miércoles, 1 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 1

 -¡Estúpido mapa! –exclamó Paula.


De pie en medio de la carretera, se lamentó por estar en el lado del río equivocado. Tomó el mapa de nuevo y le echó un vistazo. David siempre le decía que era una inútil interpretando mapas. La verdad era que su ex marido creía que era una inútil para todo. Cerró la puerta del coche de un portazo y se quedó mirando el río. Lower Hadwell sólo estaba a medio kilómetro de allí, pero iba a tardar al menos una hora en conducir hasta un pueblo que tuviera puente y poder así cruzar el río y llegar hasta allí. Era su primer trabajo serio en una década e iba a llegar muy tarde a la entrevista. Miró de nuevo el mapa y comenzó a sonreír. Vió una línea azul e intermitente. ¡Había un ferry! Parecía que no era tan inútil como pensaba. A un lado del muelle había una rampa que llegaba hasta una playa. No sabía cómo descender en coche hasta allí sin acabar metida en el río. Comenzó a bajar despacio por la rampa para poder tener mejor visibilidad.


–Buenas tardes.


Casi le provocó un infarto esa voz, salida de ninguna parte. Se llevó la mano al corazón mientras recuperaba el aliento y miró al hombre que se había incorporado al lado de un viejo barco. No lo había visto hasta entonces, parecía formar parte del paisaje que la rodeaba.


–Buenas tardes –contestó ella con una sonrisa–. Quería tomar el ferry. ¿Sabe que horario tiene?


–En esta época del año no tiene horario.


–¡Ah!


El hombre señaló con la mano un poste que había en el estacionamiento. De él colgaba una vieja campana y una señal que no podía leer desde donde estaba. Se acercó y leyó lo que decía. "Del 30 de octubre al 30 de marzo, toquen la campana para llamar al conductor del ferry". Tomó la cuerda que colgaba de la campana y la sacudió con fuerza para hacerla sonar. El hombre que limpiaba el barco levantó la vista, se limpió las manos en los pantalones y subió hacia donde ella estaba.


–¿Sí?


Paula sacudió la cabeza y lo miró estupefacta.


–Quiero cruzar el río en el ferry, con mi coche.


El hombre echó la cabeza hacia atrás y comenzó a reírse.


–Ése de ahí es el ferry.


Ella se volvió para ver lo que señalaba el hombre. Era un pequeño barco, de unos cinco metros de eslora, con una cabina cuadrada y unos cuantos bancos en la parte de atrás. Miró de nuevo el mapa que aún tenía en la mano. Allí leyó que, de hecho, se trataba de un ferry para pasajeros. Estaba claro que no sólo era una inútil leyendo mapas, sino leyendo en general. Levantó la vista, el hombre aún la miraba, y lo hacía con una sonrisa de oreja a oreja. Debía de estar divirtiéndose mucho con ese inesperado entretenimiento.


–Súbase, su coche estará bien aquí. El último ferry de vuelta es antes de las seis. A esa hora termino el servicio.


Le sonrió y siguió por la rampa hasta el ferry. El hombre encendió el motor y ella se cubrió la cara con las manos, suspirando, pero también divertida con la situación. Era importante ser capaz de reírse de uno mismo.


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