lunes, 11 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 23

El  cuarteto  de  cuerda  dió  inicio  a  la  ceremonia,  librándola  de  una  conversación incómoda. Aliviada, se concentró en su papel de dama de honor. Se le hizo un nudo en la garganta cuando, antes de decir los votos, Luciana tomó la mano de Daniel. Paula había  hecho  lo  mismo  en  su  boda.  Se sentía tan increíblemente feliz  que  había  tenido  que  comprobar que el momento era  real,  que le estaba ocurriendo a ella. Pedro se había reído, había alzado su velo y, tomando su rostro entre las manos, la había tranquilizado con un beso.Tenía la extraña capacidad de leer su mente y derrumbar sus reservas y su cautela. Era el primer hombre al que había permitido entrar en su corazón. El único hombre. La caída había sido mucho peor por eso mismo. Sintió un leve mareo,  pero no supo si  se debía  al  calor  del  sol o a su  profunda tristeza. En ese momento se dió cuenta de que Federico la miraba y notó que tenía las mejillas húmedas. Preguntándose cuándo habían empezado a derramarse las lágrimas sin su permiso, captó el instante en el que la mirada hostil de Federico se transformó en una expresión de intriga.

Paula deseó que Pedro  no hubiera visto su pérdida de control. No se atrevía a mirarlo, así que se conformó con la esperanza. Si decía algo, tendría que simular que se le había metido algo en el ojo. Arena o un insecto.Furiosa  consigo  misma,  miró  al  frente.  No  era  llorona,  nunca lo  había  sido. Pero tenía ganas de llorar desde que había llegado a Sicilia.Tal vez la culpa fuera del estúpido vestido. Había dedicado  horas  a  planificar  su  equipaje,  asegurándose  de  que  toda su ropa fuera práctica. Y allí estaba, luciendo el vestido más romántico del mundo y siendo testigo de una manifestación pública de amor, una palabra que anhelaba desterrar de su cerebro.El  nudo  que  sentía  en  la  garganta  se  hizo  mayor  cuando  su  amiga  intercambió  alianzas con el  hombre al  que  adoraba.  Habría  querido  taparse  las  orejas  para  no  escuchar.  Por el rabillo del  ojo  veía  a  Pedro,  poderoso e impactante con un traje oscuro bien cortado. Se  preguntó  si  él  también  estaba  pasando  un  infierno.  Si  sufría  tanto  como ella. Apretó las flores, intentando  controlar  sus  sentimientos.  Deseó que Luciana y Daniel se  apresuraran,  para  poder  irse.  Necesitaba  hacer  algo  vulgar  y  corriente  para  serenarse.  Volvería a  la  villa a  revisar  su  correo  electrónico. O se quitaría el vestido y saldría a correr. Lo que fuera.Intentó centrar la atención en los exuberantes jardines que les rodeaban. Los  jazmines  perfumaban  el  aire y una  buganvilla  de color  rosa  llenaba  la  terraza de color. Era un lugar precioso, ideal para una boda. Sin  poder  contenerse,  miró  a Pedro. A  través  de  la  terraza,  sus  ojos  se encontraron. Él  la  miraba  como  si  estuviera  intentando  leer  su  mente,  con  los  ojos  negros abrasando los suyos, mientras Luciana y Daniel decían sus votos.«Así  éramos  nosotros».  Los  labios  de  él  no  se  movieron,  pero  ella  oyó  sus palabras mentalmente. «Teníamos esto y tú lo destruiste».

Con el corazón  desbocado,  Paula volvió  a  mirar  a  Luciana.  Aunque  fuera  ella la que se había ido, era él quien lo había destruido todo.Cuando la pareja se inclinó para besarse, ella descubrió que tenía la piel de gallina. Sentía escalofríos y estaba pálida como una sábana. El resto de la  ceremonia  se  convirtió  en  algo borroso,  una  especie  de  tortura.  Vió a Luciana abrazar a su esposo y oyó  suspiros  y felicitaciones  de  los  invitados,  sintiendo  cada vez más frío.De  alguna  manera  consiguió sonreír,  aguantar  las  fotos  y  decir  lo  correcto...   «Enhorabuena,  encantada,  sí,  está  bellísima,  muy   felices...». 

Pedro,  por  su  parte,  se  aseguraba  de  que  todo  fuera  perfecto  para  su  hermana, controlando su propio dolor a base de fuerza de voluntad. Paula pensó,  con  tristeza,  que  él  era  capaz  de  sentir,  pero  a  veces  se  equivocaba del modo más terrible. Por ineptitud, no por crueldad.Viendo que todos estaban pendientes del novio y la novia, giró la cabeza. Pedro hablaba con unos invitados y se permitió mirarlo largamente, sabiendo que sería la última vez.Admiró  las  espesas  pestañas,  la  mandíbula  fuerte  y  la  tentadora  curva  de su boca. La añoranza le desgarraba el pecho, lo que no tenía sentido.Ella no quería dar marcha atrás. En el fondo sabía que incluso,  si  él la hubiera  puesto  por encima del trabajo aquél horrible día, el resultado habría sido igual. Tal vez habrían llegado por otro camino, pero estarían donde estaban.

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