viernes, 19 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 33

 –Eso fue hace una hora. He estado intentando localizarte en el móvil.


–Pues aquí me tienes –dijo con irritación–. ¿Qué problema tenías tan gordo que no has podido solucionar?


–Yo no he dicho que haya algo que no pueda solucionar. Sólo quiero poder localizarte.


–Estuve con algunos asuntos personales, ¿Qué pasa? Pensé que podías manejarte una hora sin mí.


Pedro se percató de una tristeza en sus ojos que su malhumorado tono no conseguía ocultar.


–Paula, ¿Qué te pasa?


–Nada.


Cuando Paula pasó por la mesa de él, se estiró y la agarró del brazo.


–Dime la verdad. ¿Qué ha pasado?


–Ah, ahora resulta que te preocupas, cuando esta mañana ni siquiera me has mirado.


Se quedó perplejo.


–¿No es eso lo que querías?


–Lo que quiero es sinceridad, Pedro. No quiero jugar a ningún juego. Me has mentido respecto a eso de que tu madre nos quería juntar.


¿Con quién había estado hablando?


–Mi madre ha estado intentando emparejarnos a Federico y a mí desde que cumplimos los veintiuno.


–¿Así que la escenita de estar juntos en la barbacoa fue para agradarla a ella? –sus ojos tenían aspecto afligido–. ¿Y qué pasa con la cena donde Jorge? ¿Fue eso para agradar a tu madre, o fue simplemente para ver en cuánto tiempo conseguirías fastidiar a la estricta gerente del proyecto? Flirteas con ella, la besas hasta que pierde la cabeza, y después llega el lunes por la mañana y la tratas como si no la conocieras.


Él se sentía por los suelos.


–No, Paula, no ha sido así –estiró la mano para acariciarla, pero ella rehusó el gesto–. Lo prometo. Creí que estaba haciendo lo que tú querías –se pasó una mano por el pelo.


Las lágrimas inundaron los ojos de Paula. Pedro se acercó a ella.


–Sí, te besé en la barbacoa. El beso del patio quizá fue para mi familia, pero el del granero fue exclusivamente porque no pude refrenarme. Sabía que era una excusa para conseguir que fueras al rancho, y pensé que una vez que estuvieras en mis brazos…


–Que sucumbiría a tus encantos –continuó Paula por él.


Pedro intentó forzar una sonrisa, pero no pudo.


–Un hombre siempre puede tener esperanzas –se serenó rápidamente–. Si fuera verdad lo que dices, ¿Por qué te habría reconocido ciertas cosas? Te lo dije en serio eso de que me importas. Quiero otra oportunidad.


Ella movió la cabeza de un lado a otro.


–¿Por qué me tendría que someter otra vez a eso? Tú me rechazaste ya una vez –volvió a negar con la cabeza–. Eso duele, Pedro.


–Tenía diecisiete años. Lo que hice fue arrogante y tonto –extendió el brazo y pasó la palma de la mano por la mejilla de ella–. Mi vida sufrió un vuelco cuando mi padre murió.


–Yo sabía que eso era así, y quise estar ahí para ayudarte.


–Oh, Paula –se acercó más a ella, pero antes de que pudiera estrecharla en sus brazos, la puerta se abrió. 

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