miércoles, 17 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 27

 –Han llenado todas estas paredes de pintadas –le dijo Adrián–. Gerardo y yo fuimos tras ellos, al final pillamos a uno, y en ese momento vimos las llamas que salían de la otra casa. Le soltamos para ir corriendo a apagar el fuego.


–Es gasolina –dijo Pedro–. Se puede oler.


–Oh, Dios –dijo Paula–. Esto es más grave. ¿Han llamado a los bomberos?


Adrián negó con la cabeza al mismo tiempo que miraba a Pedro.


–Hemos conseguido apagar el fuego antes de que se extendiera. Estos chavales son inexpertos, pero me temo que si no los frenamos, alguien va a salir mal parado. El que pillé olía a alcohol. Cómo me hubiera gustado haberle podido quitar el pasamontañas.


–¿Vieron algún vehículo? –preguntó Pedro.


–No, salieron corriendo campo a través. Deben de haber venido en un todoterreno para pasar por ahí.


Pedro se adentró en el chalé en construcción, apuntó su linterna hacia los tableros de madera pintarrajeados.


–Maldita sea. ¿Quién nos estará haciendo esto? –susurró, al tiempo que quitaba la luz de las repugnantes palabras.


–No he llamado al sheriff, Pedro. Pero quizá tú deberías hacerlo. Aunque sean niños, están jugando a un juego peligroso.


–Hablaré con mi hermano por la mañana. Pero no queremos que la noticia se divulgue. Podrían decir que Paradise Estates está gafado.


–Lo peor no es eso –dijo el guardia de seguridad–. Quienquiera que esté detrás de esto va en serio. Esta noche podrían haber arrasado este lugar.


Pedro dió un largo resoplido de frustración. Se dirigió al chalé de al lado y encontró allí a Paula. El olor a gasolina persistía.


–Esto es muy fuerte.


–No tanto –Paula apuntó con la linterna a un montón de madera–. Si nos deshacemos de los tableros, nos desharemos del olor –ella lo miró–. Trae tu coche aquí, lo cargamos y hacemos un viaje al vertedero. Esta peste se habrá ido mañana. Nadie sabrá nada.


Pedro estaba sorprendido.


–¿Y qué pasa con tu padre? ¿No deberías decírselo?


Paula negó con la cabeza.


–Él me ha contratado para que me ocupe de organizar las cosas. Y creo que ésta es la mejor manera de tratar el problema.


Pedro se sintió aliviado. Quizá podían llegar a trabajar coordinados.


–No puedo estar más de acuerdo contigo.


–Pero, Pedro, no podemos permitir que esto siga pasando. Esta noche hemos tenido suerte, pero no podemos seguir recibiendo estos golpes –se puso tensa– . Tengo muy claro que no voy a permitir a unos cuantos jóvenes inadaptados acabar con mi proyecto.


Pedro no pudo evitar sonreír ante su furia y actitud protectora. Estaba de parte suya.


–Ésa es mi chica.


Ella frunció el ceño.


–No soy tu chica. Soy tu gerente.


–¿No puedes ser las dos cosas? –estiró la mano para tocarla.


–¿No tienes ya suficientes mujeres?


A él le gustaba que a ella le importara tanto como para estar celosa.


–Ya te he dicho que estaba durmiendo.


No parecía convencida, y echó a andar hacia la caseta oficina. Pedro enseguida la siguió, quería convencerla para que lo creyera. La agarró del brazo para que no fuera tan deprisa.


–Pedro, suéltame –forcejeó para soltarse.


–En cuanto te diga algunas cosas.


Dejó de forcejear con él y se cruzó de brazos.


–Muy bien, a ver, habla.


–Primero, no he estado con nadie esta noche o cualquier otra noche desde que volviste a la ciudad. ¿Tan bajo concepto tienes de mí para pensar que después de estar contigo, de besarte de la manera que lo hice, puedo llevarme a otra mujer a la cama? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario