viernes, 31 de marzo de 2023

Una Esperanza: Capítulo 59

 -¡Salta y ya está!


Pedro vió cómo Paula contemplaba la playa, el borde de la barca y la distancia entre ambos.


–¡No puedo!


Valentina se rió. A Pedro le parecía increíble que tuviera miedo, con lo valiente que era para otras cosas. Sólo era un salto de un metro. Le podía decir que se sentara y esperara a que acercara la barca más a la orilla, pero tenía otro plan alternativo que iba a ser más divertido.


–¡Valen, ata la barca!


Se descalzó, subió los pantalones y se metió en el agua.


–¿Crees que te atreverás a saltar a mis brazos, tonta?


Paula se mostró algo ofendida, pero él sabía que estaba encantada. Lo agarró del cuello y se echó a sus brazos.


–No ha sido tan difícil, ¿Verdad? –susurró él.


Le hablaba directamente en el oído, para que su aliento le hiciera cosquillas.


–¡Déjalo ya!


Él se detuvo y sonrió.


–¿Quieres que te deje? ¿Que te suelte aquí?


–¡No! –repuso ella agarrándolo con más fuerza aún.


–Muy bien –concedió Pedro yendo hacia la playa.


Pero no la soltó, siguió andando con ella en brazos.


–¡Pedro! ¡Valentina nos está mirando! ¡Bájame!


–No, creo que no.


Su hija estaba concentrada explorando la orilla y un sitio para acampar.


–¡Pedro!


–Déjalo ya. No está mirando. Te bajo en un…


–¡Pedro! –insistió ella–. La barca…


Esa vez sí que la soltó. Tuvo que meterse de nuevo en el río para agarrar la barca y evitar que se fuera corriente abajo.


–¡Valentina! –gritó él mientras acercaba la barca–. ¿No te dije que la ataras?


Pero la niña no lo oía desde donde estaba.


–¡Vaya! Por poco… –le dijo Paula.


–Pues sí.


–Hay una toalla en una de esas bolsas. Hay que secarte los pies. Seguro que el agua está helada.


Le encantaba que Paula se preocupara por él. Se había pasado tanto tiempo solo, que le gustaba que su vida perteneciese ahora a otra persona. Le agradaba que pensara en él y lo cuidara. Había llegado el momento de ceder un poco del control que tanto lo había obsesionado y pensar en tener a otra persona como compañera. Compañeros. Nunca se había sentido así con Ivana. Nunca quería tomar decisiones ni compartir responsabilidades con él. A ella le gustaba vivir la vida a su manera, a veces causando desastres que él tenía después que arreglar. Miró a Paula. Su aspecto era limpio, fresco y lleno de vida.


–Deja de mirar a las musarañas y ven para aquí –le dijo ella.


–Sí, señora –repuso él comenzando a secarse los pies.


–¡Papá, Paula! ¡Lo he encontrado! –gritó Valentina desde algún lugar de la ribera.


Se calzó y subieron hasta donde estaba la niña. Había encontrado un claro en el bosque.


–¡Miren! ¡Es perfecto! Podemos hacer un fuego ahí en medio y esas rocas son como asientos.


Era cierto. Había dos rocas, una más ancha y otra más estrecha alrededor de un hueco en el suelo. Valentina se sentó en la más estrecha.

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