viernes, 12 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 19

El sábado Paula estaba contenta de haber sobrevivido a su primera semana de trabajo. Gracias al cambio de actitud de Pedro estaba empezando a entenderse con el personal. Pero lo más duro había sido irse de casa de sus padres. Miguel Chaves no era la persona más fácil con la que vivir en cualquier circunstancia, pero ahora que ella había aceptado el puesto en Paradise Estates, no podía aguantar por más tiempo sus constantes indagaciones.  Años atrás el padre de Paula tuvo un problema con el alcohol. Había sido una de las razones por las que dejó su casa al empezar a ir a la universidad. Quería a su familia, pero tuvo que irse por su propio bien. El sentimiento de culpabilidad la había atormentado, por ser consciente de que había dejado a su hermano menor, Gonzalo, teniendo que afrontar los efectos de la enfermedad. Aunque su padre, que había dejado de beber de manera reacia tras ser diagnosticado de diabetes, llevaba cinco años recuperado, eso no significaba que en su familia todo fuera perfecto. Desde que había vuelto a Haven, su hermano no había ocultado el resentimiento hacia ella. A lo mejor no era tan mala idea irse a vivir fuera de casa.


Dando un suspiro de satisfacción, Paula miró alrededor en su nuevo hogar. En los tres últimos días había pintado de amarillo las mugrientas paredes del pequeño departamento, y había puesto cortinas nuevas en la única ventana. Lustrosas toallas y alfombrillas daban un necesario toque de color al baño. Nada de eso le quitó tiempo de su trabajo. Mientras ella recomponía la oficina, Pedro trabajaba con los obreros, intentando recuperar el tiempo perdido. También contrataron a una empresa de seguridad de Tucson. Habría dos personas pernoctando en la obra y pondrían más focos de luz. Ella se miró una última vez en el espejo del armario. Era primeros de mayo, y aunque era un día cálido de primavera, se había puesto unos vaqueros y una blusa azul turquesa. En lugar de las botas de trabajo que llevaba a diario, se había puesto su favorito par de botas del Oeste, unas Tony Lama negras hechas a mano. Estaba sacando un jersey cuando oyó que llamaban a la puerta. «Pedro». Dió un largo resoplido y después le abrió la puerta.


–Guau. Fíjate qué casa –dijo Pedro con una sonrisa.


Un poco decepcionada porque no se había fijado en ella, Paula balbuceó.


–Es sólo una manita de pintura.


Sus ojos por fin volvieron a ella, y volvió a sonreír.


–Estás… muy guapa, tú también.


–Gracias.


Paula fue a la cocina y tomó una maceta con un rosal, tenía capullos de color rosa intenso ya abriéndose.


–¿Qué es eso que llevas?


–Un regalo para un nuevo hogar. Tengo entendido que a Vanina le gusta cuidar plantas.


–Ten cuidado, podrías arruinar tu imagen de chico duro –dijo él.


Paula sonrió, porque sabía que quería burlarse de ella.


–No eres tan listo como pensaba, Pedro Alfonso, yo no soy un chico.


–Sí, ya me he dado cuenta. Más de lo que debería.


Le subió un bochorno por el cuerpo al mismo tiempo que se esforzaba por no ponerse colorada.


–Quizá deberíamos hablar algo antes de ir al Double A –acabó por decir él.


–¿El qué? 


–Sobre mi familia. Como vamos a ir juntos, van a pensar que somos pareja. Y cuanto más lo neguemos, más van a intentar volver al tema.


Paula se sintió terriblemente decepcionada.


–Entonces, ¿No quieres que vaya? Bueno, lo entiendo –le entregó el rosal–. Dale esto a Vanina y dile que tenía que trabajar.


–Alto, alto. Yo no he dicho que no quiera que vayas –ambos se miraron fijamente–. Simplemente quería avisarte y proponerte algo.


Casi no se atrevía a preguntar qué.


–A ver, dime.


–Actuar como si fuéramos pareja.


Paula se quedó sin palabras. ¿Estaba loco? ¿Pretendía romperle el corazón otra vez? Vió su embaucadora sonrisa. Se estaba comportando de una forma tan engreída, como si ella tuviera que caer rendida en sus brazos. Bueno, dos podrían jugar a fingir… 

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