Desde el otro extremo de la terraza, Pedro contempló el intercambio entre su esposa y su hermano. La niña que tenía en brazos dijo algo y él contestó automáticamente. Después la dejó en el suelo y le dijo que fuera a jugar. Su mente estaba inmersa en Paula. Durante la boda la había ignorado. No quería que su infierno privado hiciera acto de presencia en el día de su hermana. Pero, cuando Federico le había dado un golpecito para que la mirara, había captado la expresión de su rostro y sabido que ella estaba pensado lo mismo que él. Lo había dejado atónito ver el brillo húmedo de sus mejillas. En el tiempo que habían estado juntos, no la había visto derramar una sola lágrima. Era la mujer más dura y fuerte que conocía.
–Ve tras ella –le susurró con urgencia Federico, sereno y sonriente en apariencia–. Ve ahora, porque se marchará en minutos.
–Es complicada.
–Todas las mujeres son complicadas. No es que las entienda, pero sé una cosa... –Federico agarró una copa de champán de una bandeja– si existe el amor, esa mujer te ama. Vete. Yo te sustituiré aquí.
Pedro se quedó inmóvil, recordando su rostro en la sesión de fotografía: anhelo y una intensa tristeza, como si la situación estuviera absorbiéndola y ahogándola. Eso no tenía sentido.¿Por qué iba a estar triste si quería el divorcio? Si no tenía sentimientos por él, ¿Por qué la estresaba tanto la situación? De repente, una luz de comprensión destelló en su cerebro. Se apretó la frente con los dedos.Por mucho que lo negara era obvio que lo quería. También era obvio que amarlo la asustaba mortalmente. Huía porque temía rendirse a esos sentimientos. No quería perdonarlo porque le daba miedo. Temía volver a confiar en él. A su espalda oyó risas y los primeros acordes de la música, pronto empezaría el baile.Poco después, movido por la ira consigo mismo, y con ella, Pedro entró en la villa con la sutileza de un policía en una redada. Cerró de un portazo y Paula salió corriendo del dormitorio.
– ¿Qué ha pasado? –le preguntó, asustada.
Pedro vió la maleta a los pies de la cama y supo que llegaba justo a tiempo. Federico había tenido razón. Unos minutos después se habría ido.Empeñado en desvelar la verdad, caminó hasta ella, la arrinconó contra la pared y apoyó un brazo a cada lado, atrapándola.«Ahora intenta escapar. Inténtalo, belleza mía».La intensidad de la ira que crecía en su interior era desbordante. Los ojos de ella se ensancharon.
–¿Qué diablos te ocurre? –exigió él.
Ella intentó escabullirse pero él lo impidió. Se sentía como un animalito en una trampa, retorciéndose y jadeando para liberarse, pero consiguiendo solo que él la apretara más.
–No vas a ir a ningún sitio –metió la mano entre su pelo oscuro, que se soltó y cayó sobre su muñeca, suave y sedoso–. No saldrás de esta habitación hasta que admitas cómo te sientes.
–¿Ahora mismo? Cansada de estar contigo.
–Mientes. Deseas esto tanto como yo... –apoyó la boca en la de ella, transmitiendo toda su ira, desesperación y emoción con ese acto físico.
La besó como si nunca lo hubiera hecho antes y no fuera a hacerlo nunca más, como si fuera el aire que le daba la vida, la sangre que alimentaba su corazón. El sabor dulce y cálido de su boca se le subió a la cabeza. Era como una droga peligrosa que lo invadía, transformando la ira en otro potente sentimiento. Era vagamente consciente de que ella había dejado de forcejear y se agarraba a su camisa, entreabriendo la boca bajo la de él. Fue como una llamarada que le hizo perder el control del todo. La alzó en brazos, sin pensarlo, y la llevó a la enorme cama desde la que se veía la piscina privada y la suave curva de la playa al fondo. Un entorno idílico que ni vieron, cegados por la pasión.
Quiero otro yaaaaa!!!
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