lunes, 1 de febrero de 2021

Perdóname: Capítulo 68

Si Paula se había inventado un novio, entonces es que podía haberse inventado muchas otras mentiras. En aquel precario momento, Pedro se negaba a permitir que las dudas lo carcomieran. Once meses revolcándose en el dolor había sido suficiente, aquello lo había dejado incapacitado para pensar o actuar correctamente. No iba a permitirlo por más tiempo. Preparó sus cosas y volvió al dormitorio.


—¿Qué puedo hacer para ayudar?


Los planes de Pedro habían confundido a Paula, que era incapaz de mirarlo a la cara. De hecho, él no había vuelto a verla tan ruborizada y nerviosa desde su llegada a Warwick.


—Si… si te llevas a Balta al coche, yo terminaré de hacer la maleta.


Pedro recogió a su hijo con el mayor de los placeres.


—Vamos, pequeño, le daremos a tu madre un poco de tiempo. Hay circunstancias, como esta, en la que los hombres sobran. Te veremos en el coche, mami. Mira a tu alrededor, Baltazar Chaves Alfonso. ¿Ves ese cielo azul? ¿Notas lo puro que está el aire? Es el campo abierto, un lugar ideal para meditar. El mejor para poner en orden tus prioridades, si cuentas con buenos amigos. Vivirás aquí conmigo, hijo —continuó besando sus rizos morenos—. Y desde ahora te digo que la vida no puede ser nada mejor que esto —musitó frunciendo el ceño al ver a la atractiva mujer que salió del remolque minutos más tarde, cargando con dos maletas y una bolsa de bebé.


Pedro ató a Baltazar a la sillita y ayudó con las maletas. Una vez puestos los cinturones de seguridad, arrancó. La autopista de Cheyenne a Denver no estaba muy llena. Llegaron a su destino con tiempo de sobra. Cuando aparcaron junto al centro comercial, sacó el cochecito del bebé y sentó en él a Baltazar.


—Creo que primero iremos a comprarle el vestido a tu madre. Las mujeres tienen que tomar muchas más decisiones que los hombres a la hora de vestirse.


Paula permaneció sospechosamente callada mientras él se dirigía a una boutique por la que había pasado en otras visitas. Era una tienda de vestidos de noche de un diseñador italiano de renombre. Pedro sentía enormes deseos de ver a la mujer que caminaba reticente a su lado vestida con uno de aquellos trajes. Haciendo caso omiso de su reticencia, él entró en la tienda y le preguntó a la empleada si tenía algo que fuera bien con los ojos de Paula. La mujer la escrutó con ojo crítico y se disculpó diciendo que volvería. Minutos más tarde volvió con un vestido en la mano que le robó el aliento a Pedro. Era un traje de noche de dos piezas, hasta los pies, de terciopelo brillante gris perla con la manga de tres cuartos y el cuello drapeado. La tela, fina y de gran caída, tenía la calidad cristalina de los ojos de Paula. Aquel traje le sentaría perfecto a su silueta, sobre todo por la forma en que el borde inferior del top debía ajustarse, drapeándose, sobre sus caderas. Con aquella melena rojiza suelta, Paula cautivaría a los invitados demostrando un gusto exquisito. Pedro conocía al tipo de gente que reuniría su madre. Las mujeres llevarían trajes de diseño. A él, personalmente, le daba igual que ella llevara un saco, pero quería que se sintiera como si fuera la mujer mejor vestida de la fiesta. Quería afianzar su confianza en sí misma.


—Cuidaré de Balta mientras te lo pruebas.


—Yo no podría ponerme eso —contestó ella sacudiendo la cabeza.


—¿Qué talla es? —preguntó Pedro a la vendedora.


—La treinta y ocho.


—Es la talla correcta —asintió Pedro—. Envuélvamelo junto con unas sandalias plateadas como esas del mostrador, del número treinta y seis.


—Sí, señor —sonrió la mujer.


Pedro le tendió la tarjeta de crédito. Paula lo agarró de la manga.


—Por favor, Pedro —le imploró con ojos suplicantes—. Sé que estás enfadado conmigo porque te mentí sobre lo del novio, pero no hagamos una farsa de la visita a Nueva York. Deja que busque yo algo por ahí, seguro que encuentro un vestido negro sencillo.


Lo que iba a decirle iba a herirla, pero era la única forma de asegurarse de que iba a llevar el vestido que acababa de comprar para ella. La obligaría a luchar cara acara.


—Esto lo hago por mí. Paula, para que no me hagas sentirme violento delante de mi familia.


El modo en que Paula lo agarró indicó que había dado en el blanco. Minutos más tarde, la empleada volvió con una bolsa que le tendió a Pedro. Tras darle la tarjeta de crédito, ambos se marcharon en silencio hacia la tienda de trajes de etiqueta que él había visto un poco más adelante, en el centro comercial. 

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