miércoles, 24 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 43

Paula no había tenido mucha diversión en los últimos años. No había estado en Las Vegas desde la universidad. Siempre había estado demasiado ocupada y siempre había pensado que el juego era una manera tonta de perder el tiempo y el dinero. Pero con Pedro estaba aprendiendo cosas que no sabía. Como jugar al veintiuno. Cuando se aburrieron de jugar a las cartas, recogieron las fichas y acabaron en las máquinas tragaperras. Pedro la llevó pasando por las máquinas de un cuarto de dólar y de dólar, hasta que llegaron a la zona de las máquinas de cinco a veinticinco dólares.


–Oh, Pedro, creo que esto es mucho nivel para mí.


–Tienes que vivir un poco –sonrió y sacó algunos billetes del bolsillo–. Vamos a jugar los dos a ver qué pasa.


Paula aceptó, pero después de que varios billetes se esfumaran en la máquina intentando ganar el premio, la situación parecía poco prometedora. En ese momento, de repente, las tres cerezas aparecieron.


–Oh, Pedro, ¡Hemos ganado! –proclamó ella.


–No lo suficiente –dijo él al mismo tiempo que le daba a la palanca y observaban juntos en las ventanitas los desiguales signos.


Después de darle a la manivela varias veces más turnándose no salía ningún premio. Paula estaba viendo cómo disminuían sus ganancias.


–Quizá deberíamos parar ahora –dijo ella.


–¿Dónde está tu espíritu de aventura, mujer?


–Se fue con los últimos cien dólares.


Pedro se inclinó hacia delante y le dió un beso prolongado en los labios. Cuando se retiró le guiñó el ojo, haciendo que Paula contuviera la respiración.


–Confía en mí –susurró él con una voz ligeramente ronca, después tomó la mano de ella, la levantó hasta la palanca y la envolvió con la suya. 


Sin apartar en ningún momento sus poco comunes ojos azules de ella, presionó la palanca hacia abajo. Además del «clic» que hacían los signos al parar se escuchó un zumbido. Salió un triple bar, después otro triple bar y finalmente la tercera ventanita se unió a las otras dos. Sonó la campana y Paula saltó en los brazos de Pedro sin ser consciente de la multitud que se había congregado para mirar. Habían ganado casi tres mil quinientos dólares. Él la besó.


–¿Ves?, ya te dije que hacíamos buen equipo.


Sobre la una de la noche, Pedro y Paula sintiéndolo mucho dieron la noche por acabada. Ella estaba indecisa. Hacía mucho tiempo que no se despendolaba y se lo pasaba bien. Estaba claro que pasar la noche con Pedro Alfonso podría ser la fantasía de cualquier chica. Y esa noche era eso. Una fantasía. Una salida nocturna para un poco de diversión. Sin embargo, todo tenía que acabar en algún momento. 

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