lunes, 11 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 25

Desde el otro extremo de la terraza, Pedro contempló el intercambio entre  su  esposa  y  su  hermano.  La  niña que tenía en brazos  dijo  algo  y  él  contestó  automáticamente. Después la  dejó en el suelo y le  dijo que fuera a  jugar. Su mente estaba inmersa en Paula. Durante  la  boda  la  había  ignorado.  No  quería  que  su  infierno  privado hiciera acto de presencia en el día de su hermana. Pero, cuando Federico le había dado un golpecito para que la mirara, había captado la expresión de su rostro y sabido que ella estaba pensado lo mismo que él. Lo había dejado atónito ver el brillo  húmedo  de sus  mejillas.  En  el  tiempo  que  habían  estado  juntos, no la había visto  derramar  una  sola  lágrima.  Era la  mujer  más dura  y  fuerte  que  conocía.

–Ve tras ella  –le  susurró  con  urgencia  Federico,  sereno  y  sonriente  en  apariencia–. Ve ahora, porque se marchará en minutos.

–Es complicada.

–Todas  las  mujeres son  complicadas.  No es que las entienda,  pero sé  una cosa... –Federico agarró una copa de champán de una bandeja– si existe el amor, esa mujer te ama. Vete. Yo te sustituiré aquí.

Pedro se quedó  inmóvil,  recordando su  rostro  en  la sesión de fotografía:  anhelo  y  una  intensa tristeza,  como  si  la situación estuviera  absorbiéndola y ahogándola. Eso no tenía sentido.¿Por qué iba a estar triste si quería el divorcio? Si no tenía sentimientos por él, ¿Por qué la estresaba tanto la situación? De repente, una luz de comprensión destelló en su cerebro. Se apretó la frente con los dedos.Por  mucho  que  lo  negara  era  obvio  que  lo  quería.  También  era  obvio  que  amarlo  la  asustaba  mortalmente.  Huía  porque  temía  rendirse  a  esos  sentimientos.  No  quería  perdonarlo  porque  le  daba  miedo.  Temía  volver  a  confiar en él. A  su  espalda  oyó  risas  y  los  primeros  acordes  de  la  música,  pronto  empezaría el baile.Poco  después,  movido  por  la  ira  consigo  mismo,  y  con  ella,  Pedro entró  en  la  villa  con  la  sutileza  de  un  policía  en  una  redada.  Cerró  de  un  portazo y Paula salió corriendo del dormitorio.

– ¿Qué ha pasado? –le preguntó, asustada.

Pedro vió la maleta a los pies de la cama y supo que llegaba justo a tiempo. Federico había tenido razón. Unos minutos después se habría ido.Empeñado en desvelar la verdad, caminó hasta ella, la arrinconó contra la pared y apoyó un brazo a cada lado, atrapándola.«Ahora intenta escapar. Inténtalo, belleza mía».La  intensidad  de  la  ira  que  crecía  en  su  interior  era  desbordante.  Los  ojos de ella se ensancharon.

–¿Qué diablos te ocurre? –exigió él.

Ella intentó escabullirse pero él lo impidió. Se sentía como un animalito en  una  trampa,  retorciéndose  y  jadeando  para  liberarse,  pero  consiguiendo solo que él la apretara más.

–No vas a ir a ningún sitio –metió la mano entre su pelo oscuro, que se soltó y cayó sobre su muñeca, suave y sedoso–. No saldrás de esta habitación hasta que admitas cómo te sientes.

–¿Ahora mismo? Cansada de estar contigo.

–Mientes. Deseas esto  tanto como  yo...  –apoyó  la  boca  en  la  de  ella,  transmitiendo  toda  su  ira,  desesperación  y  emoción  con  ese  acto  físico. 

La  besó  como  si  nunca  lo  hubiera  hecho  antes  y no fuera a hacerlo  nunca  más,  como si fuera el aire que le daba la vida, la sangre que alimentaba su corazón. El sabor dulce y cálido de su boca se le subió a la cabeza. Era como una droga peligrosa que lo invadía, transformando la ira en otro potente sentimiento. Era vagamente consciente de que ella había dejado de forcejear y se  agarraba  a  su  camisa, entreabriendo  la  boca  bajo  la  de  él.  Fue como una  llamarada  que  le  hizo  perder  el  control del  todo.  La alzó en brazos, sin  pensarlo, y la llevó a la enorme cama desde la que se veía la piscina privada y la suave curva  de  la  playa al fondo.  Un entorno idílico que  ni vieron, cegados  por la pasión.

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