miércoles, 6 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 11

–No  quiero  hablar  de  mi  boda.  ¿Cómo  puedes  pensar  en  vestidos con  tus hermanos peleándose?

–Crecí viendo a mis hermanos pelearse, no me impresiona; pero admito que es más divertido ahora que son más musculosos. No hay que preocuparse hasta que se quitan  la  camisa  –Luciana miró  de  nuevo–.  Deberías  sentirte  halagada. Está bien que los hombres peleen por tí. Es romántico.

–No está bien y no es nada romántico que dos hombres no sepan controlar su  genio  –Paula deseó  poder  quedarse  donde  estaba. Ocultarse el resto de la velada–. No quiero que peleen.

–Físicamente están a la  par, pero un hombre que defiende a la mujer que ama  seguramente tiene más  fuerza,  y por eso  Pedro lleva ventaja.  Me  encantan tus zapatos, ¿Los compraste en Londres?

Paula se levantó y fue hacia el otro extremo de  la habitación,  para no mirar al patio.

–Pedro no me ama. Apenas nos soportamos.

–Ya. Por eso tú estás  paseando de arriba abajo y él está apaleando a Federico.  Por  indiferencia  –dijo  Luciana exasperada–.  ¿Sabes cuántas mujeres han perseguido a Pepe desde su adolescencia?

–¿Qué importancia tiene eso?  –a  Paula la  horrorizó comprobar cuánto le importaba.

–Te eligió a tí.  Importa  mucho.  Sé  que  no  es  un  hombre  fácil,  pero  te  ama.

–Me eligió porque lo rechacé. A tu hermano no le gusta la palabra «no». Yo suponía un reto.

–Te eligió porque se enamoró de tí. Eso es todo un hito para él.

Paula sabía que su familia y colegas veían a Pedro como un dios. Su palabra era ley.

–Tendríamos que estar hablando de tí.  ¿Estás emocionada por lo de mañana?

–¡Claro  que  sí!  Estoy  tan  emocionada con  mi  boda como lo estabas tú con la tuya.

–Eso fue muy distinto. Tú llevas planificando esta boda más de un año.

–Y tú te casaste a toda prisa en la capilla familiar porque no soportabas esperar. Opino que eso es más romántico.

–Fue impulsivo, no romántico  –Paula se frotó los brazos.  La conversación le resultaba espinosa e incómoda–. Si lo hubiéramos planificado un año, no estaríamos metidos en este lío.

–Mi  hermano  siempre  ha  sido  decisivo.  No dedica años a pensar  las  cosas.

–Quieres decir que va apabullando. Duda que alguien que no sea él pueda tener una opinión digna de ser oída.

–No, quiero decir que sabe lo que quiere –Luciana la miró–. Pero es obvio que las cosas acabaron mal entre ustedes. ¿Quieres hablar de ello?

–Para nada.

–Antes de conocerte, nunca habló de casarse –Luciana se debatía entre la lealtad  hacia su amiga y hacia su hermano–.  Para un hombre como Pepe era la declaración de amor definitiva.

«La declaración de amor definitiva». Paula  pensó que era una pena que hubiera pensado   que su responsabilidad acababa en eso. Le había puesto un anillo en el dedo, el gesto definitivo, y cumplido con su parte del trato.  Ella solo tenía que amoldarse y tratarle con la misma deferencia que el resto del mundo. Él la había herido y, en vez de perdonarlo como se esperaba de ella, ella había reaccionado hiriéndolo a él.

–No tendría que haber venido, y tú no tendrías que habernos puesto en esta  situación  –mientras  estuviera  en  Sicilia ellos dos seguirían  haciéndose daño;  quería irse cuanto  antes–.  ¿Por qué  insististe en que fuera tu dama de honor?

–Porque eres  mi  mejor  amiga  desde  la  universidad.  Tu  habitación  era  más grande que la mía y yo necesitaba usar parte de tu espacio.«Amigas para siempre».

–Eliges unos momentos  muy raros para ponerte sentimental  –dijo Paula, rígida. Incluso con Luciana le costaba expresar sus sentimientos.

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