–No quiero hablar de mi boda. ¿Cómo puedes pensar en vestidos con tus hermanos peleándose?
–Crecí viendo a mis hermanos pelearse, no me impresiona; pero admito que es más divertido ahora que son más musculosos. No hay que preocuparse hasta que se quitan la camisa –Luciana miró de nuevo–. Deberías sentirte halagada. Está bien que los hombres peleen por tí. Es romántico.
–No está bien y no es nada romántico que dos hombres no sepan controlar su genio –Paula deseó poder quedarse donde estaba. Ocultarse el resto de la velada–. No quiero que peleen.
–Físicamente están a la par, pero un hombre que defiende a la mujer que ama seguramente tiene más fuerza, y por eso Pedro lleva ventaja. Me encantan tus zapatos, ¿Los compraste en Londres?
Paula se levantó y fue hacia el otro extremo de la habitación, para no mirar al patio.
–Pedro no me ama. Apenas nos soportamos.
–Ya. Por eso tú estás paseando de arriba abajo y él está apaleando a Federico. Por indiferencia –dijo Luciana exasperada–. ¿Sabes cuántas mujeres han perseguido a Pepe desde su adolescencia?
–¿Qué importancia tiene eso? –a Paula la horrorizó comprobar cuánto le importaba.
–Te eligió a tí. Importa mucho. Sé que no es un hombre fácil, pero te ama.
–Me eligió porque lo rechacé. A tu hermano no le gusta la palabra «no». Yo suponía un reto.
–Te eligió porque se enamoró de tí. Eso es todo un hito para él.
Paula sabía que su familia y colegas veían a Pedro como un dios. Su palabra era ley.
–Tendríamos que estar hablando de tí. ¿Estás emocionada por lo de mañana?
–¡Claro que sí! Estoy tan emocionada con mi boda como lo estabas tú con la tuya.
–Eso fue muy distinto. Tú llevas planificando esta boda más de un año.
–Y tú te casaste a toda prisa en la capilla familiar porque no soportabas esperar. Opino que eso es más romántico.
–Fue impulsivo, no romántico –Paula se frotó los brazos. La conversación le resultaba espinosa e incómoda–. Si lo hubiéramos planificado un año, no estaríamos metidos en este lío.
–Mi hermano siempre ha sido decisivo. No dedica años a pensar las cosas.
–Quieres decir que va apabullando. Duda que alguien que no sea él pueda tener una opinión digna de ser oída.
–No, quiero decir que sabe lo que quiere –Luciana la miró–. Pero es obvio que las cosas acabaron mal entre ustedes. ¿Quieres hablar de ello?
–Para nada.
–Antes de conocerte, nunca habló de casarse –Luciana se debatía entre la lealtad hacia su amiga y hacia su hermano–. Para un hombre como Pepe era la declaración de amor definitiva.
«La declaración de amor definitiva». Paula pensó que era una pena que hubiera pensado que su responsabilidad acababa en eso. Le había puesto un anillo en el dedo, el gesto definitivo, y cumplido con su parte del trato. Ella solo tenía que amoldarse y tratarle con la misma deferencia que el resto del mundo. Él la había herido y, en vez de perdonarlo como se esperaba de ella, ella había reaccionado hiriéndolo a él.
–No tendría que haber venido, y tú no tendrías que habernos puesto en esta situación –mientras estuviera en Sicilia ellos dos seguirían haciéndose daño; quería irse cuanto antes–. ¿Por qué insististe en que fuera tu dama de honor?
–Porque eres mi mejor amiga desde la universidad. Tu habitación era más grande que la mía y yo necesitaba usar parte de tu espacio.«Amigas para siempre».
–Eliges unos momentos muy raros para ponerte sentimental –dijo Paula, rígida. Incluso con Luciana le costaba expresar sus sentimientos.
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