viernes, 17 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 33

 –Vamos a mirar tu armario –repuso tomando a Valentina de la mano.


Cuando llegó a su cuarto, abrió el ropero. Sacó un vestido y le echó un vistazo. Valentina parecía a punto de echarse a llorar.


–Mi abuela me compró ese vestido. Bueno, ése y todos los demás.


No le extrañaba que estuviera tan abatida. Era un vestido precioso, pero para una niña de siete años. Tenía volantes, bordados y una gran lazada detrás. Todos se reirían de ella si aparecía en la fiesta con algo así.


–¿Y tu padre? ¿No te ha comprado ropa desde que vives con él?


Valentina fue a la cómoda y sacó unos cuantos forros polares extra grandes, vaqueros y botas. Paula asintió.


–Bueno, veo que no hay otra solución.


–¿No puedo ir a la fiesta?


–No, mejor que eso. Es absolutamente necesario que las chicas nos vayamos de compras.


Valentina sonrió con tal intensidad que se iluminó la habitación.


–Le preguntaré a tu padre a ver si podemos ir el sábado. Entonces estarás completamente equipada para la fiesta por la tarde.


–¿En serio?


–Claro. Hablaré con él cuando vuelva del trabajo. Pero ahora tienes que hacer los deberes.


Valentina corrió a su escritorio sin que tuviera que decírselo dos veces. Paula suspiró y bajó a la cocina para ver cómo iba el pollo que estaba preparando. Le gustaba ayudar a la niña, pero sabía que no sería fácil convencer al padre. Además, tendría que sentarse a hablar con él, cuando llevaba una semana evitándolo y limitando su contacto al mínimo. Esa noche no volvía hasta las diez. Así que tendría que hablar con él a solas. Y por la noche. Cuando Pedro llegó del trabajo, tenía un plato de pollo asado, patatas y ensalada en la mesa.


–¿Tienes hambre?


–Bastante. Gracias, Paula.


Lo miró mientras comía. Llevaban un mes con comidas caseras y seguía con el mismo apetito del primer día. Esperaba que fuera siempre así. Pero, tarde o temprano, tendría que irse. Le rompía el corazón pensar que pudieran entonces volver a su dieta de pizzas y comida rápida. No podía estar ahí parada mucho tiempo, así que se levantó y se dispuso a meter la ropa sucia de una cesta en la lavadora.


–Paula, no eres una criada, no tienes por qué hacer eso. No espero que hagas la colada y recojas mis calcetines sucios.


–No me importa, de verdad –repuso sonriendo–. Además, te puedo prometer que nunca me acercaría a menos de un metro de tus calcetines.


–¿Me estás haciendo la pelota? –contestó él con una sonrisa–. ¿Has hecho algo horrible?


–Me gustaría llevar a Valentina de compras el sábado. Necesita algo de ropa nueva.


–Tiene mucha ropa –repuso atónito.

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