viernes, 12 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 17

Pedro sabía que su hermana tenía tendencia a dar emoción a las cosas. Todo tenía que ser una gran producción.


–¿Por qué no nos lo puede decir aquí en casa? –Pedro trataba de disimular su fastidio. Tenía pensado echar unas horas trabajando en la obra durante el fin de semana–. Además, Fede siempre me engancha para algún trabajo en el rancho.


–Esta vez no. Sólo va a haber diversión –la madre miró hacia la cocina y saludó con la mano a Jorge Price, el dueño del restaurante–. Voy a invitar a Jorge y pedirle que haga su ensalada de col –a continuación miró a Paula–. Ah, y Paula, nos encantaría que fueras tú también.


A Paula le pilló por sorpresa, y se paró con el tenedor lleno a mitad de camino hacia la boca.


–Oh, gracias, señora Alfonso, pero no puedo entrometerme en asuntos de familia.


–Tonterías, contigo nunca sería una intromisión. Y estoy segura de que a Pedro le encantaría que vieras el trabajo que ha hecho en la casa del rancho. Por favor, sé que Carolina no va a ir sola.


Fantástico, la estaban emparejando con Pedro. No se atrevió a mirarlo, pero se preguntó qué iba a hacer él.


–Gracias, lo pensaré.


–Mi madre se saldrá con la suya –empezó a decir Pedro–. Así que si quieres ahorrarte la espera será mejor que accedas ahora.


Paula dejó el tenedor. No podía tragar nada con el nudo que tenía en la garganta. Sonrió a la señora Alfonso.


–De acuerdo, iré en mi coche.


–No hace falta –saltó Pedro otra vez–. Yo te llevo.


Antes de que Paula pudiera decir algo al respecto, Jorge salió de la cocina y saludó a Ana.


–Eh, forastero –dijo a Pedro–. No te he visto desde hace tiempo.


–Llevo aquí sentado treinta minutos.


–Supongo que no he mirado –Jorge se volvió a Paula–. Habiendo una clienta tan guapa, prefiero mirarla a ella. Hola, Paula. He oído que habías vuelto a la ciudad.


–Hola, Jorge –Paula sonrió al fornido hombre mayor de pelo cano y poco espeso. No había cambiado con el paso del tiempo–. No has cambiado nada.


–Me mantengo. Es difícil permanecer joven. He oído también que te ha tocado la difícil tarea de meter en vereda a este muchacho.


Pedro miró girando la cabeza por encima del hombro.


–¿Tengo un letrero pegado en la espalda que pone: métete conmigo?


Todos se rieron.


–Nunca hemos necesitado el letrero –dijo Jorge–. ¿Cómo es que te has pasado por aquí esta mañana?


–Para desayunar –sugirió él.


–Bueno, tengo que irme –les comunicó Ana al mismo tiempo que le tocaba a Jorge en el brazo, y se marchó.


Pedro había estado pensando durante mucho tiempo que podría haber sentimientos entre su madre y Jorge. No habrían tenido ninguna repercusión, pero cualquiera podía ver que los dos se preocupaban el uno del otro. Después de que Ana se hubo ido, Jorge se dirigió otra vez a Pedro. 

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