Eso era antes de que te dejara –Federico seguía mirando a la rubia–. ¿Mi consejo? Ella no merece la pena. Deja que se la quede otro hombre.

De  repente,  Pedro vió  rojo.  Estrelló el puño en  la  mandíbula  de  su  hermano y lo aplastó contra la pared. Federico tardó un instante en recuperarse de la sorpresa, después lanzó el peso contra su hermano y cambió de posición. Pedro se encontró contra la pared.  La  piedra  se  le  clavaba  en  la  espalda  y  unas  manos  de  hierro  lo atrapaban.

–¡Basta! Paren, los dos –clamó Hernán, un amigo de Pedro de toda la vida, que además era el abogado que se encargaba de los trámites de divorcio. Los separó y se interpuso entre ellos–.  Calma. No los había visto pelearse  desde los dieciséis años. ¿Qué pasa aquí?

–Le he sugerido que deje que otro hombre se quede con Paula –dijo Federico, mirando fijamente a su hermano y tocándose la mandíbula.

Pedro dió  un paso hacia delante,  pero  Hernán plantó  una  mano  en  el  centro de su pecho. Federico , sorprendentemente tranquilo, se ajustó la corbata.

–Sírvete champán, Hernán. Estamos bien.

–¿Seguro? –el abogado miró hacia la terraza. Por suerte, nadie parecía haber notado lo ocurrido–. Hace un momento estabas fuera de control.

–No estaba fuera de control... –Federico se lamió el labio partido– quería la respuesta  a  una pregunta y ahora la tengo  – miró  a  Pedro mientras  Hernán se alejaba–.  Si  eso  es  amor,  me  alegro  de  haberlo  evitado  tanto  tiempo  porque, desde donde yo lo veo, parece un infierno.

–No es amor –refutó Pedro.

–¿No? –Federico enarcó  una  ceja  y  se  limpió  la  sangre  de  la  boca  con  el  dorso de la mano–. Entonces, deberías preguntarte por qué me has atizado por primera vez en casi dos décadas.

–Has sugerido... –fue incapaz de repetirlo.

–Era para comprobar cuánto has progresado en estos últimos dos años. La respuesta es que no mucho –agarró dos copas de champán de una bandeja y le dió una a su hermano–. Bebe. Te va a hacer falta. Ya pensaba que tenías un problema, pero es mucho mayor de lo que imaginaba.

–Pedro acaba  de  darle  un  puñetazo  a  Federico.  Un  horror,  la  verdad,  porque  ahora  saldrá con  la  barbilla  morada en  mis fotos de boda  –alzando el vestido  para  no  arrugarlo,  Luciana se  arrodilló  en  el  asiento  empotrado  bajo  la  ventana  para  ver  mejor  el  patio–.  Y  ahora  Fede lo  tiene  apretado  contra  la  pared.  No  les  he  visto  pelear  desde  que  eran  adolescentes.  Apuesto  por  Pepe, pero podría ser muy reñido.

–¿Está herido? –imaginándose a Pedo inmóvil e inconsciente, Paula corrió a la ventana–. Oh, Dios, alguien debería apartar a Federico de...

–Pedro está  bien.  Sigue siendo  el más  fuerte  –Luciana la  miró–.  Pensé  que no sentías nada por él.

–Que no lo ame no significa que quiera verlo herido –Paula se lamió los labios–. ¿Por qué crees que están peleando?

–Por  tí,  por  supuesto.  ¿Por qué si no?  –Luciana miró  la  cintura  de  Paula con envidia–. Tienes buen aspecto para estar en plena crisis de relación. Haría cualquier cosa por tener tus abdominales.

–Cualquier cosa menos ejercicio –dijo Paula.

–Me conoces muy bien –Luciana sonrió y levantó la copa de vino–. ¿Es que esto no cuenta?

–No quiero que  peleen por mi culpa  –Paula volvió a mirar por  la ventana. La idea de Pedro herido hacía que se sintiera físicamente enferma. Se sentó en asiento de la ventana, junto a Dani–. Baja y detenlos.

–De eso nada. Podría mancharme el vestido de sangre. ¿Te gusta? Es de ese diseñador italiano del que tanto hablan  –Luciana estiró  la  tela–.  Es  tradicional llevar verde la noche antes de la boda. Pero ya lo sabes, tú llevaste un fantástico vestido verde la noche antes de casarte con Pedro.

Paula sentía el pecho tenso. La sensación había ido empeorando desde el horrible viaje en coche del aeropuerto a la villa. Reconociendo las señales de un  inminente ataque  de asma, abrió su bolso para comprobar que llevaba el inhalador. Para ella el detonante  siempre  había  sido  el  estrés,  y  su  nivel  de  estrés no dejaba de crecer desde su llegada a Sicilia.

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