lunes, 13 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 25

Paula estaba de espaldas a él, revolviendo en una sartén lo que parecían cebollas troceadas.


–Paula…


–¿Sí? –repuso sin moverse ni mirarlo.


–Verás, quería disculparme por lo que dije antes. No debería haber reaccionado como lo hice.


Ella dejó de revolver las cebollas.


–No pasa nada, Pedro, de verdad. No deberías estar disculpándote. Fue culpa mía.


–Bueno, la verdad es que…


No podía hablar con ella estando de espaldas a él. Se acercó a ella, le quitó la cuchara y la dejó en la sartén.


–Lo que intento decir… –dijo él parándose para respirar profundamente–. Lo que quería decirte es que fue culpa mía. Y siento muchísimo cómo te hablé antes –añadió enseñándole la carta que tenía en la mano.


Ella tomó la carta y la leyó. Seguía sin mirarlo a la cara.


–La acabo de encontrar en el bolsillo de mi chaqueta. Como ves, todo fue culpa mía.


Paula lo miró un segundo. Parecía muy distante.


–No pasa nada –le dijo.


Pero Pedro sabía que sus palabras no significaban nada. Paula siguió cocinando sin mirarlo. Él se quedó observándola. Ya la había visto antes así, cerrándose en sí misma sin expresar lo que sentía. No le gustaba. Hubiera preferido que le gritara o llorara. Ivana solía hacer lo mismo, decirle que no pasaba nada. Pero no había sido así, se había estado acostando con su jefe durante mucho tiempo. Creía que Paula necesitaba soltarse, arremeter contra alguien para sacar lo que tenía dentro. Pero él no era quién para hablar, parecía que últimamentesólo podía expresarse de esa manera y tampoco estaba ayudándola demasiado. Finalmente, sintiéndose vencido, subió a ducharse. A lo mejor Paula necesitaba un poco de espacio y tiempo para pensar en lo que había pasado. Cuando volvió a la cocina, ella había añadido especias y tomates a las cebollas, parecía una salsa para pasta.


–Huele bien, ¿Qué estás haciendo? –preguntó él mientras se maldecía por su falta de originalidad.


–Salsa de tomate. Esta noche estaba pensando en hacer…


Pedro se acercó y apagó el fuego.


–Esta noche, Paula, vas a sentarte a la mesa, poner los pies en alto y relajarte –interrumpió él mientras la llevaba hasta allí y sacaba una silla para ella.


–Pero la salsa…


–Aguantará hasta mañana, ¿No?


Ella asintió.


–Muy bien. Entonces, yo me encargo esta noche de la comida.


Ella empezó de nuevo a levantarse.


–¡De eso nada! Ya he probado lo que tú llamas «Comida», ¿Recuerdas?


–Confía en mí, sobrevivirás.


Pedro abrió una botella de vino y le sirvió una copa.


–Lo primero que vas a hacer es disfrutar de este vino. Cuando termines, te das un largo y relajante baño mientras yo me aseguro de que Valentina termina sus deberes y se acuesta. Después cenamos, ¿De acuerdo?


Paula probó el vino y lo miró de reojo. No sabía qué hacer con esa nueva faceta de Pedro.

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