–Una belleza.
–Es un sitio muy romántico –Luciana admiró sus uñas recién pintadas de rosa–. Tiene que haber sido como una segunda luna de miel. Cuando quieras darme las gracias por haberlos unido de nuevo, no dudes en hacerlo.
–No te rindes, ¿Verdad? –Paula se rió.
–No. Y ahora voy a pasar al plan B.
–Pepe y yo estamos juntos –Paula cambió de postura–. No necesitamos un plan B.
–El plan B se centra en tener bebés –Luciana tenía la cara vuelta hacia el sol, por eso no vió cómo se tensaba Paula–. ¿No crees que sería divertido estar embarazadas a la vez? Nuestros hijos podrían jugar y crecer juntos, como hice yo con mis primos.
Paula no podía acusar a su amiga de insensibilidad porque nunca le había contado lo ocurrido. Pero había llegado la hora de hacerlo.
–Lu...
–Imposible. No puedo guardar un secreto –Luciana se sentó y se apartó el sombrero de la cara. Sus ojos brillaban–. Estoy embarazada. Me hice la prueba anoche. Daniel quiere que espere unas semanas antes de decirlo, pero tú eres especial.
–¿Estabas embarazada cuando te casaste?
–¡No, claro que no! –protestó Luciana con indignación–. Y baja la voz. ¿Quieres que mis hermanos le den una paliza a mi marido? Es un bebé de luna de miel –sonreía de oreja a oreja.
–Solo llevan dos semanas casados.
–Tres –Luciana se rió–. Es obvio que no perdías el tiempo mirando el reloj cuando estuviste en Taormina. Llevo casada tres semanas enteras.
Paula la miró atónita. Lo pensó y era verdad. Eso significaba que... Se sintió palidecer y vió que Luciana la miraba con preocupación.
–¿Pau? ¿Estás bien?
–Es el calor. Voy a ir a tumbarme un rato. No me encuentro bien. Estoy mareada.
–¿Mareada? –su rostro se iluminó–. Tal vez estés embarazada también. Eso sería fantástico.
–¡No! Es decir... no es posible.
–¿Por qué no? Llevas tres semanas practicando el sexo sin descanso. Toma... –Luciana rebuscó en su bolso y puso un paquete en la mano de Paula–. Compré dos, pero me bastó con uno. Úsalo tú.Era un test de embarazo.
Paula tenía la boca seca. Una mujer que no podía quedarse embarazada no necesitaba eso.
–No, gracias. No puedo estar embarazada.
–Eso pensaba yo –dijo Luciana con alegría–. Y resultó que me equivocaba. Mira, si quieres...
–Tengo que ir a tumbarme –Paula se alejó de su amiga, chocó con una silla y bajó los escalones.
No podía estar embarazada.Diez minutos después estaba sentada en la villa vacía, mirando un test de embarazo positivo y tragándose la amarga bilis del miedo. Estaba volviendo a ocurrir, pero esa vez no había júbilo inicial, solo terror profundo y oscuro. Con manos temblorosas, sacó el teléfono del bolso y marcó el número de Pedro.Cuando saltó el contestador, sintió pánico.
–¿Pedro? –el nombre sonó como una especie de susurro desesperado. Entonces recordó que él había apagado el teléfono porque estaba finalizando el trato sardo. No tenía tiempo de hacer de nodriza y no era justo que lo pusiera en esa situación. Anhelaba pedirle que volviera a casa, pero consiguió controlarse–. Llamaba para desearte suerte en la reunión.
Pedro iba a entrar en la reunión más importante de su vida cuando sonó su teléfono. Era Federico, para darle las últimas cifras que necesitaba. Armado con todo lo necesario para cerrar el trato, colgó y vió que tenía un mensaje.Entró en la sala de reuniones comprobando el buzón de voz. Se detuvo en seco al oír la voz de Paula:
–¿Cristiano? Llamaba para desearte suerte en la reunión.
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