lunes, 15 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 25

Por fin llegaron a la antigua granja de los Alfonso. Las paredes y tejados estaban prácticamente echados a perder. A la cabaña de dos habitaciones, hecha de troncos en basto, le faltaba parte del tejado, pero el suelo estaba intacto. Había un granero y los restos de un corral. Pedro se bajó del caballo y fue a ayudar a Paula. Intentaba concentrarse con ganas en el asunto de filmar allí El Haven de los Alfonso, pero no podía dejar de pensar en ella. En la manera de sentir de ella cuando estaba en sus brazos, en lo mucho que deseaba volver a abrazarla. Abandonó de momento tal pensamiento, subió el escalón para entrar bajo el porche y empezar a examinar el lugar. Aunque era poco lo que se podía aprovechar, los cimientos de la cabaña, que tenía cien años, habían aguantado en condiciones el paso del tiempo.


–Estupendo –dijo Diego–. Esto es exactamente lo que me había figurado cuando leí el original de Carolina. Aunque claro, la cabaña tenía el tejado y todas las paredes.


–Creo que el tejado se voló hace unos veinte años –dijo Federico–. ¿Te acuerdas, Pedro? Papá quitó los restos para que no se cayera encima de nosotros.


Pedro comprobó la recia estructura.


–Sí, me acuerdo. También me acuerdo de que eché una mano para sacar todos los trastos.


Federico se acercó hasta Pedro.


–¿Qué te parece, Pedro? ¿Podemos restaurarlo?


–Sí que podríamos, pero antes de eso hay que ver si deberíamos restaurarlo –miró a Paula, que estaba de pie junto a Carolina–. Aquí está la historia de la familia Alfonso. Es como si fuera poco respetuoso alterar este lugar.


Federico asintió. Pedro sabía lo que le había costado a su hermano recuperar el Double A. Cómo había ahorrado cualquier dinero extra que ganaba. De esa manera, cuando subastaron el decaído rancho el pasado verano, consiguió comprarlo y que estuviera otra vez en manos de la familia Alfonso.


Federico se dirigió al productor.


–Diego, creo que me voy a echar para atrás en mi ofrecimiento –el lamento de Carolina fue audible–. Pero te voy a hacer otro. Qué te parece si renuncio a todos los ingresos que me ibas a proporcionar por usar el paraje, y en lugar de utilizar la granja original, usamos el dinero para construir una réplica ahí en la subida hacia el norte.


Diego miró a Carolina y ella afirmó con la cabeza.


–No parece mala idea, ¿Podría ver el sitio?


Federico sonrió.


–Claro –y se dirigió hacia los caballos.


Pedro llamó a su hermano.


–Si no te importa, Paula y yo vamos a volver a la casa.


Vió a su hermano, su hermana y el amigo de ésta irse a caballo, después se volvió a Paula y sonrió.


–Por fin solos.


–Podrías haber ido con ellos, sé volver sola.


–No quiero ir con ellos. Quiero hablar contigo. 


–No creo que debamos hablar de algo que no sea el proyecto. Así no hay peligro.


–¿Y qué pasa con lo nuestro?


–No hay nada nuestro, Pedro –movió la cabeza de un lado a otro para dar más énfasis a sus palabras–. Estamos trabajando juntos. Nada más.


–Entonces, ¿Los besos de antes no quieren decir nada? –dijo Pedro entrecerrando los ojos–. ¿Tú abrazada a mí, dejando que mis manos tocaran tu cuerpo, no fue nada?


Ella se estremeció y luchó contra los sentimientos que él evocaba con toda su fuerza de voluntad.


–No niego que sintamos atracción el uno por el otro.


–¿Atracción? Pero qué dices, cariño, teníamos tanto fuego que casi quemamos el granero.


–Y entonces, ¿Qué quieres demostrar, Pedro? ¿Que todavía siento algo por tí?


Él no sabía cómo responder a su actitud tajante.


–Todavía hay algo entre nosotros.


–Sólo porque beses bien, no significa que me vas a tener a tus pies. Ya no somos aquellos estudiantes adolescentes –le dijo ella con los puños apretados– . Hay demasiadas cosas en nuestro pasado para que alguna vez tengamos un futuro. Y cuanto antes te des cuenta de eso, señor Alfonso, mejor será para todos nosotros. 



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