lunes, 8 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 7

 –Gerardo nos ha dado el mejor precio. Además, es el único proveedor de la zona. Ya sé que ello nos retrasa… un poco, pero puedo dar al personal otras cosas para hacer.


–Esto no son maneras de hacer negocio.


No cedía ni un milímetro.


–Esto no es Fénix, Paula. Haven es una ciudad pequeña. De esta obra se espera que proporcione puestos de trabajo y riqueza a la zona. Eso no podrá suceder si damos el negocio a Tucson.


–No ganaremos ningún dinero si la obra se queda parada. No puedo dar marcha atrás, Pedro.


–¿No puedes o no quieres?


Pedro aguantó la tenaz mirada de ella, pero pronto se dió cuenta de que no podía intimidarla de ninguna manera.


–Como he dicho, Gerardo tiene hasta el mediodía –contestó ella.


Pedro se acercó más. Estaba realmente irritado. ¿Cómo se atrevía a llegar allí y empezar a cambiar las cosas sin ni siquiera antes preguntar cuál era la situación? Ciertamente, ya no era la chica tímida que había conocido en el instituto. La chica que no le habló o incluso sonrió durante meses. Aunque finalmente consiguió que ella le hablara. Todavía podía recordar el primer beso entre ellos dos. La tímida reacción de ella…


–Tienes que ser un poco flexible, señora Chaves.


–Eres tú el que tiene que recordar que esto es un negocio, señor Alfonso, no un concurso de popularidad.


Lo estaba sacando de sus casillas, no sabía qué hacer, si darle un meneo o un beso. Respiró hondo. Vaya, eso era un problema.


–Tengo que irme, si me necesitas, llámame al móvil.


Y salió dando un portazo.


Dos horas más tarde, Paula todavía no se podía concentrar en el trabajo. La palabras de Pedro seguían dándole vueltas en la cabeza. Ella nunca lo reconocería, sin embargo él podría tener razón. Quizá debería haber arreglado las cosas con Gerardo Grant. Lo que no entendía Pedro era que siendo mujer ella no podía ser blanda. No en ese cargo, y no si ella quería dirigir ese proyecto con éxito. Si no contaba con el respeto y cooperación de los proveedores, nunca se ganaría el respeto de los trabajadores. 


La puerta se abrió y su padre entró hablando por el móvil. Con cincuenta y cinco años, Miguel Chaves, concejal y empresario de la ciudad, era una figura imponente vestido con su traje oscuro. La saludó con la cabeza mientras seguía hablando. Paula estaba acostumbrada a eso. Aunque él intentaba ser un padre atento siempre había estado obsesionado con sus proyectos empresariales e intentando ser una persona de renombre. Sus orígenes eran humildes y siempre había culpado a los Alfonso de su pobreza. Paula y su hermano pequeño, Gonzalo, habían sido criados por un hombre amargado durante años. Su padre colgó el teléfono.


–¿Dónde demonios está Alfonso?


–Dijo que iba a estar trabajando con los obreros.


–Creía que era para eso para lo que te había traído aquí; para que le echaras un ojo.


Paula trató de no sentirse dolida. 

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