viernes, 12 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 20

De camino al rancho, Pedro podía sentir que Paula estaba tensa en el asiento de al lado. Y tenía que reconocer que era lógico. Las cosas se estaban complicando. En la misma medida que él había tratado de no tener nada con ella, se había colado otra vez poco a poco en su vida. No necesitaba una pareja precisamente ahora, y menos aún que fuera Paula Chaves. No había manera de que pudieran tener alguna vez un futuro juntos, por muy guapa y sexy que fuera. A partir del día siguiente, no habría más ocasiones para salir juntos y relacionarse con más gente. Pasaron con el coche bajo el arco de hierro forjado que anunciaba la entrada al rancho Double A. No cabía en sí de orgullo cuando miraba alrededor y veía todas las recientes mejoras que habían sido hechas en el rancho. Sólo seis meses antes Federico había conseguido volver a comprar las tierras, y desde entonces había trabajado de manera incansable reconstruyendo la vieja hacienda que había pertenecido a la familia Alfonso durante casi cien años. Él también había contribuido lo suyo, dedicando largos fines de semana y tardes a reformar la casa, modernizando la cocina y realizando otras mejoras. Estacionó enfrente de la casa, recién  pintada de amarillo y con persianas venecianas blancas. El amplio porche de madera, cargado de ornamentación y molduras, estaba adornado con cestas que colgaban llenas de flores de colores.


–Oh, siempre me ha gustado esta casa –Paula le miró y sonrió–. He oído que has trabajado mucho en ella.


Él se apresuró a responder con una pregunta.


–¿Dónde lo has oído? 


–Francisco lo mencionó –la mirada de sus ojos verdes se topó con la de él–. Me alegro de que tu familia haya recuperado el rancho.


Él asintió con la cabeza, sabía que lo decía de corazón. Paula no era como su padre. Ella nunca había albergado rencor hacia nadie, tampoco hacia los Alfonso. Pero Miguel Chaves no  esperaba otra cosa que total lealtad de su hija. Y ella estaba dispuesta a dársela.


–Bueno, el propietario es Federico –dijo Pedro–. Él ha heredado el talento de los Alfonso para trabajar un rancho. Yo seguiré con la construcción.


–Tu abuelo también construyó esta casa para su familia. Será de ahí de donde te viene a tí el talento.


Pedro hubiera deseado que el elogio de ella no significara tanto para él. Antes de que pudiera decir nada, la puerta de la casa se abrió y Vanina salió para saludarlos. Todavía estaba delgada, no se notaba mucho que ya estaba de cinco meses. Nada más salir del coche, Federico, Jorge y la madre acudieron también.


–Me alegro mucho de que hayas podido venir –dijo Ana a Paula, y le dió un abrazo.


–Fue muy amable de su parte invitarme.


Pedro sacó la planta del coche.


–Vanina, te presento a Paula. Paula, Vanina.


Paula descubrió que estaba nerviosa cuando tomó el rosal de manos de Pedro y se lo dio a Vanina.


–Es encantador. Gracias, Paula –la tierna rubia sonrió–. Espero que no se me muera.


Todos se echaron a reír al mismo tiempo que otra pareja salía de un lateral de la casa y se acercaba. Paula reconoció a Carolina Alfonso, alta y de buen talle, con el pelo castaño y esos ojos azul oscuro. Iba vestida con una blusa azul, unos vaqueros con la raya bien marcada y botas. El hombre que estaba con ella, de pelo rubio rojizo, también era apuesto, y con aspecto de ser de ciudad. Llevaba pantalones de algodón de sport marrón claro, con un polo amarillo, caminaba por el desigual terreno como con miedo de ensuciarse sus mocasines. No había duda de que el chico de Carlina no había estado nunca en un rancho.


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