miércoles, 15 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 26

 –De acuerdo.


Pedro vertió la salsa en un cuenco y dejó que enfriara allí. Después lavó la sartén y se secó las manos. Paula se mordía el labio, como si estuviera intentando decidir si debía hablar o no.


–De ahora en adelante, en vez de doctor Alfonso te llamaré doctor Jekyll.


Él sonrió y no pudo reprimir una carcajada. Paula también sonrió y apartó la mirada.


–Vuelvo enseguida –le dijo él saliendo de la cocina.


Paula se metió en el baño caliente. Lo había llenado de espuma. Pedro Alfonso no dejaba de sorprenderla. Creía que había que tener mucho valor para admitir los errores. David solía gritarle a menudo y nunca se disculpaba. Seguía sin entender cómo pudo resistir tanto tiempo a su lado. Cuando salió del baño, se dió cuenta de que había mucho silencio en la casa. Fue hasta el dormitorio de Valentina, llamó con los nudillos y entró.


–Hola –le dijo la niña.


–Hola. Estás muy callada.


–Se supone que puedo quedarme despierta un rato más si leo sin hacer  ruido en la cama. Pedro… Papá me ha dado permiso.


Paula sonrió. Le gustaba que llamara «Papá» a Pedro, aunque aún no le salía de modo natural. Se acercó y la besó en la frente.


–Luego me paso para apagarte la luz, ¿Vale?


–Muy bien. Pero sin prisas, este libro es muy bueno.


Paula salió de la habitación y bajó las escaleras. Pedro no estaba por ninguna parte. Fue hasta el salón y se sentó acurrucada en uno de los cómodos sofás. El fuego estaba encendido y el calor le daba en la cara, era de lo más soporífico. No se dio cuenta de que había estado con los ojos cerrados hasta que oyó la puerta. Era él. Se asomó por la puerta del salón y le sonrió. Su estómago le dió un vuelco. No entendía por qué.


–¡Ahí estás! –dijo él dejando unas bolsas sobre la mesa de centro.


–¿Qué tienes ahí?


–Mis disculpas en unas cuantas cajas.


No pudo evitar sonreír mientras él sacaba las cosas. Parecía comida china. Abrió todo y fue a la cocina a por palillos. Paula echó un vistazo. ¡Había comprado gambas agridulces! Era su plato favorito. Pedro volvió y comenzaron a comer con ganas. Estando así, sentada con las piernas cruzadas sobre el sofá, casi se le olvidó que él era su jefe. Era una estupidez, pero mientras comían, hablaban y reían no pudo evitar verlo como el amigo en el que se estaba convirtiendo poco a poco. Pedro la miró mientras ella se abalanzaba sobre la última gamba. Le gustaba ver que se sentía como en casa. De hecho, gracias a ella esa casa era ahora un hogar. No podía creer lo mal que se había portado con ella. Estaba decidido a mejorar su habilidad para comunicarse y ella se merecía ser la primera en ver el cambio. Se esforzó por ser agradable, encantador y comunicativo. Muy pronto, descubrió que no le costaba trabajo, que le salía sin esfuerzo. Con Paula le resultaba fácil ser así.


–No te he dicho cuánto te agradezco todo lo que estás haciendo con Valentina.


–¡No he hecho nada especial!


Eso era lo que Paula creía. A él, en cambio, le costaba un mundo entenderse con su hija.


–¿Crees que llegaremos a tener algo en común, Valentina y yo?


–Pedro… –comenzó ella riendo–. ¡No puedo creer que no te des cuenta! Los dos son tan iguales como fotocopias. Claro que encontrarán algo en común.


–¿En serio?


–¡Sí! Ella es como una versión en pequeño de tí. Una maniática del control en miniatura.


–¿Cómo? ¿Has dicho maniática del control? 

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