viernes, 1 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 5

–Tienes buen aspecto. ¿Liberas el estrés haciendo ejercicio?

–Me gano la vida con el ejercicio, es  mi  trabajo.  He  venido por  tu  hermana, no por nos... –la palabra se le atragantó– por tí o por mí.

–Ni siquiera puedes  decirlo,  ¿Verdad?  Nosotros,  tesoro.  Esa  es  la  palabra.  Pero  el  concepto  de  formar  parte  de  un  «nosotros»  siempre  fue  tu  mayor reto –Pedro se recostó, relajado y seguro de sí mismo–. Prefiero que no  utilices la  palabra  «leal»  con  respecto a tí misma.  Esa me irrita de verdad.  Seguro que lo entiendes.

Paula se sentía  como un torero ante un  toro bravo,  pero sin  más protección que su propia ira. Y esa ira la quemaba, porque él hablaba como si no hubiera tenido nada que ver con la ruptura.«Es  incapaz de verlo»,  pensó.  Era incapaz de ver  lo  que  había  hecho  mal.  Y  eso hacía que todo fuera  mil veces  peor. Una disculpa  podría  haber  ayudado,  pero  antes  de  pedir  perdón,  Pedro tendría  que  admitir que  tenía  parte de culpa.

–¿Cómo está Lu? –preguntó, prefiriendo cambiar de tema.

–Deseando formar  parte  de  un  «nosotros»  oficial.  A diferencia de  tí,  no  teme la intimidad.

Ella recordó haber pensado que su relación era demasiado perfecta. El tiempo  le  había  dado  la  razón.  Había sido una perfección tan frágil como  el  algodón de azúcar.

–Si vas a seguir  metiéndote  conmigo,  tal vez  debería  tomar  el  primer  vuelo de vuelta a casa.

–Nada de eso, sería  demasiado  fácil.  Al fin y al cabo, eres nuestra  huésped de honor.

El tono amargo de su voz le dolió más que sus palabras, era como frotar un  limón  en  una  herida  abierta.  A veces,  cuando el dolor era insoportable,  Paula se preguntaba si habría sido mejor no conocerlo nunca. Siempre había sabido que la vida era  dura,  y conocer a Pedro Alfonso había  sido  como  convertirse  en  protagonista  de  su  propio  cuento  de  hadas.  Lo  que  no  había  sabido era cuánto más dura sería la vida tras renunciar a él.–Es obvio que venir no ha sido buena idea.

–Si no se tratara de la boda de Lu, no se te habría permitido poner un pie en la isla.

Ella no dijo lo obvio:  la boda de Luciana era  lo  único  que  podría  haberla llevado allí. El divorcio podía solucionarse con distancia de por medio. Llevaban quince minutos  conduciendo por Palermo,  un caos de calles  repletas de iglesias góticas y barrocas y palacios antiguos. En la zona centro se encontraba el Palazzo Alfonso, residencia urbana de Pedro, que a veces se utilizaba  para  bodas  y conciertos,  cuyos  mosaicos y  frescos   atraían a estudiosos y turistas de todo el mundo. Era una de sus muchas casas y apenas la utilizaba. Paula,  en cambio, se había enamorado de  ella.  Tuvo que esforzarse  para no pensar en la diminuta capilla privada en la que se habían casado. Sabía que él,  a pesar  de  su  linaje  aristocrático  y  su  conocimiento  enciclopédico  del arte y la  arquitectura  siciliana,  prefería  un  entorno  moderno  con los últimos avances tecnológicos. Cristiano sin Internet sería como Miguel Ángel sin un pincel.Miró por la ventanilla y vió que se habían incorporado a la carretera que llevaba al Ferrara Spa Resort, uno de los mejores hoteles del mundo, el sueño de  cualquier  viajero.  Un  escondite  para  la  esfera  más  alta  de  la  sociedad  internacional  que  buscaba  privacidad.  Allí estaba  garantizada,  tanto  por  la  legendaria  seguridad  Alfonso como  por  la  geografía  costera.  Los  hermanos  Alfonso habían  construido  el  exclusivo  complejo vacacional  en  una  península  de playa privada y exuberantes jardines.  Era un paraíso mediterráneo en el que cada villa era la pura expresión del lujo y la intimidad. Había sido allí, en un exclusiva villa situada en un promontorio rocoso, al final de la playa privada, donde habían pasado las primeras noches de su luna de miel. La villa que Cristiano había construido para sí mismo. El paraíso de un soltero.

–He  reservado  una  habitación  en  otro  hotel  –Paula se  había  puesto  rígida.

No podían haberle reservado una habitación allí.

–Sé  perfectamente dónde ibas  a  alojarte.  Mi oficina canceló  la reserva.  Te quedarás  donde  yo  diga  y  agradecerás  la  hospitalidad  siciliana,  que  nos impide rechazar a un invitado.

–Mi plan era alojarme en otro sitio y asistir solo a la boda –a Paula se le encogió el estómago.

–Luciana quiere  que  participes  en  todo.  Hoy es  la fiesta  local.  Traje y  corbata. Bebida y baile. Como dama de honor, se espera tu presencia.

¿Bebida y baile? Paula sintió un escalofrío.

–No pensaba participar en las celebraciones prenupciales. He traído mi ordenador portátil. Ahora mismo tengo mucho trabajo pendiente.

–Me da igual. Estarás allí y sonreirás. Nuestra separación es amistosa y civilizada, ¿Recuerdas?

Lo que ella sentía y lo que veía en los ojos de él distaban muchísimo de algo civilizado. Su relación nunca lo había sido. Habían compartido una pasión ardiente, salvaje y sin control. Por desgracia, esas llamas habían consumido su capacidad de pensar. Paula inspiró profundamente, la apabullaba la idea de ver a los Alfonso. La odiaban, por supuesto. En parte, lo entendía.  Desde su punto de vista, era la chica  inglesa  que  había  renunciado  a  su  matrimonio,  algo  imperdonable  en  su círculo. En Sicilia los matrimonios sobrevivían. Si había alguna aventura, se hacía la vista gorda. Ella no  sabía qué  decía  el  manual  sobre  lo  que  les  había  ocurrido  a  ellos.  Cuáles  eran  las  normas  para sobrellevar  la  pérdida  de  un  bebé  y  el  apabullante egoísmo de un esposo.Lo único que la había ayudado en todo el desastroso episodio había sido que Luciana, la generosa y extrovertida Luciana, se había negado a juzgarla. Y, para agradecer  ese  apoyo,  allí  estaba,  enfrentándose  a  un  infierno por su mejor amiga.

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