miércoles, 3 de febrero de 2021

Perdóname: Capítulo 75

 —¿Es eso cierto?


—Sí —dijo ella en voz baja. Luego, más alto, repitió—: Sí, yo… yo no quería que perdieras tu herencia por mi culpa —explicó sintiendo lo maravilloso que era poder sacar la verdad a la luz—. Cuando estábamos comprometidos, tú me contaste que tus padres eran muy ricos, pero yo no alcancé a comprender hasta qué punto. Hay niveles de riqueza, ¿Sabes? Castlemaine tiene clase por si sola. En cuanto me di cuenta de lo que perderías por mi culpa, por alguien tan corriente como yo, comprendí que no podía hacerte eso.


—¡Dios mío! —susurró Pedro—. Y todo este tiempo… Durante el embarazo… ¡Te mantuviste alejada de mí por culpa de un dinero que jamás quise!


—Pedro, yo sabía que tú nunca habías venerado el dinero, de haber sido así, jamás me habría enamorado de tí, pero conozco tu lado humanitario. Pensé en todas las cosas importantes que podrías hacer con ese dinero cuando fuera tuyo, cosas buenas. Y, tras sopesarlo todo, decidí romper nuestro compromiso. No quería hacerte daño… —añadió comenzando a sollozar a medias—. Perdóname, cariño.


—Vuelve a mí, Paula.


Paula corrió a su lado. Cuando sintió los brazos de Pedro rodeándola, creyó estar en el cielo.


—Busquemos a nuestro hijo —añadió en un susurro contra sus labios.


—¡Esperen!


Ambos volvieron la cabeza justo a tiempo para observar el rostro de la señora Alfonso, bañado por las lágrimas.


—Esto te pertenece, Paula —añadió tendiéndole el diamante.


Pedro lo recogió y se lo puso en el dedo a Paula. Ella se sintió anonadada ante el amor que brillaba en sus ojos.


—Dicen que a la tercera va la vencida. 


Pedro arrastró a Paula por la puerta y comenzó a caminar hacia el hall con la intención de llegar a la otra ala de la mansión en donde podría estar a solas con ella. Tenía tanto que decirle que no sabía por dónde empezar, pero lo primero de todo era abrazarla. Amarla. A mitad de camino, sin embargo, se encontraron a una de las sirvientas.


—Su pequeñín no quiere calmarse por mucho que lo hemos intentado.


Paula se alarmó, pero Pedro enseguida contestó:


—Tranquila, es solo que nos echa de menos.


—Además tiene usted una llamada urgente de Dominic Giraud desde Laramie, Wyoming. Dijo que lo llamara, que no importaba la hora.


—Gracias por el mensaje.


Ambos corrieron a la suite. A cada paso que daban escuchaban con más claridad el llanto de Baltazar.


—Cuida tú de nuestro hijo, yo llamaré a Dom.


Pedro sentía una euforia tan intensa que se preguntó si sería capaz de contenerla sin reventar. Sus ojos no perdieron de vista ni un segundo a Paula, que acunó a su lloroso hijo. El amor de una madre… Era un milagro. El llanto del niño cesó de inmediato, como si jamás hubiera llorado. Presionó las teclas del teléfono. Le temblaban las manos de excitación.


—Pedro, ¡Mon vieux! —exclamó su amigo ansioso—. No podíamos esperar más, todos estábamos ansiosos por saber qué ha ocurrido.


—Mi visión es clara y cristalina —contestó Pedro parpadeando, tratando de retener las lágrimas—. Paula vuelve a llevar mi anillo. Nos casaremos inmediatamente después de volver a Laramie. Se los contaré todo en cuanto llegue.


—¡Dieu merci! —exclamó Dominic suspirando aliviado—. Tengo un jet privado en el aeropuerto. El piloto tiene instrucciones de volar de vuelta a Wyoming esta misma noche. Considéralo mi regalo de bodas para Paula y para tí. Leticia ha hablado con el párroco, por si acaso. Dice que pueden casarse en tres días con un permiso especial. Está deseando celebrar la ceremonia. Ezequiel se quedará en Laramie hasta la boda. Quiere ser padrino, conmigo. Llamaremos a la familia de Paula y les diremos que lo preparen todo para venir. ¿Qué te parece casarte el miércoles a las tres en punto?


Por toda respuesta, Pedro dejó escapar un grito de júbilo que obligó a Paula y a Baltazar a volver la cabeza. 


—Bueno, creo que ya tengo mi respuesta. A bientót, Pedro.


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