viernes, 10 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 16

 –¿Qué tienes en esas bolsas? ¿Ropa?


–Comida.


–Pero no necesitamos nada de…


–Pedro, he mirado en tu congelador esta mañana. Está lleno de cajas de cartón y comida de plástico. Ya es hora de que tú y Valentina coman algo más nutritivo. Puede que incluso consiga mejorar su humor.


Pedro estuvo a punto de abrir la boca para protestar y decirle que su carácter era como era y que no tenía nada que cambiar. Pero recordó que casi siempre tenía un nudo en el estómago y cómo a Valentina le bastaba con lanzarle una de sus miradas asesinas para que se sintiera desolado y frustrado, sin saber cómo mejorar el carácter de su hija. Gruñó y vió cómo Paula le sonreía tímidamente.


–Ya verás, se van a chupar los dedos.


–No eres nada modesta, ¿Verdad?


Pero sabía que debía de tener razón. La comida que le habían dado en la cárcel era aún peor que la que comía entonces, que ahora le parecían una delicia. Pero a lo mejor había hecho mal en limitar tanto la dieta de su hija, que estaba creciendo.


–No te he contratado para cocinar, así que no esperes que te pague más por eso –le dijo.


–Me gusta cocinar. Además, me has contratado para que cuide de Valentina y eso incluye su dieta. Me sentiría fatal si le dejara tomar comida basura todoel día.


–Gracias, pero yo he cuidado bien de ella hasta ahora sin tu ayuda.


–No quería decir que…


Paula buscó las llaves del coche en el bolso. Pedro la observó mientras abría la puerta y sacudía frustrada la cabeza. Parecía haber decidido que no merecía la pena discutir con él. Recogió las bolsas y las metió en el maletero. No había tenido la intención de meterse con ella como lo había hecho. Pero se sentía mal por no haber cuidado más de la dieta de su hija y que tuviera que ser una extraña la que lo hiciera. Sentía que era otro aspecto más de su vida en el que había fracasado. Quería disculparse con ella, pero no le salían las palabras. Llevaba demasiados años sin expresar sus sentimientos y no parecía poder volver a la normalidad. En la cárcel había sido mejor no mostrar ninguna señal de debilidad. Tuvo que endurecerse para poder sobrevivir. Había pensado que, cuando volviera a casa, podría desconectarse fácilmente y volver a ser el de antes, pero no era tan fácil. Lo que antes había hecho por decisión propia se había convertido en un hábito difícil de dejar atrás. Entraron en el coche y se pusieron en marcha. Miró a Paula. Se habían formado un par de arrugas entre sus cejas mientras se concentraba en la carretera. Suspiró y se frotó la cara con las manos. Esa mañana se había comportado como un cretino y ella simplemente lo había aceptado, sin quejarse ni protestar. Parecía entender que estaba intentando adaptarse a la idea de tener a alguien nuevo en la casa y estaba dándole el espacio que necesitaba.

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