miércoles, 10 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 13

 –Quítate de encima –intentó apartarlo, pero él seguía inamovible.


–Te he preguntado qué haces aquí.


–Estoy trabajando.


Por fin la soltó.


–¿Por qué tan tarde?


–He vuelto ahora de noche para acabar algunas cosas –lo empujó para poder pasar–. Has descuidado mucho las tareas administrativas, Pedro. No sé cómo has podido pagar hasta ahora al personal.


–Tengo una gestoría que me lleva las nóminas.


–¿Y quién comprueba si están bien las fichas de control horario? Me he roto la cabeza con el lío que tienes aquí, intentando poner las cosas en orden –además, no había querido quedarse en casa escuchando continuamente a su padre despreciar a Pedro–. No me he dado cuenta de que era tan tarde.


–A estas horas no tienes nada que hacer aquí.


–Tengo tanto como tú –contestó ella inmediatamente.


Pedro se pasó la mano por la cara.


–Está bien, está bien. ¿Podemos intentar pasar cinco minutos sin discutir?


–No sé si tú podrás. 


–¡Oh, Dios!


Fue hacia el otro lado de la oficina como para intentar calmarse. Luego la miró.


–Paula, tenemos que encontrar una manera de trabajar juntos. Puede ser que a tí te importe poco, pero si no se acaba Paradise Estates en el plazo estipulado, posiblemente me tenga que despedir también de mi negocio de construcción.


–¿Por qué piensas que quiero acabar contigo? Yo me juego tanto como tú – le dolió que desconfiara de ella. Se esforzó para que su voz no se viera afectada por la emoción–. Yo también tengo una reputación que mantener, Pedro. Tienes que dejar de atacarme a cada momento.


–Ya lo intento. Pero cuando entré aquí ayer y te ví… –se volvió a acercar a ella–. Dios mío, Paula, han pasado años. No pude evitar pensar en cómo fue lo que hubo entre nosotros –alargó la mano para acariciarle la mejilla.


Paula se zafó otra vez de él.


–Tus recuerdos deben de ser distintos de los míos. Yo sólo recuerdo tu último rechazo.


Había que decir en favor de Pedro que había estado pasando una mala racha tras la muerte de su padre, y ella había sido consciente de ello. Sólo había querido ofrecerse como ayuda y apoyo, pero él no aceptó. Se había quedado hecha polvo después de que él le dijera que no podía seguir viéndola. Y lo que aún la había dejado más desolada era que él sí había tenido tiempo para alternar con algunas otras chicas del instituto.


–Supongo que fui un canalla egoísta –sugirió él–. Yo era un adolescente con la sangre caliente. Además, en cualquier caso, tu padre no quería que estuviéramos juntos.


–Eso nunca nos frenó. Habíamos encontrado maneras de vernos –sabía que lo estaba incomodando, pero le gustaba ver la reacción de él–. Solía ir con el coche hasta el rancho.


–Y te arriesgabas de manera insensata –le recordó.


Paula no podía evitar los recuerdos. Solía estacionar detrás del granero, entonces él salía corriendo a su encuentro. Apenas había salido del coche cuando ya la había estrechado en sus brazos y besado. Se fijó en Pedro. Sus ojos le decían que él también estaba recordando.


–Tú nunca me dijiste que dejara de ir –le dijo en tono de acusación.


De repente, Pedro volvió a pegar el cuerpo de Paula al suyo. 

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