–¿Por qué era tan importante ese trato?
–Eso ya no importa. No hay excusa para mi comportamiento.
–Háblame del trato, Pedro.
–No hace falta decir que llegó en el peor momento –suspiró y se mesó el cabello–. Cinco años de trabajo culminaron el día antes de que volvieras de Londres. Había planeado cenar contigo. En vez de eso, tú llegabas y yo me iba.
Ella recordó que él había sonado preocupado por teléfono, apenas había respondido cuando le mencionó que temía que algo fuera mal.
–¿Qué era tan importante de ese trato concreto?
–Ahora ni siquiera lo recuerdo –soltó una risa amarga–. Era otro terreno perfecto para un exclusivo complejo hotelero. Más de lo mismo. Excepto que nunca había cerrado un negocio tan grande. Sabía que la propiedad de esa isla aseguraría el futuro de la empresa y nuestra reputación subiría como la espuma.
–¿La empresa tenía problemas?
–No, pero las empresas que se centran en el turismo no pueden dormirse en los laureles. El mercado es muy volátil. Es una de las razones de que trabajemos el turismo de lujo. Me acusaste de ser adicto al trabajo y tenías razón. Lo soy.
–Supongo que tuviste que convertirte en uno –Paula recordó lo que había dicho Dani sobre el papel que asumió tras la muerte de su padre–. Quedaste a cargo de todo siendo muy joven.
–¿De todo? –soltó una risa seca–. Si te refieres a la empresa, «todo» se reducía a dos hoteles pequeños que apenas daban beneficios.
–Creí que había sido la empresa de tu padre.
–Lo que existe ahora salió de la empresa de mi padre –miró las puertas abiertas a la terraza y el azul turquesa de la piscina–. Estaba en la universidad, en Estados Unidos, cuando mi padre murió. Mi madre estaba devastada, mi hermano y mi hermana aún estaban en el colegio. Mi padre tenía dos hoteles, que no iban demasiado bien. Yo era el hijo mayor y estaba estudiando Ingeniería Estructural, pero todos dependían de mí, así que me hice cargo de algo sobre lo que no sabía nada.
Ella se preguntó cuánto le había costado renunciar a sus sueños y volver a casa para ocuparse de hacer realidad los de su padre.
–Lo que empezó como necesidad se convirtió en hábito. Al poco tiempo, ni siquiera me preguntaba por qué trabajaba tanto. Era mi forma de vivir. No importaba cuánto dinero ganara o cuánto éxito tuviera la empresa, no podía olvidar que todos dependían de mí. En mi capacidad de dirigir y ampliar la empresa.
Paula sabía que no solo había mantenido a su madre y hermanos, también daba empleo a muchos otros miembros de su familia, como primos y tíos. Ellos lo habían convertido en «El Proveedor».
–Hernán me aconsejó que renunciara al trato caribeño porque el precio que pedían quitaba viabilidad al negocio. Íbamos a retirarnos cuando hicieron una contraoferta. Teníamos veinticuatro horas para decidirnos. Pensé que el trato garantizaría el futuro de la empresa.
–¿Y seguiste adelante? –nunca le había preguntado si había cerrado el trato o no.
–Sí. Y va muy bien. Mejor de lo que había predicho –volvió la cabeza para mirarla–. Pero Hernán tenía razón, el precio fue demasiado alto.
–Fui egoísta –admitió ella, sabiendo que él no hablaba de coste monetario–. No pensé en tu responsabilidad con respecto a los demás. Pensé solo en mis necesidades.
–Con razón.
–«Solo es un trato más», pensé. Nunca pensé en la presión que sentías ni en la gente que dependía de tí para vivir. Nunca me hablabas de eso.
–No quería hablar de trabajo cuando estaba contigo. Estaba loco por tí. Sigo estándolo –le tembló un poco la voz–. Desde el primer día, cuando te ví en pantalones cortos, gritándole a Federico por correr demasiado lento.
–El día de nuestra boda creí que me amabas. Cuando estaba contigo, te creía. Pero cada vez pasábamos menos tiempo juntos. Para cuando supe que estaba embarazada, apenas nos veíamos. Que no vinieras cuando te lo pedí, fue la última gota. Me pareció la evidencia de que no me querías.
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