miércoles, 3 de febrero de 2021

Perdóname: Capítulo 72

 —Esperen aquí mientras le digo a la orquesta que deje de tocar.


Cuando escucharon a la señora Alfonso anunciar que Pedro había llegado con un regalo muy especial para su padre, la mano de él apretó la de Paula.


—No, Pedro —dijo ella tratando de soltarse—. Ve tú con Balta, yo iré enseguida.


—O hacemos esto a mi manera, o no lo hacemos.


Pedro no le dejó otra salida. Instantes después la arrastraba por la puerta mientras recibían aplausos y silbidos. Paula, que no quería montar una escena en público, dejó de luchar y caminó a su lado entrando en el salón amueblado al estilo del siglo dieciocho. Debía haber unos cincuenta o sesenta invitados, menos de lo que imaginaba. Entre ellos, los hermanos de Pedro y sus familias. Todo el mundo iba a la última moda y, en aquel ambiente anticuado, parecían fuera de lugar. Sabía que Pedro, que no dejaba de tirar de ella, pensaba igual. El señor Alfonso era casi tan alto como Pedro, y pesaba unos cuantos kilos de más. Llevaba un traje de etiqueta muy similar al de él. Sus cabellos, rubio oscuro, se mezclaban con otros plateados. Había envejecido, pero sus ojos azules permanecían atentos y alerta. Paula mantenía una relación tan cordial con sus propios padres que no podía comprender la frialdad de aquel recibimiento. Le daba pena ver a aquellos dos hombres estrechando sus manos cuando lo normal, después de tan larga ausencia, hubiera sido abrazarse y llorar.


—Papá… feliz cumpleaños. ¿Te acuerdas de Paula? —el señor Alfonso asintió reconociéndola—. Dió a luz a nuestro hijo el día diecinueve de agosto. Te presento a Baltazar Chaves Alfonso. Balta, este es tu abuelo, sonríe.


El niño apoyó la cabeza sobre el cuello de Pedro en un gesto que conmovió a Paula. Mientras el resto de los asistentes exclamaban y ovacionaban, el señor Alfonso levantó al niño en alto.


—Es igual que tú, Ana —comentó suscitando la curiosidad de la gente, que se acercó a verlo—. ¿Cuánto tiempo tiene?


—Dos meses —respondió Pedro con orgullo.


Tras veinte minutos de manoseos, el bebé, que por lo general se portaba bien, comenzó a dar muestras de querer su biberón y se negó a ser consolado por nadie excepto por su madre o su padre. Paula vió entonces la ocasión de llevarse a Balta al piso de arriba y, de camino, firmar los documentos. Miró a la señora Alfonso, y esta pareció leerle el pensamiento.


—Vamos, cariño, estás cansado. Vamos arriba, a la cama.


Sin embargo, al ir a tomarlo de brazos de Pedro, éste, para su sorpresa, no lo soltó.


—Antes de despedirnos —dijo Pedro en voz alta, haciéndolos a todos callar—, tengo otro anuncio que hacer.


Paula no podía ni imaginar de qué se trataba, pero Pedro seguía agarrándola de la mano con fuerza. Un extraño presagio la embargó, haciéndola echarse a temblar.


—Mamá, ¿Quieres sostener a Balta un momento? —continuó Pedro poniendo en sus brazos al niño—. Esta es, verdaderamente, una ocasión muy especial. El regalo de Paula me ha convertido en el más feliz de los hombres, y ahora quiero agradecerle, delante de mi familia y mis amigos, todo el sacrificio que ha tenido que sobrellevar para tener a nuestro hijo. Por un cruel capricho del destino, yo no supe que estaba embarazada de mi hijo hasta hace pocas semanas, cuando ella me lo trajo. Evidentemente, no estuve presente en el parto. Ninguna mujer debería vivir esa experiencia sin el apoyo del hombre que la ama y que la ha sumido en esa condición.


«No, Pedro, no».


—Puede que Paula huyera de mí una vez, pero, por un milagro, ha vuelto. Y ahora no voy a dejar que vuelva a desaparecer de mi vida.


Antes de que Paula pudiera darse cuenta de lo que Pedro estaba haciendo, él le quitó el anillo de su tía y deslizó otro en su lugar. Luego continuó:


—Esta noche me gustaría anunciar nuestro compromiso. Nos casaremos en Laramie, Wyoming, en cuanto volvamos. Sé que todos ustedes nos desean mucha felicidad. Si alguno quiere visitarnos, será siempre bienvenido. Nuestro remolque siempre estará abierto para ustedes. Nos gustaría que Balta creciera conociendo a sus abuelos, a sus tíos, tías y primos del Este. Algún día, cuando se hayan puesto los cimientos para que el tren de alta velocidad cruce Estados Unidos desde Nueva York hasta San Francisco, volveremos aquí de visita una vez más. Espero que, para entonces, nuestra familia sea algo más numerosa. Y ahora, si me disculpan, nuestro hijo quiere irse a la cama. Saldremos para Denver mañana por la mañana a primera hora. Me alegro mucho de haberlos visto a todos.


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