viernes, 19 de febrero de 2021

Enemigos: Capítulo 35

 –Ah, mi madre, tengo que llamarla.


–No te preocupes, iré a su casa y la llevaré al hospital –Pedro le agarró las manos en muestra de apoyo–. Ve con tu padre, no te preocupes de nada más, ya me ocupo yo.


–Gracias.


Pedro se dirigió al coche patrulla de su hermano.


–¿Me puedes escoltar hasta la casa de los Chaves?


–Claro –dijo Federico–. Bueno, Miguel va a odiar esto. Los Alfonso ayudando a los Chaves en un apuro familiar.


A Pedro no le preocupaba mucho lo que pensara Miguel. Sólo estaba preocupado por una persona. Paula.




Tres horas más tarde, Paula salía de la sala de reanimación donde estaba su padre. Su madre había llegado treinta minutos después que la ambulancia, y desde entonces no se había movido de al lado de su marido. El médico había confirmado que su padre tenía diabetes. Y Miguel Chaves no se la estaba tratando bien. Pensaba que tampoco ella estaba ayudando mucho, ya que se sentía culpable de algo fatal para su padre. De que él hubiera empezado a beber otra vez. Todo ese tiempo había estado enfermo. Dió un largo y profundo suspiro. Podría haber muerto ese mismo día si… Miró en la sala de espera y vió a Pedro repantigado en una silla de plástico, con sus largas piernas estiradas. Tenía los ojos cerrados, la cabeza inclinada hacia atrás contra la pared. Un sentimiento agradable le recorrió el cuerpo a Paula, él estaba allí por ella. No se esperaba ver que él se había quedado, y aunque no estaba muy segura de querer que él estuviera ahí, se puso muy contenta de ver que estaba. Fue hasta él y, como si sintiera su presencia, abrió esos cautivadores ojos azules y se puso derecho en la silla.


–Hola.


–Hola –respondió ella, dándose cuenta de que le faltaba un poco el aliento– . ¿No deberías estar en la obra?


–Estoy en contacto con Francisco –se palpó el teléfono móvil que tenía en el bolsillo–. Estoy donde quiero estar. Además, puedo pasar luego por allí para ver cómo van las cosas.¿Cómo está tu padre? 


–Está estable. Quiero darte las gracias por haber pensado rápidamente en lo que le pasaba –se quedó mirando al infinito–. Si no hubieras estado allí…


Pedro se puso de pie y le echó el brazo por encima de los hombros.


–No pienses en ello, Paula. Lo que importa ahora es que tu padre se va a poner bien. Y los médicos le tendrán bajo control.


–¿Cómo supiste lo que había que hacer?


–Mi abuelo era diabético. Hubo una vez, cuando yo tenía doce años, que mi padre hizo eso. 


-Él fue quien me dijo lo del zumo de naranja. Todo saldrá bien, Paula –la atrajo hacia sí para pegarla a su cuerpo y ella consintió.


Alrededor de las siete de la tarde de ese día, Paula volvió a la obra. El coche de Pedro estaba estacionado a la puerta de la caseta oficina. No quería encontrarse otra vez cara a cara con él, ya que se sentía muy vulnerable. Había sido tan amable y se había portado tan bien. Y la había hecho sentirse tan segura cuando la estrechó en sus brazos. Intentó apartar a un lado tales pensamientos, pero ese día no funcionaba nada para evitar el recuerdo de su ternura y su preocupación. Con un rápido vistazo alrededor se percató de que los obreros habían acabado por esa jornada. Uno de los guardias de seguridad pasó por allí en un vehículo. La saludó y continuó la ronda cuando ella subía los escalones para entrar en la caseta oficina. Pedro estaba en su mesa hablando con el encargado. Ella fue a su sitio y se dispuso a acabar algunos trabajos. Lo primero que vio fue la lista de cosas que tenían que hacer los obreros al día siguiente. Pasados unos minutos Francisco fue a preguntarle por su padre, después se marchó. 

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