miércoles, 20 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 43

–¿Le  has  dicho  a  alguien   adónde  ibas?    –sonó    exasperada–. Seguramente están organizando una partida de búsqueda mientras hablamos.

–No, la verdad es que no.

–¿Y no habrán dado una alerta de seguridad?

–Es  muy  posible  –al  recordar  los  rostros  de  su  equipo de  seguridad,  inspiró con fuerza, frustrado por la realidad de su vida–. Tal vez debería...

–Sí.  ¡Hazlo!  –llevó  la  mano  a  su  vaso–.  No  espero  que  no  trabajes,  Pedro.  Yo  pienso  leer  mi  correo  electrónico  después.  Respeto  tu  empuje  y  ambición. Yo también tengo ambas cosas. Eso no es problema. Eso no fue el problema –el  cambio  de  tiempo  verbal  los  devolvió  al  corazón  del  asunto,  donde había residido el problema real.

Ella tomó un sorbo agua. Él pensó que le había fallado cuando más lo necesitaba. No podía dejar de imaginársela sola en una cama de hospital.

–Si te sirve de consuelo, me siento como un bastardo por lo que te hice.

–Bien.  Deberías  sentirte   mal   –dejó  el  vaso  en  la   mesa–.   Fuiste  desconsiderado e insensible.

–No vas a decir: «¿No te preocupes por eso?».

–No.  Debes  preocuparte. Fue  un  comportamiento  terrible.  Si  eso no  te  preocupara, no estaría aquí sentada en este momento.

Pedro se preguntó si era él quien ardía o si Sicilia estaba en plena ola de  calor.  Le  sudaban  las  palmas  de  las  manos,  y  notaba  ardor  hasta  en  el  cerebro.  Cuando  el  teléfono  sonó  por  tercera  vez,  lo  sacó  y  miró  la  pantalla, pensando que una conversación lo liberaría de otras interrupciones.

–Cinco minutos –afirmó–. Es Federico. Le diré que está al mando. Luego lo apagaré.

–¿Qué le ha pasado al teléfono?

–Un accidente. Se cayó del bolsillo cuando recogía la ropa para correr a buscarte.

–Ah. Sí que has tenido una mañana estresante.

–Las he tenido mejores –dijo él con ironía.–Y  si  el  avión  hubiera  despegado  antes  de  que  llegaras,  ¿Qué  habría  ocurrido?

–Habría  tenido  que  ir  a  Londres  –murmuró  él–.  Dicen  que  allí  está  siendo un verano muy húmedo. Por suerte, ambos nos hemos librado de eso.

–Esto es temporal,  Pedro.  No he accedido  a  nada  –miró  el  teléfono  que vibraba en su mano–. Necesitas un teléfono nuevo, ese se va a partir.

–El estado de mi teléfono es lo que menos me preocupa ahora mismo –lo preocupaba el estado de su matrimonio. Su reto era descubrir la manera de recuperar la confianza de Paula.

–Contesta, antes de que Federico decida que te he asesinado y enterrado el cuerpo.

–No  tardaré... 

Pedro se  levantó  y  cambió  al  italiano.  Le  hizo  a  su  hermano un resumen de lo ocurrido en las últimas horas. Cuando colgó, Paula lo miraba fijamente.

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