viernes, 19 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 32

 –No, fuimos al Double A. La señora Alfonso me invitó.


–¿Lo sabe papá?


–No tengo que dar explicaciones a papá de dónde voy –los prejuicios de su padre habían vuelto a pasar de una generación a otra–. Sabes que Pedro Alfonso no ha hecho nada malo. Lo que pasara entre nuestros abuelos hace sesenta años debería estar enterrado y olvidado. No dejes que papá te envenene la sangre.


Se puso tenso.


–Lo único que sé es que nosotros los Chaves tenemos que ser una piña. Somos una familia. Tú has faltado a tu lealtad.


Eso le dolía.


–Fue papá quien me trajo a este trabajo. Aquí no hay enemigos. Sólo una estúpida enemistad heredada que tiene que acabar.


–¿Cómo puedes decir eso? Paula, nos robaron nuestras tierras. No estoy dispuesto a escuchar cómo los defiendes.


–No estoy defendiendo a nadie. Por favor, Gonzalo. Vamos a hablar de esto – estiró la mano para tocarle, pero él se retiró y salió corriendo de la cafetería.


A través del cristal vió cómo su hermano subía a un todoterreno nuevo de doble cabina que le había comprado su padre y se iba a toda velocidad. ¿Cómo podría ella ayudarlo si no le escuchaba?


–¿Paula?


Se giró y vió a Federico.


–¿Va todo bien?


–Oh, Federico. Disculpa. Me has pillado pensativa.


–Me refiero a tu hermano. ¿Te da problemas?


No iba a sacar sus problemas familiares allí. Puso una sonrisa forzada.


–Son sólo cosas de adolescente.


El sheriff no parecía convencido, mientras la seguía hasta la barra para sentarse.


–¿Estás segura de que no es más que eso?


¿Era ése el momento de hablar de Gonzalo?


–¿Por qué? ¿Hay algo que debería saber?


Federico se encogió de hombros.


–Jorge ha tenido algunos problemillas con Gonzalo y sus amigos, aunque hasta ahora los ha sabido solucionar.


Paula estaba avergonzada. Sabía que Jorge tenía unas normas muy concretas para todos los chavales que iban a la cafetería. Si no seguían esas normas, se les prohibía el paso.


–¿Hay algo más que debería saber?


–Le he pillado alguna vez haciendo novillos. A veces tiene una actitud desafiante conmigo. Por eso, he hablado con tu madre. Me prometió que hablaría con él. La mayoría de las veces los chavales acaban abandonando esos comportamientos –Federico adoptó una mirada interesante–. Pedro y yo salimos bastante bien de esa etapa.


–Tu hermano todavía tiene sus momentos –dijo ella, consciente de estar actuando todavía como si los dos fueran pareja.


–Hacían muy buena pareja aquel día en el rancho. Ustedes, que tuvieron problemas hace tanto tiempo.


Ya era hora de dejar de jugar.


–Dimos la impresión de estar bien avenidos sólo para que tu madre dejara de hacer de casamentera. Todo era apariencia. Mi relación con Pedro sólo es laboral. No hay nada entre nosotros.


Una gran sonrisa se dibujó en la atractiva cara de Federico.


–Menos mal que mi madre no estuvo en el granero para ver ese beso de pasión. Estaría preparando la boda en este mismo momento.




Pedro miró su reloj. Era más de la una. ¿Dónde estaba Paula? Normalmente ella nunca salía para comer, y ya llevaba una hora fuera sin poderla localizar. Sabía que algo la había disgustado cuando había estado trabajando, y él, al fin y al cabo, la había dejado que fuera sola. Debía haber ido con ella. La puerta de la oficina se abrió y el corazón de Pedro latió más fuerte, para después acelerarse cuando por fin le echó la vista encima. No había tenido ocasión de fijarse bien en ella esa mañana. Ya que, con mucho esfuerzo, había tratado de ignorarla. Eso casi acaba con él, pero era lo que ella dijo que quería. Una relación meramente profesional.


–¿Dónde has estado?


Ella fue a su mesa y puso allí la bolsa.


–Comiendo. 

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