lunes, 4 de septiembre de 2017

Dame Otra Oportunidad: Capítulo 9

–Voy a llamar a Luciana y a explicarle que estoy cansada. Lo entenderá.

Era cierto que estaba pálida y sus ojos parecían enormes, pero él sabía que  su  reticencia  no tenía nada que  ver con la fatiga.  Pedro se  preguntó cuánto  tendría  que pincharla  hasta  que  ella  dejara de vigilar cada una de sus  palabras. Lo ridículo era que aún no habían hablado de lo ocurrido.

–¿Por qué iba  a inquietarte tu conciencia  ahora,  si no  lo hizo hace  dos años? ¿O es cobardía porque te da vergüenza ver a mi familia? Has venido por lealtad a mi hermana,  así  que  veamos  esa  lealtad  en  acción  –no pudo decir más.

 Ella se dió  la vuelta  y,  como si  hubiera  aceptado su  destino, avanzó  rápidamente  por  el  estrecho  camino  que,  entre  jardines,  conducía  a  la  parte  principal del hotel. Llevaba el cabello recogido en un severo moño que exponía su esbelto cuello. Él bajó la mirada hacia la curva de su trasero, perfectamente esculpido gracias a flexiones y más flexiones. De humor turbulento, Pedro la siguió, resistiéndose a la tentación de apretarla contra un árbol y exigir que le dijera qué había pasado por su mente alocada cuando decidió destrozar lo que habían creado juntos.  Deseaba sacar a  la  luz  el  tema  que  ella  evitaba.  Pero  sobre  todo  deseaba  arrancarle  la  delicada  cadena  de  oro  del  cuello  y  sustituirla  por  una  de  las  joyas  que  él  le  había regalado, que anunciaban al mundo que era suya.Incómodo  por  la  bajeza  de  sus  pensamientos,  tardó  un  momento  en  darse cuenta de que Paula se había quedado quieta en el acceso a la terraza.

–Paula–Federico estaba  allí.

Federico,  su hermano menor, exaltado  y sobreprotector, que se sentía responsable por haber contratado a Paula como entrenadora personal cuando decidió correr la maratón de Nueva York. Sin su presentación, Pedro no la habría conocido nunca. Federico la miraba con fijeza y desagrado.Laurel se enfrentó a la mirada amenazadora sin parpadear. Pedro no pudo evitar un destello de admiración. Allí estaba, rodeada de gente que sentía animadversión  hacia  ella  y  se  encaraba  sin  dar  marcha  atrás.  Paula era  una  luchadora.Y  eso  era  parte  del  problema.  Estaba  tan  acostumbrada  a  defenderse  que era virtualmente imposible conseguir que bajara la guardia. Consciente de que,  si  quería  que la  velada  transcurriera  sin  explosiones,  era  él  quien  debía  poner calma, Pedro se adelantó.

–¿Está Luciana aquí?

–Está esperando para entrar  –la mirada gélida de  Federico seguía  fija  en  Paula, que se la devolvía, retadora.

 A Pedro lo exasperó su testarudez.

–Estás descuidando a los invitados, Fede.

Decidiendo que una muestra de  solidaridad  calmaría  las  cosas,  se  obligó  a  agarrar  la  mano  de Paula y  lo sorprendió  que  estuviera  fría  como  el  hielo y le temblaran los dedos. Sorprendido, miró  su  rostro;  ella  tironeó  para  liberar  la  mano,  pero  él  no  lo  permitió.  Tal vez,  si  hubiera hecho  eso  dos  años  antes,  no  se  habría  ido.  Su  desastrosa infancia la había marcado con inseguridades más profundas que el océano. Por fuera era una mujer de negocios brillante y competente. Por dentro era  un  pantano  de  emociones  movedizas.  Él  había  creído  que  su  cordura  y  equilibrio  serían suficiente para los dos. Se había equivocado.

–No  hace  falta  que  me  protejas  –le  dijo  Paula,  fiera,  mientras  Federico saludaba a unos invitados.

–Protegía a mi familia, no a tí –Pedro la soltó–. Es la noche de Lu, sobran las escenas.

–No pensaba hacer ninguna escena. Son ustedes los que no controlan  sus emociones. Yo me controlo perfectamente.

Pedro pensó que ese era el problema, siempre lo había sido, pero no lo dijo.

–¿Pau? –la  voz  de  Luciana  sonó  a  sus  espaldas,  seguida  por  un  destello verde intenso y el crujido de la seda cuando se lanzó sobre Laurel y la rodeó  con  los  brazos–.  ¡Estás  aquí!  Tengo  mucho  que  contarte.  Necesito  que  vengas cinco minutos para enseñarte algo –sin darle tiempo a contestar, agarró su mano y la llevó hacia la villa.

Pedro observó  su  marcha, preguntándose  cómo  su  hermana  había  atravesado la coraza protectora mientras él se quedaba fuera. Federico se reunió con él, con expresión tormentosa.

–¿Por qué accediste a eso?

–Era lo que Lu quería.

–Pero  es  lo  peor  para  tí.  Dime  que  no  has  pensado,  siquiera  un  momento, en dejarla volver.

Pedro contempló a Paula del brazo de su hermana. Se movía con la gracia  de  una  bailarina  y  la  fuerza  de  una  atleta.  El  sutil  bamboleo  de  sus  caderas era muy sensual. Y en la cama...

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