Cuando su cerebro asimiló la cruda y terrible verdad, fue al baño y vomitó con violencia. Un caleidoscopio de imágenes inundaba su mente. Paula aferrando el auricular, confesando que tenía un mal presentimiento. Él, apagando el teléfono antes de entrar a la reunión. Y la peor: un grupo de cirujanos luchando por salvar la vida a la mujer a la que amaba. Una vida que él no había creído en peligro.Un amor en el que ella no creía.Para intentar despejarse, se metió bajo la ducha y dió la máxima presión al agua fría. Minutos después tiritaba, pero su cerebro seguía sin funcionar. No podía dejar de imaginarla en una habitación de hospital, sola y sintiéndose rechazada. La acusación de que le había obligado a confiar en él no dejaba de resonar en su mente. Recordaba con claridad la llamada telefónica, incluido el momento en que había otorgado su confianza al médico y quitado importancia a su ansiedad.
Pedro cerró la ducha, se enrolló una toalla a las caderas y fue al dormitorio, intentando recordar dónde había dejado su teléfono móvil. Miró su traje, tirado por el suelo.«Ella había estado a punto de morir».Levantó el pantalón del suelo y buscó en los bolsillos. El teléfono no estaba.«¿Por qué no le habían llamado del hospital cuando ella ingresó?».Distraído, levantó la chaqueta y el teléfono cayó al suelo con un golpe sonoro. «Roto», pensó. Igual que todo lo que le rodeaba. Por su descuido.Intentando no comparar la grieta de la pantalla con el estado de su matrimonio, marcó el número del hospital. El teléfono funcionaba.Su reputación hizo que lo pusieran en contacto con la persona indicada un momento después. Tembloroso, se sentó en el sofá.Cuando el médico se negó a darle información del historial de Laurel sin el permiso de ella, insistió, pero ser su esposo no le daba ningún derecho, y el hombre antepuso la confidencialidad del paciente.Descompuesto, se puso la ropa que había llevado la noche anterior y metió el teléfono rajado en el bolsillo del pantalón. El médico no habría podido decirle nada que cambiara cómo se sentía. Los detalles eran irrelevantes.
Él era quien siempre decía que era necesario moverse hacia delante. En cambio, estaba allí parado, anclado en el pasado mientras ella subía a un avión con la intención de alejarse de él.Tenía que detenerla.Abotonándose la camisa, Pedro agarró las llaves del coche y salió de la villa corriendo. Subió al deportivo, arrancó e inició una carrera desenfrenada. Dejó a su asombrado equipo de seguridad envuelto en una nube de polvo blanco. Parte de él sabía que se estaba comportando como un loco, pero le daba igual.Ella hacía que se comportara como nunca lo había hecho antes.
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