Era cierto que estaba pálida y sus ojos parecían enormes, pero él sabía que su reticencia no tenía nada que ver con la fatiga. Pedro se preguntó cuánto tendría que pincharla hasta que ella dejara de vigilar cada una de sus palabras. Lo ridículo era que aún no habían hablado de lo ocurrido.
–¿Por qué iba a inquietarte tu conciencia ahora, si no lo hizo hace dos años? ¿O es cobardía porque te da vergüenza ver a mi familia? Has venido por lealtad a mi hermana, así que veamos esa lealtad en acción –no pudo decir más.
Ella se dió la vuelta y, como si hubiera aceptado su destino, avanzó rápidamente por el estrecho camino que, entre jardines, conducía a la parte principal del hotel. Llevaba el cabello recogido en un severo moño que exponía su esbelto cuello. Él bajó la mirada hacia la curva de su trasero, perfectamente esculpido gracias a flexiones y más flexiones. De humor turbulento, Pedro la siguió, resistiéndose a la tentación de apretarla contra un árbol y exigir que le dijera qué había pasado por su mente alocada cuando decidió destrozar lo que habían creado juntos. Deseaba sacar a la luz el tema que ella evitaba. Pero sobre todo deseaba arrancarle la delicada cadena de oro del cuello y sustituirla por una de las joyas que él le había regalado, que anunciaban al mundo que era suya.Incómodo por la bajeza de sus pensamientos, tardó un momento en darse cuenta de que Paula se había quedado quieta en el acceso a la terraza.
–Paula–Federico estaba allí.
Federico, su hermano menor, exaltado y sobreprotector, que se sentía responsable por haber contratado a Paula como entrenadora personal cuando decidió correr la maratón de Nueva York. Sin su presentación, Pedro no la habría conocido nunca. Federico la miraba con fijeza y desagrado.Laurel se enfrentó a la mirada amenazadora sin parpadear. Pedro no pudo evitar un destello de admiración. Allí estaba, rodeada de gente que sentía animadversión hacia ella y se encaraba sin dar marcha atrás. Paula era una luchadora.Y eso era parte del problema. Estaba tan acostumbrada a defenderse que era virtualmente imposible conseguir que bajara la guardia. Consciente de que, si quería que la velada transcurriera sin explosiones, era él quien debía poner calma, Pedro se adelantó.
–¿Está Luciana aquí?
–Está esperando para entrar –la mirada gélida de Federico seguía fija en Paula, que se la devolvía, retadora.
A Pedro lo exasperó su testarudez.
–Estás descuidando a los invitados, Fede.
Decidiendo que una muestra de solidaridad calmaría las cosas, se obligó a agarrar la mano de Paula y lo sorprendió que estuviera fría como el hielo y le temblaran los dedos. Sorprendido, miró su rostro; ella tironeó para liberar la mano, pero él no lo permitió. Tal vez, si hubiera hecho eso dos años antes, no se habría ido. Su desastrosa infancia la había marcado con inseguridades más profundas que el océano. Por fuera era una mujer de negocios brillante y competente. Por dentro era un pantano de emociones movedizas. Él había creído que su cordura y equilibrio serían suficiente para los dos. Se había equivocado.
–No hace falta que me protejas –le dijo Paula, fiera, mientras Federico saludaba a unos invitados.
–Protegía a mi familia, no a tí –Pedro la soltó–. Es la noche de Lu, sobran las escenas.
–No pensaba hacer ninguna escena. Son ustedes los que no controlan sus emociones. Yo me controlo perfectamente.
Pedro pensó que ese era el problema, siempre lo había sido, pero no lo dijo.
–¿Pau? –la voz de Luciana sonó a sus espaldas, seguida por un destello verde intenso y el crujido de la seda cuando se lanzó sobre Laurel y la rodeó con los brazos–. ¡Estás aquí! Tengo mucho que contarte. Necesito que vengas cinco minutos para enseñarte algo –sin darle tiempo a contestar, agarró su mano y la llevó hacia la villa.
Pedro observó su marcha, preguntándose cómo su hermana había atravesado la coraza protectora mientras él se quedaba fuera. Federico se reunió con él, con expresión tormentosa.
–¿Por qué accediste a eso?
–Era lo que Lu quería.
–Pero es lo peor para tí. Dime que no has pensado, siquiera un momento, en dejarla volver.
Pedro contempló a Paula del brazo de su hermana. Se movía con la gracia de una bailarina y la fuerza de una atleta. El sutil bamboleo de sus caderas era muy sensual. Y en la cama...
No hay comentarios:
Publicar un comentario