miércoles, 1 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 3

Le dió las gracias a la niña y bajó por una rampa hasta la calle principal. No fue difícil encontrar el camino al que se había referido la joven. Antes de adentrarse en él, miró por última vez al río. La niña acababa de vaciar el contenido del cubo para empezar de nuevo. No había barro en el camino, sino que el camino era casi una ciénaga. Paula levantó un pie cubierto de barro. El frío y la humedad le llegaban a los huesos. Sabía que no iba a parecer demasiado profesional cuando llegara a su destino. Se había dejado sus zapatos de tacón y su chaqueta en el coche. A lo mejor habría sido buena idea arreglarse un poco antes de subirse al ferry, pero se imaginó que su apariencia era el menor de sus problemas, ya que llegaba casi dos horas tarde. Vió la casa aparecer entre los últimos árboles. Era un edificio grande y de piedra. Estaba a punto de llegar cuando un hombre salió de la casa. Se quedó parada. Se preguntó si sería el jardinero. Parecía algo desaliñado, pero había algo en su ropa que le llamó la atención. Recordó una imagen vista en la televisión. Quizá fuera él, el hombre que había ido a ver. Sus pies estaban completamente hundidos en el barro. Él ni siquiera la vió. Estaba metiendo una caja en el maletero de un vehículo todoterreno. Cuando terminó, volvió a entrar en la casa. Parecía distinto. Más esbelto y fuerte. Su pelo, castaño claro, estaba más largo y despeinado. Estaba claro que hacía unos días que no se afeitaba. Ya no parecía un prestigioso médico, sino un hombre de aspecto más rudo y salvaje. Estaba claro que cinco años en la cárcel habían conseguido cambiar a Pedro Alfonso. De pronto, salió de la casa y esa vez sí que la vio. Parecía sorprendido, pero esa sensación sólo duró un instante, antes de que su rostro se endureciera de nuevo. Dejó la caja que llevaba en el suelo y se acercó a ella.


–¿Qué quiere?


Su tono fue tan brusco que su corazón comenzó a galopar en el pecho. Nunca se le había dado bien enfrentarse a la gente y ese hombre parecíapreparado para luchar. Él la miró de arriba abajo mientras ella intentaba recobrar la compostura. Aún no la había entrevistado y ya se sentía como si la hubiera despedido.


–¿Es el señor Alfonso? –tartamudeó ella.


–Sabe de sobra quién soy.


Bueno, claro que lo sabía. Ella esperaba convertirse en su niñera. No entendía nada.


–Seguro que sabe hasta qué pasta de dientes uso, así que no se quede ahí haciéndose la inocente como si se hubiera perdido. ¡Ya lo he oído antes!


No entendía a qué se refería. Le sobrevino una ola de calor y se sorprendió al sentir la furia que comenzaba a llenarla.


–Señor Alfonso, le puedo asegurar que…


–No me creería ni una palabra suya –la interrumpió él fuera de sí.


Sus ojos estaban encendidos, sacudió la cabeza frustrado y fue de nuevo hacia la casa. Paula estaba tan atónita que ni siquiera se movió del sitio.


–Tendrá simplemente que decirle a su editor que la ha fastidiado –le dijo antes de entrar.

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