–Me gano la vida con el ejercicio, es mi trabajo. He venido por tu hermana, no por nos... –la palabra se le atragantó– por tí o por mí.
–Ni siquiera puedes decirlo, ¿Verdad? Nosotros, tesoro. Esa es la palabra. Pero el concepto de formar parte de un «nosotros» siempre fue tu mayor reto –Pedro se recostó, relajado y seguro de sí mismo–. Prefiero que no utilices la palabra «leal» con respecto a tí misma. Esa me irrita de verdad. Seguro que lo entiendes.
Paula se sentía como un torero ante un toro bravo, pero sin más protección que su propia ira. Y esa ira la quemaba, porque él hablaba como si no hubiera tenido nada que ver con la ruptura.«Es incapaz de verlo», pensó. Era incapaz de ver lo que había hecho mal. Y eso hacía que todo fuera mil veces peor. Una disculpa podría haber ayudado, pero antes de pedir perdón, Pedro tendría que admitir que tenía parte de culpa.
–¿Cómo está Lu? –preguntó, prefiriendo cambiar de tema.
–Deseando formar parte de un «nosotros» oficial. A diferencia de tí, no teme la intimidad.
Ella recordó haber pensado que su relación era demasiado perfecta. El tiempo le había dado la razón. Había sido una perfección tan frágil como el algodón de azúcar.
–Si vas a seguir metiéndote conmigo, tal vez debería tomar el primer vuelo de vuelta a casa.
–Nada de eso, sería demasiado fácil. Al fin y al cabo, eres nuestra huésped de honor.
El tono amargo de su voz le dolió más que sus palabras, era como frotar un limón en una herida abierta. A veces, cuando el dolor era insoportable, Paula se preguntaba si habría sido mejor no conocerlo nunca. Siempre había sabido que la vida era dura, y conocer a Pedro Alfonso había sido como convertirse en protagonista de su propio cuento de hadas. Lo que no había sabido era cuánto más dura sería la vida tras renunciar a él.–Es obvio que venir no ha sido buena idea.
–Si no se tratara de la boda de Lu, no se te habría permitido poner un pie en la isla.
Ella no dijo lo obvio: la boda de Luciana era lo único que podría haberla llevado allí. El divorcio podía solucionarse con distancia de por medio. Llevaban quince minutos conduciendo por Palermo, un caos de calles repletas de iglesias góticas y barrocas y palacios antiguos. En la zona centro se encontraba el Palazzo Alfonso, residencia urbana de Pedro, que a veces se utilizaba para bodas y conciertos, cuyos mosaicos y frescos atraían a estudiosos y turistas de todo el mundo. Era una de sus muchas casas y apenas la utilizaba. Paula, en cambio, se había enamorado de ella. Tuvo que esforzarse para no pensar en la diminuta capilla privada en la que se habían casado. Sabía que él, a pesar de su linaje aristocrático y su conocimiento enciclopédico del arte y la arquitectura siciliana, prefería un entorno moderno con los últimos avances tecnológicos. Cristiano sin Internet sería como Miguel Ángel sin un pincel.Miró por la ventanilla y vió que se habían incorporado a la carretera que llevaba al Ferrara Spa Resort, uno de los mejores hoteles del mundo, el sueño de cualquier viajero. Un escondite para la esfera más alta de la sociedad internacional que buscaba privacidad. Allí estaba garantizada, tanto por la legendaria seguridad Alfonso como por la geografía costera. Los hermanos Alfonso habían construido el exclusivo complejo vacacional en una península de playa privada y exuberantes jardines. Era un paraíso mediterráneo en el que cada villa era la pura expresión del lujo y la intimidad. Había sido allí, en un exclusiva villa situada en un promontorio rocoso, al final de la playa privada, donde habían pasado las primeras noches de su luna de miel. La villa que Cristiano había construido para sí mismo. El paraíso de un soltero.
–He reservado una habitación en otro hotel –Paula se había puesto rígida.
No podían haberle reservado una habitación allí.
–Sé perfectamente dónde ibas a alojarte. Mi oficina canceló la reserva. Te quedarás donde yo diga y agradecerás la hospitalidad siciliana, que nos impide rechazar a un invitado.
–Mi plan era alojarme en otro sitio y asistir solo a la boda –a Paula se le encogió el estómago.
–Luciana quiere que participes en todo. Hoy es la fiesta local. Traje y corbata. Bebida y baile. Como dama de honor, se espera tu presencia.
¿Bebida y baile? Paula sintió un escalofrío.
–No pensaba participar en las celebraciones prenupciales. He traído mi ordenador portátil. Ahora mismo tengo mucho trabajo pendiente.
–Me da igual. Estarás allí y sonreirás. Nuestra separación es amistosa y civilizada, ¿Recuerdas?
Lo que ella sentía y lo que veía en los ojos de él distaban muchísimo de algo civilizado. Su relación nunca lo había sido. Habían compartido una pasión ardiente, salvaje y sin control. Por desgracia, esas llamas habían consumido su capacidad de pensar. Paula inspiró profundamente, la apabullaba la idea de ver a los Alfonso. La odiaban, por supuesto. En parte, lo entendía. Desde su punto de vista, era la chica inglesa que había renunciado a su matrimonio, algo imperdonable en su círculo. En Sicilia los matrimonios sobrevivían. Si había alguna aventura, se hacía la vista gorda. Ella no sabía qué decía el manual sobre lo que les había ocurrido a ellos. Cuáles eran las normas para sobrellevar la pérdida de un bebé y el apabullante egoísmo de un esposo.Lo único que la había ayudado en todo el desastroso episodio había sido que Luciana, la generosa y extrovertida Luciana, se había negado a juzgarla. Y, para agradecer ese apoyo, allí estaba, enfrentándose a un infierno por su mejor amiga.
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