lunes, 22 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 36

De pronto, la oficina parecía que se le quedaba pequeña, sobre todo cuando Pedro se acercó y se sentó en el borde de su mesa.


–Paula, no era necesario que volvieras aquí. Yo puedo ocuparme de las cosas.


–Lo sé, pero mi padre tiene que pasar la noche en el hospital, y pensé que podría hacer algo de trabajo.


–¿No está mejor?


–Sí, el médico sólo quiere asegurarse de que está estabilizado. Va a tener que cambiar la dieta y aprender a ponerse insulina –suspiró de cansancio.


–¿Y qué pasa contigo? Tendrás un montón de cosas que hacer ahora. ¿Por qué no te tomas unos días libres?


¿Qué pretendía Pedro?


–No, puedo arreglármelas.


–Paula, sé que te sientes culpable al pensar que tu padre estaba bebiendo.


–¡No sigas! –levantó una mano–. No quiero hablar de ello –eso nunca se lo había confiado a nadie, no obstante, se dio cuenta de que Pedro de alguna manera sabía ese secreto de familia–. ¿Cómo lo has sabido? –preguntó ella tras un momento de tenso silencio.


Pedro permaneció en silencio por un momento, después se encogió de hombros.


–Ya sabes cómo son las ciudades pequeñas, todo el mundo sabe los asuntos de los demás.


–Muy bien –ella lo miró–. Entonces sabrás que el hogar de los Chaves no era perfecto. En realidad, era bastante tormentoso a veces.


–Paula no lo decía para dar pena.


–¿Fue ésa la razón por la que te marchaste fuera para ir a la universidad? 


Ella asintió.


–¿Fue ésa también la razón por la que sólo volviste a casa unas cuantas veces en los últimos diez años? –preguntó Pedro–. ¿O fue por mí?


Paula no podía tocar ese tema ahora. Sus emociones estaban a flor de piel.


–No te lo tengas tan creído, señor Alfonso. Me recuperé de tí hace mucho tiempo –no estaba siendo sincera–. ¿Cómo te diste cuenta de que me había ido? Estabas muy ocupado quedando con cualquier chica en cincuenta millas a la redonda. Dudo que ni siquiera lo notaras.


–Pero lo noté –bajó el tono de voz–. Me pasé por tu casa el día antes de irte. Tu madre abrió la puerta y dijo que no querías verme.


Paula estaba asombrada. 


–Mi madre nunca me lo dijo.


Pedro se encogió de hombros.


–Probablemente fue mejor así. Yo no quería que te fueras pensando mal de mí –su increíble mirada de ojos azules se encontró con la de ella–. Nunca pretendí hacerte daño, Paula. Sólo que después de la muerte de mi padre… y de la pérdida del rancho… fue algo muy difícil de asimilar para mí.


Paula se daba cuenta de que él aún estaba molesto por lo que ocurrió.


–Lo sé. Éramos los dos tan jóvenes… 

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