miércoles, 24 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 44

Salieron del ascensor y se dirigieron a la habitación. Cuando Pedro le puso la mano en la espalda de forma protectora y la llevó hasta la puerta, no pudo controlar el escalofrío. No quería separarse de él. Abrió la puerta con la tarjeta y la dejó pasar primero. Habían bajado la intensidad de la luz y las cortinas estaban abiertas a la luminosidad de Las Vegas. Paula se dirigió a la puerta del balcón, sabiendo que lo más lógico sería decir buenas noches e irse a su dormitorio.


–Deberíamos ir a dormir –le dijo Pedro aproximándose por detrás de ella–. Tenemos que levantarnos temprano mañana.


Paula iba a decir algo en contra, pero al final asintió, y creyó que él estaría dirigiéndose a la habitación. En cambio, sintió las manos de él en los hombros.


–Gracias por esta noche, Paula. Me lo he pasado muy bien.


Ella se giró.


–Yo también –susurró–. Sin contar con que además hemos ganado dinero. Espero que mañana también tengamos suerte.


Pedro estiró la mano y le acarició la cara.


–Me parece que no hay nada que no podamos hacer… –bajó la cabeza y le dió un suave beso en los labios–. Juntos.


Al final Pedro le cubrió la boca con la suya, ahogando el gemido de ella. La apretó contra sí haciendo más intenso el beso. Su lengua se deslizó por los labios de ella hasta que los abrió y él entró para saborearla. Las piernas de Paula se debilitaban y el pulso se le aceleraba. Cuando por fin la soltó los dos jadeaban.


–Odio tener que acabar esta noche excepcional, pero más vale que lo haga antes de que perdamos el control –Pedro le besó la punta de la nariz y la acompañó hasta la puerta de la habitación–. Gracias otra vez por esta noche, Paula –levantó la mano de ella y se la llevó a los labios para besarla–. Te veo mañana por la mañana.


La fantasía había acabado. 


Su suerte continuó a la mañana siguiente cuando fueron a ofertar su presupuesto para hacer un grupo de casas de estilo tradicional ubicadas en un campo de golf. Los promotores y el arquitecto tenían algo más que curiosidad por las ideas de los dos, y cuando Paula mencionó los proyectos bien conocidos en los que había trabajado, se mostraron más que interesados y quisieron saber cuándo podrían empezar la obra. De vuelta en el hotel, Pedro la  convenció  para salir a celebrarlo. Le dijo que fuera a la boutique del hotel y se comprara un vestido especial. Paula fue a comprar, pero con su propio dinero. Y encontró algo adecuado para la ocasión, un vestido rosa claro de tirantes finos y cintura ceñida, con bastante vuelo. Llegaba hasta media pantorrilla y acababa con un dobladillo festoneado. Encontró unas sandalias de tacón alto rosas, que combinaban de maravilla con el vestido. Incluso se dio el lujo de arreglarse el pelo y el cutis en un salón de belleza. A las seis de la tarde, alguien llamaba con unos ligeros toquecitos en la puerta de su dormitorio. Respiró hondo y abrió, no le salían las palabras cuando puso la vista encima del hombre alto con traje oscuro y corbata color burdeos que tenía delante. Pedro estaba guapísimo. 

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