viernes, 10 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 19

 –Empiecen, por favor –les dijo mientras se servía ella misma.


Los Alfonso no parecían estar atados al protocolo. Los dos se abalanzaron sobre sus platos sin dudarlo ni un segundo. Paula se tomó su tiempo y los observó. Intentó contenerse y no sonreír cuando vió cómo Pedro cerraba los ojos y suspiraba de placer después de probar la lasaña. Era la primera vez que lo veía disfrutando de verdad del instante y olvidando todos sus problemas. Sacudió la cabeza y miró su propio plato. Tenía que ser realista y darse cuenta de que una lasaña, por muy buena que fuera, no iba a dejar atrás cinco años de sufrimiento emocional. Pero cuando levantó la vista y miró a Pedro y Valentina, los dos a punto de terminar sus porciones, no pudo evitar sentir que había triunfado, aunque fuera sólo un poco.


–Es incluso mejor que la de la abuela –le dijo Valentina con la boca llena.


–Pensé que esta mañana sólo estabas presumiendo, pero es verdad, está para chuparse los dedos. ¿Dónde has aprendido a cocinar así? –le preguntó él.


Paula, orgullosa, no pudo evitar sonrojarse. No sabía por qué le importaba tanto que a él le gustara. Al fin y al cabo, sólo estaba piropeando sus artes culinarias, no a ella como persona. Tenía que calmarse.


–Asistí a clases de cocina en un centro para adultos –confesó.


Había hecho nada menos que seis cursos, a insistencia de David. Le gustaba la idea de poder invitar a sus compañeros de trabajo a cenar en casa. Pero él nunca había saboreado su cocina como él lo estaba haciendo en ese instante, como si cada bocado fuera un pedazo de cielo. Quizá su matrimonio habría funcionado si David se hubiera comportado como Luke, pero para él todo estaba demasiado salado, demasiado frío o demasiado soso. No pudo evitar suspirar al recordar que alimentar a David ya no era su trabajo sino el de Carla. Aunque a lo mejor ella ni siquiera hacía algo así. Lo más seguro era que una super mujer como ella no se dignara a hacer algo tan poco glamuroso como cocinar. Así que no pudo evitar imaginarse a David tomando una comida precocinada con ayuda de utensilios de plástico. Ese pensamiento la llenó de satisfacción. Seguía aún sonriendo cuando terminaron de cenar y comenzó a retirar los platos. Esa cocina era cálida y acogedora y le había llenado de alegría cocinar para Pedro y Valentina. Pensaba que vivir allí iba a ser complicado, pero todo se estaba desarrollando de forma muy natural. Puso los platos sobre la bandeja de la lasaña y se dispuso a llevárselos al fregadero, pero Pedro se levantó y puso sus manos encima de las de ella. No pudo evitar sentir un cosquilleo donde él la tocaba. Fue algo inesperado. Se le borró la sonrisa de la cara y se quedó mirando los platos como una tonta. Los dos se quedaron quietos. El cosquilleo empeoró y agarró los platos con fuerza.


–Gracias, Paula. Te agradezco lo que has hecho. Hacía mucho que no comía tan bien.


El cosquilleo le subió por los brazos y sintió cómo se sonrojaba la piel de su pecho y del cuello. Podía sentirlo. Siempre le pasaba cuando estaba…


–Yo lavaré esto –le dijo tirando de los platos.


Ella asintió. No podía hablar.


–Entonces suelta los platos –insistió él sonriendo.


–Claro –repuso ella avergonzada–. Yo prepararé el café.


Él acababa de terminar de fregar el último plato cuando el café estuvo listo.


–¿Cómo lo tomas? –le preguntó ella.


–Solo y con una cucharada de azúcar –repuso él secándose las manos.


Ella lo tomaba igual. Le sirvió el café y ella salió de la cocina con otra taza.


–Paula, ¿No vas a quedarte a tomarlo aquí?


–Eh… No. Tengo mucho que hacer. Arriba. Hasta mañana, Pedro, creo que me acostaré pronto.


Él se sentó a la mesa y apoyó la cara en una mano.


–Muy bien, hasta mañana entonces.

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