lunes, 22 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 39

Eran más de las nueve de la noche cuando Paula se paró con el coche al lado del garaje de los Alfonso. Miró hacia arriba, la luz estaba encendida, Pedro estaba en casa. Respiró hondo, estremeciéndose. Él merecía sinceridad, pero eso la podía herir a ella. Era mejor decirle que ellos no podían llegar a ser una pareja y mantener las distancias. De esa manera ella no sufriría tanto. Y lo que era más importante, su padre no se disgustaría. El problema era que ella no quería perderlo. Salió del coche y subió por la escalera. Antes de que se acobardara, llamó a la puerta desgastada por la intemperie. Los segundos parecían horas mientras esperaba, después la puerta se abrió. Pedro apareció, llevaba unos vaqueros y una camisa abierta que dejaba al descubierto su pecho desnudo. Ella no podía respirar, y mucho menos hablar.


–Paula, ¿Qué haces aquí? ¿Ha pasado algo en la obra? No me digas que han entrado otra vez.


Negó con la cabeza.


–Yo… quería hablar contigo, pero si éste no es un buen momento… –le faltó valor y comenzó a girarse para irse. 


Él la detuvo.


–Paula, si es para algo del proyecto por lo que has venido no tienes más que decírmelo.


Volvió a negar con la cabeza. Una lenta y sexy sonrisa se dibujó en la cara de Pedro.


–¿Has venido a verme? –respiró hondo y tiró de ella para que pasara dentro.


Paula se sintió sin fuerzas para resistirse. Era inútil, al igual que intentar no sentir nada por él. Ella afirmó con la cabeza al mismo tiempo que rodeaba con los brazos el cuello de Pedro.


–Ya sabes, Pedro Alfonso, que hay muchas razones por las que no debería estar aquí. Por las que no debería querer iniciar nada contigo.


La boca de él bajó en picado hasta encontrar la de ella, dejándola sinpalabras, sin aire.


–¿Cómo vamos a poder trabajar juntos?


–Siendo muy felices –susurró él, y le dió un besito provocador en el labio inferior. 


Ella emitió un quejido y se acercó más, deleitándose con los sentimientos que Pedro provocaba en ella. No pudo refrenarse y levantó la boca para juntarla con la de él. Ahora era su lengua la que acosaba los labios de Pedro, y se estremeció con la reacción de él, que gimió y la envolvió con los brazos, estrujándola contra sí mismo.


–Pedro –balbuceó ella cuando él la levantó, la llevó al sofá y se sentó con ella en sus rodillas. 


Paula no quería pensar en otra cosa que no fuera amar a ese hombre.


–He notado que me faltabas –admitió él entre besos–. No puedo expresarte lo contento que estoy de que estés aquí.


–No debería haber venido. Estamos jugando con fuego, Pedro. Mi padre… –sus palabras se extinguieron cuando la mano de él se metió debajo de su blusa y acarició su piel desnuda–. Mi padre nunca aceptará esto.


–Tu padre no está aquí, Paula. Sólo tú y yo. Estamos completamente solos.


Pedro comprimía con su boca la de Paula. Le dijo que ella era la única que le importaba, la única que quería. Consiguió desabrocharle el sujetador, después las yemas de sus dedos se pusieron a trabajar excitando y endureciendo los pezones. Paula tomó aire en profundidad y su mirada se encontró con la de él; vió el deseo reflejado en los ojos de él.


–Pedro...

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