El cuarteto de cuerda dió inicio a la ceremonia, librándola de una conversación incómoda. Aliviada, se concentró en su papel de dama de honor. Se le hizo un nudo en la garganta cuando, antes de decir los votos, Luciana tomó la mano de Daniel. Paula había hecho lo mismo en su boda. Se sentía tan increíblemente feliz que había tenido que comprobar que el momento era real, que le estaba ocurriendo a ella. Pedro se había reído, había alzado su velo y, tomando su rostro entre las manos, la había tranquilizado con un beso.Tenía la extraña capacidad de leer su mente y derrumbar sus reservas y su cautela. Era el primer hombre al que había permitido entrar en su corazón. El único hombre. La caída había sido mucho peor por eso mismo. Sintió un leve mareo, pero no supo si se debía al calor del sol o a su profunda tristeza. En ese momento se dió cuenta de que Federico la miraba y notó que tenía las mejillas húmedas. Preguntándose cuándo habían empezado a derramarse las lágrimas sin su permiso, captó el instante en el que la mirada hostil de Federico se transformó en una expresión de intriga.
Paula deseó que Pedro no hubiera visto su pérdida de control. No se atrevía a mirarlo, así que se conformó con la esperanza. Si decía algo, tendría que simular que se le había metido algo en el ojo. Arena o un insecto.Furiosa consigo misma, miró al frente. No era llorona, nunca lo había sido. Pero tenía ganas de llorar desde que había llegado a Sicilia.Tal vez la culpa fuera del estúpido vestido. Había dedicado horas a planificar su equipaje, asegurándose de que toda su ropa fuera práctica. Y allí estaba, luciendo el vestido más romántico del mundo y siendo testigo de una manifestación pública de amor, una palabra que anhelaba desterrar de su cerebro.El nudo que sentía en la garganta se hizo mayor cuando su amiga intercambió alianzas con el hombre al que adoraba. Habría querido taparse las orejas para no escuchar. Por el rabillo del ojo veía a Pedro, poderoso e impactante con un traje oscuro bien cortado. Se preguntó si él también estaba pasando un infierno. Si sufría tanto como ella. Apretó las flores, intentando controlar sus sentimientos. Deseó que Luciana y Daniel se apresuraran, para poder irse. Necesitaba hacer algo vulgar y corriente para serenarse. Volvería a la villa a revisar su correo electrónico. O se quitaría el vestido y saldría a correr. Lo que fuera.Intentó centrar la atención en los exuberantes jardines que les rodeaban. Los jazmines perfumaban el aire y una buganvilla de color rosa llenaba la terraza de color. Era un lugar precioso, ideal para una boda. Sin poder contenerse, miró a Pedro. A través de la terraza, sus ojos se encontraron. Él la miraba como si estuviera intentando leer su mente, con los ojos negros abrasando los suyos, mientras Luciana y Daniel decían sus votos.«Así éramos nosotros». Los labios de él no se movieron, pero ella oyó sus palabras mentalmente. «Teníamos esto y tú lo destruiste».
Con el corazón desbocado, Paula volvió a mirar a Luciana. Aunque fuera ella la que se había ido, era él quien lo había destruido todo.Cuando la pareja se inclinó para besarse, ella descubrió que tenía la piel de gallina. Sentía escalofríos y estaba pálida como una sábana. El resto de la ceremonia se convirtió en algo borroso, una especie de tortura. Vió a Luciana abrazar a su esposo y oyó suspiros y felicitaciones de los invitados, sintiendo cada vez más frío.De alguna manera consiguió sonreír, aguantar las fotos y decir lo correcto... «Enhorabuena, encantada, sí, está bellísima, muy felices...».
Pedro, por su parte, se aseguraba de que todo fuera perfecto para su hermana, controlando su propio dolor a base de fuerza de voluntad. Paula pensó, con tristeza, que él era capaz de sentir, pero a veces se equivocaba del modo más terrible. Por ineptitud, no por crueldad.Viendo que todos estaban pendientes del novio y la novia, giró la cabeza. Pedro hablaba con unos invitados y se permitió mirarlo largamente, sabiendo que sería la última vez.Admiró las espesas pestañas, la mandíbula fuerte y la tentadora curva de su boca. La añoranza le desgarraba el pecho, lo que no tenía sentido.Ella no quería dar marcha atrás. En el fondo sabía que incluso, si él la hubiera puesto por encima del trabajo aquél horrible día, el resultado habría sido igual. Tal vez habrían llegado por otro camino, pero estarían donde estaban.
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