miércoles, 3 de febrero de 2021

Perdóname: Capítulo 73

Pedro alargó el brazo para recoger a un lloroso Baltazar de brazos de su madre, y Paula aprovechó el momento para soltarse y escabullirse por el salón. Los invitados y los hermanos de Pedro se acercaban. La señora Alfonso la alcanzó. Sus ojos brillaban de ira.


—¿Sabías tú algo de esto? —exigió saber furiosa.


—¡No! ¡Nada, te lo juro! Pedro sabe muy bien que no tengo intención de casarme con él. Vamos a estar juntos solo dos semanas más, luego volveré a San Diego con Baltazar.


—Te creo. Mi hijo se ha vuelto loco. Ven a mi dormitorio. ¡Inmediatamente!


Todo transcurría en una especie de nebulosa mientras Paula seguía a la señora Alfonso hasta su suite. Nada más cerrar la puerta, vió a dos hombres sentados frente a un escritorio con unas hojas de papel.


—Dame el anillo.


Era el mismo diamante que Pedro había deslizado en su dedo en San Diego, un año atrás. Paula se lo sacó y lo dejó sobre la palma de la mano de la señora Alfonso.


—Siéntate. El señor Cox te mostrará dónde tienes que firmar. Ha traído al señor Stanton para que sirva de testigo. Yo voy abajo, a entretener a Pedro para que te dé tiempo a volver a vuestra habitación antes que él.


—No será necesario, madre.


Paula soltó un grito al escuchar la amenazadora voz de Pedro desde la puerta.  Se sintió enferma de pronto. Lentamente se volvió hacia la puerta. Para mayor shock, Pedro iba acompañado del señor Alfonso. No había ni rastro de Baltazar.


—Señor Cox, señor Stanton, si no les importa esperar fuera, este es un asunto familiar. Por favor, quédense cerca por si necesito hablar con ustedes —dijo Pedro.


—Por supuesto —contestó el abogado de más edad aclarándose la garganta.


Cuando los dos hombres alcanzaron la puerta, Pedro tiró de los papeles que uno de ellos llevaba en la mano y se los quitó. Paula cerró los ojos con fuerza.


—Esto nos va a llevar un rato —dijo Pedro tras cerrar la puerta—. Sugiero que nos sentemos.


Paula ya había encontrado una silla. Sus piernas apenas la sostenían. El señor Alfonso agarró a su mujer del codo y la escoltó hasta un sofá. Pedro se quedó de pie, leyendo los papeles que acababa de quitarle al abogado. Cuando levantó la cabeza, Paula gritó viendo que se había puesto pálido. En sus ojos veía un inexplicable dolor.


—Según esto, si Paula firma este documento, renunciará para siempre a cualquier reclamación de mi fortuna a través de su hijo ilegítimo. ¡Cómo te has atrevido a hacerle una cosa así, madre! —resonó la voz de Pedro en la habitación.


—No te enfades con ella, Pedro, ha sido idea mía —alegó paula comprendiendo que, si no defendía a la madre de él en ese momento, ocurriría lo peor.


—Gracias por intentarlo, cariño —intervino su madre, con una rápida sonrisa de gratitud.


Paula comprendió que, por una vez, era sincera. Pedro la miró atónito.


—¿Idea tuya?


—Sí —respondió Paula humedeciéndose los labios—. Hablamos de ello en Warwick. ¿Sabes? Es que me daba miedo que no creyeras que estaba comprometida con otro hombre. Me preocupaba el hecho de que pudieras pensar que te había dicho que eras padre solo para poder ponerle las manos encima a tu dinero. Todo el mundo sabe que vales millones, sería perfectamente normal que sospecharas lo peor de mí, por eso pensé que si podía darte una prueba legal de que no era así, entonces no te cabría la menor duda de que yo jamás he esperado tu generosidad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario