miércoles, 3 de febrero de 2021

Perdóname: Capítulo 74

 —Es cierto, Pedro —continuó su madre—. Paula me dijo que pensaba quedarse contigo todo el mes para ayudarte a familiarizarte con Baltazar, pero que luego iba a marcharse a San Diego para casarse con su novio.


—Yo soy su novio —soltó Pedro—. Jamás ha estado comprometida con ningún otro hombre, se lo había inventado.


—¿Es eso cierto? —preguntó incrédula la señora Alfonso.


—Sí.


—Y entonces, ¿De quién es ese anillo que llevabas en el dedo?


—De mi tía. Pero eso no importa, señora Alfonso, porque diga Pedro lo que diga, no pienso casarme con él. Pedro, por favor, dame esos papeles. Quiero firmarlos. Luego me iré con Balta.


Pedro se quedó mirándola como si no la hubiera visto jamás.


—Pero ¿Es que no comprendes que no serviría de nada firmarlos?


—¿Cómo… qué quieres decir? —parpadeó Paula.


—Díselo, papá —exigió Pedro ladeando la cabeza, con una agresividad que aterrorizó a Paula. Ella miró al anciano, pero este permaneció en silencio—. Díselo. Si no lo haces tú, lo haré yo.


El padre de Pedro se había puesto tan pálido como él.


—Decirme, ¿Qué?


—Como, según parece, se ha quedado mudo, llamaré al señor Cox para que esté presente como testigo de lo que tengo que decirte —afirmó Pedro.


—No, hijo —se negó el padre de Pedro levantando una mano y sacudiendo la cabeza—. Esto es algo que tengo que hacer yo —añadió inclinándose hacia adelante y mirando a Paula—. Jovencita, lo que mi hijo está tratando de decirte es que yo lo desheredé cuando cumplió dieciocho años.


Paula se levantó de la silla de golpe, cayendo en la cuenta de lo que significaban esas palabras.


—Eso quiere decir que… 


—Quiere decir que tengo un documento escrito, firmado por él, en el que renuncia a cualquier dinero o propiedad de la familia para el resto de su vida.


Las lágrimas corrieron por las mejillas de Paula imaginando el dolor del corazón de Pedro.


—Pero… ¿Por qué? —gritó desde lo más profundo de su alma—. ¿Qué ha podido hacerte tu hijo para que le arrebates sus derechos de nacimiento?


El señor Alfonso cerró los ojos por un momento, y luego contestó:


—No quería seguir siendo mi hijo.


—¡Querrás decir que no quería seguir tus pasos! —exclamó Paula en voz alta, profundamente apenada por Pedro—. He oído hablar de la gente como tú. ¿Es que no te das cuenta de lo que has hecho? —preguntó casi a voz en grito—. Pedro es el más noble, el más maravilloso, el más magnífico ser humano que yo haya conocido jamás —lo defendió con voz trémula—. Siempre ha sido una persona decente y honorable, es un científico brillante y un profesor ejemplar. Es una leyenda en la universidad. ¿Por qué crees que fue elegido para cubrir aquel puesto tan vital en el seminario de Kentucky, de entre todos los geólogos de los Estados Unidos? ¡Es porque no hay otro como él! Ahora está trabajando en un proyecto que va a revolucionar el mundo de los transportes en este país en el nuevo milenio. ¿Querían que su hijo pequeño continuara con la tradición familiar de los Alfonso? Bueno, pues lo ha hecho, a pesar del poco apoyo que haya podido recibir de ustedes. Él ha ido mucho más allá de mantener el estatus. En lugar de llevar una vida al estilo de El gran Gatsby, jugando al polo o navegando en yate, ha elegido un camino más elevado. Quizá no tenga mucho dinero en el banco, pero lo que tiene lo ha conseguido al viejo estilo. Se lo ha ganado con su propia sangre, sudor y lágrimas. Yo soy testigo. ¡No es de extrañar que no quisiera venir aquí a celebrar un cumpleaños! Fui yo quien lo obligó a venir porque pensé que sería mejor para Baltazar crecer viendo cómo dos familias enfrentadas dejaban a un lado sus diferencias.


—¡Basta! —gritó la señora Alfonso con voz trémula, poniéndose en pie, sin dejar de retorcerse las manos. Aquella era una imagen que Paula no había esperado nunca ver—. Pedro… fui yo quien le exigió a Paula que viniera. La primera vez la obligué a marcharse amenazándola con desheredarte si insistía en casarse contigo. Cuando tu padre cortó las relaciones contigo, temí perderte para siempre. Me dió miedo de que te casaras y te fueras a vivir lejos, a un lugar en el que jamás volvería a verte. No pude soportarlo. Tú eras nuestra estrella más brillante.


Pedro no estaba dispuesto a escuchar las explicaciones de su madre. Sus ojos verdes, desnudos y llenos de dolor, buscaban únicamente los de Paula. 

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