miércoles, 3 de febrero de 2021

Perdóname: Capítulo 77

Con el corazón latiendo a toda velocidad, Paula agarró la mano de Pedro y deslizó el anillo en su dedo. Él se quedó mirándolo durante tanto rato que ella se preguntó si acaso habría olvidado dónde estaba. Cuando por fin levantó la cabeza, sonreía solo para ella, y Paula sintió que los huesos se le derretían y el corazón le retumbaba en el pecho. Los ojos de Pedro eran como láseres que penetraran su alma. Y le mandaban un mensaje: «Recuerdo haber dado esa conferencia. Recuerdo haber hablado de esta piedra. Y te amo por recordarlo. Te amo por amarme». 


De pronto, los ojos de Pedro ya no fueron los únicos en expresarse, en comunicarse. Su boca le hacía las cosas las increíbles en los labios. Y, en cuanto a sus cuerpos, parecían una sola carne, un solo corazón. Era imposible contener tanto amor en las paredes de aquella cabaña, necesitaban un lugar en el que expresarse. Pero eso tendría que ser después, cuando pudieran estar solos.


—Paula… —la llamó Pedro tocando suavemente su hombro desnudo.


Paula fingió dormir. Eran las siete de la mañana. Tras una noche de bodas que había sido un puro rapto había estado tumbada durante una hora, en vela, esperando poder despertar a Pedro del sueño en el que había sumido hacia las cinco para poder comenzar una vez más con su ritual.


—Cariño —volvió a llamarla dándole un pequeño codazo.


Le encantaba tomarle el pelo a aquel enorme, fuerte, maravilloso y apasionado hombre suyo. Cuando él frotó su brazo por tercera vez ella gimió ligeramente.


—¿Qué hora es? —murmuró con voz adormilada—. ¿Es que me llama Balta?


Pedro respiró hondo. Era exactamente el sonido que Paula esperaba escuchar.


—No, está con Leticia y con Dom, ¿Recuerdas?


—Ah, estupendo, qué bien. Así podré dormir.


Paula se dió la vuelta dándole la espalda, fingiendo estar cansada, pero después de cinco minutos cedió. En realidad aquella pequeña broma no había servido sino para excitarla.


—Cariño…


—¿Sí? —respondió él ligeramente tenso.


—Lo siento. Hace un minuto querías hablar conmigo. ¿Me querías para algo?


—No —contestó él—, puedo esperar. Vuelve a dormir —terminó Pedro volviéndose de espaldas.


Dios, cómo lo amaba. 


—Pero si estoy despierta, y lo que quiero no puede esperar. De hecho, llevo más de una hora esperando, así que si no te das la vuelta en este mismo instante y me haces el amor otra vez como antes, vas a tener un grave problema, ¿Entiendes?


—¡Paula! Eres perversa, ¿Lo sabías?


—Lo sé.


—Te quiero.


—Yo también.


Una hora más tarde yacían juntos, el uno en brazos del otro, observando a través de la ventana del remolque cómo el cielo del oeste se transformaba de naranja a amarillo. Paula besó a Pedro en la mandíbula.


—No tienes ni idea de las veces que soñé con estar así, contigo, durante las primeras semanas de clases. Y no era la única. Todas las chicas estábamos locas por tí, profesor Alfonso. Aún no puedo creer que me haya casado contigo. Cuando pienso en…


—¡No! —exclamó él besándola profundamente para hacerla callar—. No quiero pensar o hablar del pasado nunca más.


—Pues algún día tendremos que hacerlo, cariño. Ví la expresión de los ojos de tus padres cuando abandonamos su dormitorio. Están sufriendo, los dos.


—Eso es bueno —tragó Pedro—, porque jamás los perdonaré por lo que te hicieron.


—Sí los perdonarás porque eres grande, mucho más grande que todo eso.


—Tienes mucha más fe en mí de la que tengo yo —contestó Pedro estrechándola en sus brazos.


—Porque soy tu mujer.


—Sí, lo eres. En realidad no recuerdo ningún momento en el que no sintiera que tú eras mi otra mitad. Paula, te juro que la noche en que huiste de mí…


—Creía que no íbamos a hablar del pasado —objetó ella abrazándolo con fuerza.


—Dom y Ezequiel siempre supieron que había algo que no encajaba en tu historia.


—Son muy inteligentes, como tú. Los quiero.


—Y ellos te quieren a tí. Son lo mejor de lo mejor.


—Estoy de acuerdo. Y Leticia es maravillosa, también. ¡Ah, espero que Balta no los haya tenido despiertos toda la noche!


—No te preocupes, ya tendremos tiempo de devolverles el favor cuando nazca su hijo —hubo una pausa y luego Pedro preguntó—: Cariño, ¿De verdad te parece bien vivir aquí, en Laramie?


—¿Es que no oíste mis promesas? —sonrió Paula—. Te prometí seguirte a donde fueras.


—Estamos muy lejos del océano Pacífico.


—Estoy exactamente donde quiero. Puede que tú no te hayas dado cuenta aún, pero cuando llevemos cincuenta años juntos, seguro que estarás convencido.


—Convénceme ahora, señora Alfonso.


—Ámame, Pedro —rogó ella.


—Eso era lo que iba a hacer —contestó él con voz ronca. Pedro apartó el pelo de sus sienes y comenzó a besarla en el rostro—. Estuve solo durante mucho tiempo. A pesar de nuestros problemas, a pesar de todo, las últimas semanas en el remolque contigo y con Balta fueron para mí las más felices de mi vida.


Paula contuvo la respiración y contestó:


—Sí, yo casi me muero de felicidad cuando viniste al Bluebird Inn a ver a nuestro hijo. En ese momento, habría accedido a todo cuanto me pidieras. A todo.


—Los dos hemos sabido siempre que nos pertenecíamos el uno al otro. ¿Te he dado ya las gracias por nuestro precioso hijo?


—Es precioso, ¿Verdad? —sonrió Paula.


—Sí, porque tú eres su madre. Soy un hombre de suerte. ¿Qué más puede pedir un hombre en la vida? Te juro que siempre te amaré.






FIN

1 comentario: