Pero pronto ella sería su exesposa. Una boda y un divorcio en el mismo viaje. Eso sí que era matar dos pájaros de un tiro, aunque nunca había entendido qué tenía de bueno matar dos pájaros.
–Espero que tengan unas buenas vacaciones en Sicilia. No dejen de probar la granita. Es lo mejor.
Ignorando la mirada de preocupación de la mujer, Paula sacó el bolso de viaje del compartimento superior y caminó por el pasillo dando gracias por haberse puesto zapatos de tacón. Los tacones altos proporcionaban seguridad en situaciones difíciles y, sin duda, esa lo era. Los pasajeros cuchicheaban y la miraban, pero no se daba cuenta; estaba demasiado preocupada preguntándose cómo sobreviviría a los siguientes días. Tenía la sensación de que iba a necesitar más que unos tacones de vértigo para salir adelante con bien.«Testarudo, arrogante, controlador», ¿Por qué había ido allí? ¿Para castigarse o para castigarla?
–Signora Alfonso, no sabíamos que contábamos con el placer de su presencia a bordo... –dijo el piloto, que la esperaba junto a la escalerilla de metal. Su frente estaba perlada de sudor–. Tendría que haberse presentado.
–No quería presentarme.
–Espero que haya disfrutado del vuelo –el piloto miraba la pista con nerviosismo.
El vuelo no podría haber sido más doloroso, porque volvía a Sicilia. Había sido una estúpida al pensar que podía llegar sin que nadie lo supiera. O Pedro tenía los aeropuertos vigilados, o tenía acceso a las listas de pasajeros.Cuando habían estado juntos, su influencia la había dejado boquiabierta. En su trabajo estaba acostumbrada a lidiar con celebridades y millonarios, pero el mundo de los Alfonso era extraordinario en todos los sentidos. Durante un breve lapso de tiempo había compartido con él esa vida dorada y deslumbrante de los inmensamente ricos y privilegiados. Había sido como caer en un colchón de plumas tras pasar la vida durmiendo sobre hormigón.Al verlo a los pies de la escalerilla, Paula casi tropezó. No lo veía desde aquel día horrible cuyo recuerdo aún le daba náuseas.
Cuando Luciana había insistido en que cumpliera la promesa de ser su dama de honor, Paula tendría que haberse negado porque suponía demasiado impacto para todos. Había creído que su amistad no tenía límite, pero se había equivocado. Por desgracia, era demasiado tarde. Sacó las gafas de sol del bolso y se las puso. Si él iba a jugara a eso, ella también jugaría. Alzó la barbilla y salió del avión.El súbito golpe de calor tras la fría niebla de Londres la impactó. El sol caía sobre ella como plomo. Se aferró a la barandilla y empezó el descenso hacia el infierno que era la pista donde esperaba el diablo en persona. Alto, intimidante e inmóvil, flanqueado por guardaespaldas de traje oscuro, atentos a sus órdenes.Era una llegada muy distinta a la primera, en la que todo había sido excitación e interés. Se había enamorado de la isla y de su gente.Y de un hombre en concreto. De ese hombre.No podía ver sus ojos, pero no necesitaba verlo para saber lo que estaba pensando. Percibía la tensión, sabía que él estaba siendo absorbido hacia el pasado, igual que ella.
–Pedro–en el último momento recordó dar a su voz un tono de indiferencia–. Podías haber seguido cerrando algún trato de negocios en vez de venir a recibirme. No es que esperara un comité con banderitas de bienvenida.
–¿Cómo no iba a venir a recibir a mi querida y dulce esposa al aeropuerto? –la boca dura y sensual se curvó levemente hacia arriba.
Tras dos años, la impactó volver a verlo cara a cara. Pero más impresionante fue el hambre fiera que le atenazó el estómago, el intenso deseo que creía había muerto junto con su matrimonio.Eso la desesperó, porque era como una traición de sus creencias. No quería sentirse así. Pedro Alfonso era un bastardo frío, duro e insensible, que ya no merecía un lugar en su vida.Se corrigió automáticamente: no, no era frío. Todo habría sido más fácil si lo fuera. Para alguien tan emocionalmente cauta como Paula, Pedro, con su expresivo y volátil temperamento siciliano, había supuesto una peligrosa fascinación. La habían seducido su carisma, su virilidad y que le impidiera esconderse de él. Le había exigido una honestidad que ella nunca antes había tenido con nadie.
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