miércoles, 3 de febrero de 2021

Perdóname: Capítulo 71

 —Comprendo que tuvieras que inventarte un mundo imaginario en un ambiente de museo como este, Pedro, pero ahora debes volver a la realidad, ya eres mayorcito. 



—Gracias a Dios. Lo suficiente como para abandonar este horrible lugar para siempre, en cuanto Balta haya sido presentado en la corte — bromeó Pedro amargamente—. Cuando traigan la cuna pediré que nos traigan algo de comer y nos echaremos la siesta. Nadie va a salir de esta habitación hasta el momento triunfal de la gran entrada en el baile. Mamá quiere guardar en secreto la existencia de Balta, y yo quiero cumplir sus deseos, así que no saldremos de aquí.


Pedro se mostraba tan inexorable que Paula se asustó. Se dió la vuelta y comenzó a sacar la ropa nueva de las bolsas para colgarla en el armario antes de la fiesta. Cualquier cosa con tal de mantenerse ocupada mientras pensaba en un plan para escapar de él, aunque solo fuera unos minutos. En algún lugar de aquella espaciosa mansión la madre de Pedro la esperaba para firmar un importante documento. Aquel documento garantizaría que ella jamás reclamaría un céntimo del dinero de los Alfonso. Sin embargo, tras lo sucedido en el viaje del año anterior, cuando él se ausentó marchándose a Kentucky, parecía decidido a no dejarla sola un instante. Lo que más la aterrorizaba era que la señora Alfonso la hiciera responsable en caso de no lograr despistar a Pedro para firmar el documento. 


La cuna llegó cuando Paula había desembalado ya los zapatos y las cosas de Baltazar. Antes de que las sirvientas se retiraran, oyó a Pedro pedir la comida. Era poco probable que él se quedara dormido, ni siquiera aunque se tumbara a descansar. Sin embargo, mientras tomara una ducha, contaría con unos minutos para escabullirse. Pero en eso ella se equivocaba. Tras la comida y cuatro horas de descanso, desapareció en el baño de la suite para bañar a Baltazar y tomar una ducha. Cuando salió, poco después, vestida para la fiesta, descubrió a un Pedro que parecía un Adonis: alto, de pie en medio de la habitación, con un aspecto resplandeciente con su traje de etiqueta, haciéndose el nudo de la corbata. Gimió impotente ante aquella imagen masculina y espectacular. Solo cuando logró recuperarse cayó en la cuenta de que, mientras ella se duchaba con el bebé, él había tomado su ducha en otro baño, probablemente en el de al lado de la suite. Eso significaba que no tendría oportunidad de escapar de él. Tendría que encontrar el momento adecuado durante la fiesta, esperaría la señal de su madre. 


En cuanto Pedro la vió vestida, dejó de hacer lo que estaba haciendo y fue a buscarla tomando a Baltazar de entre sus brazos. Sus ojos verdes ardieron lentamente mientras la examinaba admirado. Escrutó cada detalle de su silueta y rostro, desde las sandalias plateadas hasta los abundantes y sedosos cabellos rojizos flotando por encima de los hombros de terciopelo.


—¿Qué te parece nuestro hijo? —preguntó ella apenas sin aliento.


La mirada de Pedro se desvió lentamente hacia Baltazar, tan adorable con el traje blanco que Paula apenas pudo contener la emoción. Cuando él lo levantó en el aire y el niño sonrió, ella vió de reojo un brillo líquido en sus ojos, unos ojos de padre llenos de orgullo y amor. Hubiera deseado tener una cámara para poder captar aquel sagrado momento. Guardaría siempre esa imagen en su mente y en su corazón. Pedro bajó por fin a su hijo y se volvió hacia Paula.


—Son las nueve y media. ¿Vamos? Es la hora.


Pedro la agarró de la mano con fuerza, impidiendo que pudiera escabullirse, y abandonaron así la habitación avanzando por los palaciegos pasillos hacia la escalera. El sonido de la música, de las risas, de las voces de la gente llegaba hasta ellos desde la planta de abajo. Paula temía aquel momento más que nada en su vida, pero Pedro lo era toda para ella, y ningún sacrificio era demasiado grande tratándose de él. Manteniendo su trato con su madre y con él conseguiría volver a San Diego antes o después. Luego, comenzaría una detestable vida a base de visitas de papá y dolores de cabeza.


Alguien debía haber ordenado al personal que se mantuviera alerta en cuanto apareciera Pedro, porque su madre los esperaba en el vestíbulo de mármol, al pie de las escaleras, con un elegante vestido rojo oscuro de seda hasta los pies. Sus ojos verdes siempre habían sabido disfrutar orgullosos contemplando a Pedro. La señora Alfonso besó la frente de Baltazar y le dió unas palmaditas en la mejilla, y por último la expresión de sus ojos cambió radicalmente al mirar a Paula, haciéndole comprender que o mantenía su promesa o… Sin embargo, para impresionar a Pedro y continuar con su papel de graciosa anfitriona, la señora Alfonso besó a Paula en la mejilla y le dió la bienvenida.


—Yo te buscaré —comentó en voz baja, en tono de advertencia. 

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